El presidente español lanza una batería de medidas en el debate del estado de la nación, entre ellas un recargo temporal a las grandes corporaciones con el que espera recaudar 7.000 millones en dos años
En época de tribulaciones, un gesto a la izquierda. Con el Gobierno apretado en varios frentes, Pedro Sánchez se ha presentado esta mañana en el debate sobre el estado de la nación decidido a convencer de que su objetivo prioritario es evitar que la crisis la paguen los más desfavorecidos. Si la derecha pide bajar impuestos, el presidente se ha decantado, por lo contrario, lo mismo que le reclamaban insistentemente socios y aliados de izquierda. Además del ya anunciado impuesto a las energéticas, el Gobierno impondrá otro “temporal y extraordinario” a los grandes bancos, con el propósito de recaudar entre ambos 7.000 millones de euros en dos años. El paquete social de Sánchez, acogido con alborozo por los suyos, incluye abonos gratuitos en Renfe y un refuerzo a las becas de un millón de estudiantes.
Si el presidente ha centrado casi todo su afán en la economía, el PP le ha salido por donde nadie se esperaba. Desde la llegada de Alberto Núñez Feijóo, los populares habían aparcado ciertas batallas para concentrarse en los temas económicos. Pero la coincidencia con el 25º aniversario del asesinato del concejal popular Miguel Ángel Blanco ha servido al PP para recuperar un viejo y agrio discurso. Con Feijóo asistiendo como testigo en la bancada popular, su portavoz, Cuca Gamarra, ha arrancado mentando a ETA y a ello ha dedicado toda la parte inicial de su discurso, en el que ha sembrado una inquietante equiparación: “Ese mismo espíritu de rebelión cívica que alimentó a los españoles hace 25 años es el que hoy nos sitúa enfrente de su Gobierno”. Habían pasado siete años desde el anterior debate sobre el estado de la nación y por momentos la discusión se estaba yendo más atrás aún, a la década transcurrida desde que la organización terrorista dejó de matar.
Todo había empezado mucho más plácido por la mañana con el discurso inicial del presidente. Sánchez ha tardado media hora en arrancar la primera gran ovación de las bancadas del Gobierno. Ha sido cuando ha deplorado ―aun sin citar a su destinatario― el “catastrofismo sin base” del PP. Hasta entonces el enfoque inicial del discurso del presidente ―de una hora y 25 minutos ― no había sido de los que buscan excitar pasiones: se ha centrado en subrayar que, si bien la inflación supone ahora “el gran reto de España”, sus orígenes son internacionales, por la combinación de las consecuencias de la pandemia y de la guerra de Ucrania, según el análisis del presidente. “No es echar balones fuera, es hacer un diagnóstico honesto y realista”, ha justificado mientras mostraba varios gráficos económicos desde la tribuna.
El hemiciclo, tan propenso al griterío, ha asistido en silencio a esa reflexión, que incluía más apostillas autocríticas de lo habitual. En su primer gran examen parlamentario con este formato, el presidente ni siquiera ha querido hacer el repaso acostumbrado a la retahíla de medidas tomadas hasta ahora. Las encuestas han revelado que los ciudadanos apenas las valoran, y Sánchez se ha rendido a la evidencia: “Los españoles no quieren oír hablar de lo que va bien”. Ha puesto mucho énfasis en dejar claro que es sensible al malhumor de la ciudadanía. “Sé que cada vez cuesta más llegar a fin de mes. Comprendo la angustia, la frustración y el enfado de todos, porque también es el mío”, ha afirmado. En su escaño, Feijóo asistía hierático.
El ambiente circunspecto ha cambiado al llegar los anuncios. Y muy singularmente el de los impuestos a energéticas y bancos, que ha despertado una larga ovación y hasta gritos de euforia entre los diputados de la izquierda. Ninguna de las otras medidas ha suscitado tanto entusiasmo, aunque también han sido muy aplaudidas la gratuidad de los abonos de Renfe para trenes de cercanías y media distancia (entre el 1 de septiembre y el 31 de diciembre) y un suplemento de 100 euros mensuales a un millón de estudiantes ya becados. Los anuncios del presidente han reunido una mezcla variopinta: incluyen, por ejemplo, el desbloqueo de una operación inmobiliaria en Madrid, la conocida como Campamento, para construir 12.000 nuevas viviendas, el 60% de ellas de carácter social.
Sánchez ha justificado la tasa a los bancos por los nuevos beneficios que les reportará la subida de los tipos de interés, sin entrar en más críticas. Más incisivo ha estado con las eléctricas: “Lo que se llaman beneficios caídos del cielo no caen del cielo: salen del bolsillo de los consumidores”. Y ha rematado: “No vamos a consentir que el sufrimiento de muchos sea el beneficio de pocos”. Ya por la tarde, Sánchez ha aprovechado una réplica al líder de Vox, Santiago Abascal, para leer las cifras de los beneficios de los principales bancos.
Antes de anunciar las medidas, el presidente se había cuidado de caer en el triunfalismo. Ha advertido de que si Vladímir Putin corta el grifo del gas en otoño y la economía estadounidense entra en crisis, Europa va a sufrir las consecuencias. Incluso ha puesto sobre aviso ante la posibilidad de que haya que tomar restricciones en el consumo de energía ―”Podemos hacerlo y lo vamos a hacer”―, aunque no será, ha dicho, “nada que atente contra nuestro modo de vida”. La inflación “no se va a resolver de un plumazo”, “nadie tiene una respuesta segura” a lo que va a ocurrir en los próximos meses y la guerra en Ucrania continuará. Sobre esto último se ha mostrado tajante. “Los ucranianos también están luchando por nosotros, por el destino de Europa”, ha proclamado, y España tiene como el resto del continente el “deber moral” de respaldar su combate.
En medio de todas estas incertidumbres, Sánchez no ha dejado de apelar a la determinación de su Gobierno para enfrentar la situación, entre recriminaciones a los “profetas del desastre” de la derecha y sus recetas de “curandero” para salir de la crisis. Ha recordado que España logró superar los efectos de la pandemia, que se “está creando empleo y de calidad” y que el crecimiento económico no se ha interrumpido. ¿Qué efecto espera ahora con estas nuevas medidas? Ahí Sánchez ha vuelto a levantar a la bancada del Ejecutivo, porque su discurso ha venido a decir que pretende hacer lo contrario de lo que, según él, hizo la derecha en la gran recesión de hace una década: “Ser fuerte con los débiles y débil con los fuertes”. El presidente ha opuesto su promesa: “Vamos a por todas en defensa de la mayoría social, nos vamos a dejar la piel por las clases medias y trabajadoras”.
Sánchez ha cerrado su discurso con varios ataques al PP, por su “catastrofismo”, por su negativa a renovar los órganos constitucionales o por las nuevas revelaciones de los audios del comisario Villarejo. Tras reanudarse la sesión por la tarde, Gamarra ha comparecido en la tribuna ensayando un golpe de efecto: ha cedido su primer minuto para guardar silencio por Miguel Ángel Blanco. El gesto no ha gustado a la presidenta, Meritxell Batet, que, al terminar la portavoz popular, la ha amonestado por no haber planteado la iniciativa en la Junta de Portavoces, como es preceptivo. Después de que toda la Cámara, incluido EH Bildu, guardase en pie el minuto de silencio, Gamarra se ha lanzado al ataque. La evocación a ETA la ha justificado por el acuerdo con la izquierda abertzale para lograr su apoyo a la ley de memoria democrática, “una de las mayores inmoralidades imaginables”. Y todo eso lo ha enlazado con los indultos a los condenados por el procés.
El líder socialista no ha rehuido la cuestión en su réplica, Gamarra ha vuelto a la carga y la aspereza se ha apoderado del debate. El presidente ha acusado al PP de usar el recuerdo del terrorismo como “parapeto” para no apoyar la ley de memoria y no condenar tajantemente el franquismo. La discusión se ha acabado yendo por ahí más que por la economía. Gamarra ha ignorado las invitaciones de Sánchez a comentar los impuestos a grandes compañías y a aclarar si apoyará las medidas sociales. El diagnóstico del PP ha sido el bien conocido: España está en la peor situación de Europa por culpa de Sánchez y su “caótico Gobierno”.
La temperatura ha subido tanto con Gamarra que la llegada de Abascal ha traído un cierto relajamiento, como ha reconocido el líder de Vox. Abascal también ha hablado de ETA y de lo que ha tildado de “ley de memoria etarra”, aunque la parte central de su discurso ha sido un nuevo intento de presentarse como el defensor de los humildes frente a las “élites”. Abascal sí ha comentado las subidas de impuestos a grandes compañías y, aunque pudiera parecer lo contrario tras escucharlo clamar contra la “oligarquía”, ha sido para criticarlos porque el anuncio haya provocado una caída de los bancos en Bolsa.
“Golpe de timón progresista”
Tras los latigazos de la derecha, al presidente le han llegado las caricias de sus socios de Gobierno. Los dos portavoces que se han repartido el tiempo de Unidas Podemos, Jaume Asens y Pablo Echenique, han celebrado lo que el primero ha definido como un “golpe de timón progresista”. Las felicitaciones de ambos a Sánchez han sido muy calurosas, sin renunciar a críticas por el aumento del gasto militar o la tragedia de la valla de Melilla ni a reivindicaciones como la de una reforma fiscal global.
Lo que parecía un paseo para Sánchez ante sus habituales aliados se ha roto con el portavoz de ERC. Gabriel Rufián ha comenzado dando rienda suelta a su mordacidad ―“enhorabuena, señor presidente, hoy se ha levantado de izquierdas”―, ha minimizado el alcance de las medidas y ha acabado protagonizando uno de los momentos más tensos del día, cuando, al evocar los muertos en la valla de Melilla, ha mostrado unas balas, según él, recogidas en el lugar. Sánchez se ha revuelto en el escaño y en la réplica ha mostrado una indignación muy poco frecuente en los debates con el grupo catalán, hasta el punto de mentar a Rufián el 23-F: “Aquí otros han traído balas, están en el techo, son las de los golpistas”. Ante el estallido del presidente, el portavoz de ERC ha bajado el tono ostensiblemente en la réplica. Y la sesión ―que se reanuda este miércoles con las intervenciones del resto de grupos― ha finalizado con la imagen de Rufián acercándose al escaño de Sánchez para estrecharle la mano.
El País