¿HAY SOLUCIONES PARA LA CRISIS DE ALIMENTOS?

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Una de cada tres personas en el mundo vive sin una alimentación adecuada, algo sobre la edición genética y más para el fin de semana.

La economía anda mal. No hay forma de ocultarlo ni de decirlo de otro modo.

En Estados Unidos hay inquietud por una posible recesión. Si bien no se ha declarado formalmente, hay síntomas a la vista de todos: la bolsa ha tenido uno de sus peores momentos en 50 años, la inflación —como las tasas de interés— está por las nubes y los consumidores actúan con cautela.

Pero hay gastos con los que es casi imposible tener cautela. Los alimentos son uno de ellos. Entre las personas más pobres, que destinan una mayor parte de su ingreso a la alimentación, los descalabros económicos significan dejar de comer.

La inseguridad alimentaria merma la capacidad de trabajar de los padres de familia, la energía de los niños para ir a aprender a la escuela y, cuando dura mucho tiempo, convierte a los países en un polvorín político y social.

Desde febrero, cuando inició la invasión de Rusia a Ucrania, los precios de los combustibles han aumentado, los granos escasean, los fertilizantes no llegan a las tierras que los necesitan. El aceite ucraniano de girasol tampoco está llegando a las tiendas. Las organizaciones humanitarias que brindaban ayuda a los países más pobres de África y Centroamérica empezaron a tener menos fondos, que ahora también se destinan a Ucrania.

“En algunas regiones, hay un enorme riesgo de desnutrición y de una situación de hambre cada vez más profunda e, incluso, de hambruna”, dijo David Malpass, presidente del Banco Mundial.

Y una parte del planeta que ya batallaba para poner pan en la mesa empezó a pasar hambre. En la actualidad, una de cada tres personas en el mundo vive sin una alimentación adecuada.

Con esta cifra en mente, ¿es posible sentarse a comer con la conciencia tranquila? En un ensayo reciente de la serie The Big Ideas, el cocinero Ferran Adrià invita a reflexionar sobre el modo que tenemos de comprar, comer y disfrutar.

La buena noticia es que mucha gente está pensando en cómo resolver la crisis de alimentos transformando el campo.

Por un lado, la agricultura ha vivido una “revolución silenciosa” con el advenimiento de la llamada “agricultura de interiores” que ayuda a asegurar las cosechas incluso cuando hay climas extremos y suelos infértiles.

Por otro, ante la escasez de fertilizantes ha surgido un peculiar movimiento que busca recuperar y reciclar la orina que se genera en las casas para producir fertilizante.

Pensar en lo que comemos, en el campo y en quienes pasan hambre no es un llamado a sentirse culpable, sino a enfocar nuestras energías en la solidaridad y la innovación para hacerle frente esos retos.

The New York Times


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