Como una persona de Sri Lanka, ver la cobertura de noticias internacionales de la implosión económica y política de mi país es como asistir a tu propio funeral: todos especulan cómo fue que moriste.
Los medios de Occidente acusan a China de llevarnos a una trampa de deuda. Tucker Carlson dijo que los programas ambientales, sociales y de gobierno corporativo nos ahogaron. Y todos culpan a los Rajapaksa, la dinastía corrupta que nos gobernó hasta que las protestas masivas de esrilanqueses furiosos los expulsaron en julio.
Pero, desde mi punto de vista, la culpa final recae en el sistema neoliberal dominado por Occidente que mantiene a los países en desarrollo en una forma de colonización impulsada por la deuda. El sistema está en crisis, sus cimientos vacilantes quedaron expuestos por las fichas de dominó de la guerra de Ucrania, que derivó en escasez de alimentos y combustible, la pandemia y la insolvencia inminente y el hambre en todo el mundo.
Sri Lanka es el primer ejemplo. Alguna vez fuimos una promesa económica, con una población educada y un ingreso medio entre los más altos del sur de Asia. Pero era una ilusión. Después de 450 años de colonialismo, 40 años de neoliberalismo y cuatro años del fracaso absoluto de nuestros políticos, Sri Lanka y su pueblo han caído en la ruina.
El expresidente Gotabaya Rajapaksa profundizó nuestros problemas de deuda, pero la economía ha sido estructuralmente inestable en todas las gestiones. En pocas palabras, importamos demasiado, exportamos muy poco y cubrimos la diferencia con deuda. Esta economía insostenible estaba destinada a colapsar.
Pero somos el canario en la mina de carbón. El mundo entero está conectado a este sistema fallido y la agonía será generalizada.
Los últimos meses se han sentido así.
Tengo un coche, que se convirtió en un pisapapeles gigante. Sri Lanka se quedó, literalmente, sin gasolina, así que mis hijos preguntaron si podían usarlo para jugar. Solo sirve para eso. Para conseguir combustible había que esperar días en filas que demolían el ánimo. Me di por vencido. Empecé a trasladarme en autobús o bicicleta. La mayor parte de la economía se paralizó. Ahora se ha racionado el combustible, pero de manera irracional. Los ricos obtienen suficiente gasolina para sus camionetas de lujo, que consumen bastante, mientras que los taxis no consiguen suficiente y quienes tienen tractores luchan por dar con un poco.
La rupia ha perdido casi la mitad de su valor desde marzo y muchos productos están agotados. Aprendes a reaccionar a la primera señal de problemas: cuando comenzaron los cortes de energía hace unos meses, mi esposa y yo compramos un costoso ventilador recargable; días después, se agotaron. En cuanto los cortes de combustible se volvieron extremos, compramos bicicletas, y al día siguiente empezaron a costar más. Alimentos básicos como el arroz, las verduras, el pescado y el pollo han subido de precio.
Muchos esrilanqueses comen una vez al día; algunos están muriendo de hambre. Cada semana llega a mi puerta una nueva clase de personas que han tenido que mendigar para sobrevivir.
Como escritor en línea, gano en dólares, así que cuando la rupia se depreció y se devaluó, en la práctica obtuve un aumento. Podemos permitirnos tener energía solar y baterías de respaldo para mantener la energía funcionando. Pero muchos otros están a merced de los apagones. Mucha gente no podía trabajar porque las fábricas y otros lugares de trabajo estaban cerrados y los niños no podían dormir con el calor. Las primeras protestas importantes iniciaron en marzo después de una noche en ese escenario, cuando parecía que todo el país estaba furioso y sin poder dormir.
El mes pasado, los manifestantes irrumpieron en la residencia presidencial y la oficina del primer ministro, y fue lo único que se sintió bien. Junto con miles de ciudadanos de a pie de Sri Lanka, pude ver por primera vez el interior de estas fortalezas de la época colonial. Fue espontáneo, seguro y respetuoso. Las parejas tenían citas allí; los padres llevaron a sus hijos. Vi gente cantar en la casa del presidente, una mujer bailaba con su bebé, personas nadaban en la piscina. Caminé por un pasillo bordeado de placas con los nombres de los colonizadores británicos, que sin más se convirtieron en los nombres de nuestros presidentes.
En la oficina del primer ministro, alguien tocaba el piano y un hombre sin camisa, envuelto en una bandera de Sri Lanka, dormía en un sofá. Cuatro hombres habían organizado una partida de carrom y estaban lanzando las fichas. Un niño daba volteretas alegremente por el césped afuera, y una cocina comunitaria servía arroz a cualquiera que tuviera hambre. Era una visión hermosa en un espacio donde antes las élites comían canapés, rodeadas de guardias armados. Me sentía esperanzado.
Pero lo que por un momento se había sentido como una verdadera democracia no duró. El Parlamento sencillamente reemplazó a Rajapaksa con uno de sus cómplices, Ranil Wickremesinghe, quien había sido primer ministro varias veces pero perdió su escaño en 2020. Ordenó a los militares a enfrentar a las personas que protestan y ha arrestado a manifestantes y sindicalistas. Todo ha sido “constitucional”, lo que ha erosionado la esperanza en todo el sistema democrático liberal.
Sri Lanka, como tantos otros países que luchan por la liquidez, sigue siendo una colonia con una administración subcontratada al Fondo Monetario Internacional (FMI). Todavía exportamos mano de obra y recursos baratos e importamos productos terminados caros: el modelo colonial básico. El país aún está dividido y dominado por las élites locales, mientras que el control económico real se mantiene en el exterior. El FMI le ha otorgado préstamos a Sri Lanka 16 veces, siempre con condiciones estrictas. Simplemente nos sigue reestructurando para una mayor explotación por parte de los acreedores.
Y por mucho que Occidente culpe a los prestamistas depredadores chinos, solo entre el 10 y el 20 por ciento de la deuda externa de Sri Lanka se le debe a China. La mayoría se debe a instituciones financieras estadounidenses y europeas o a aliados occidentales como Japón. Sucumbimos en una trampa de deuda en buena medida occidental.
Otros países enfrentan el mismo peligro. Alrededor del 60 por ciento de las naciones de bajos ingresos y el 30 por ciento de los países de ingresos medios están en peligro por la deuda o corren un alto riesgo de estarlo. Pakistán, Bangladés, Túnez, Ghana, Sudáfrica, Brasil, Argentina, Sudán: la lista de naciones en aprietos crece con rapidez. Se cree que el 60 por ciento de la fuerza laboral mundial tiene ingresos reales más bajos que antes de la pandemia, y los países ricos ofrecen poca o ninguna ayuda.
Pero las grandes economías también están afectadas. Europa enfrenta incertidumbre energética, los estadounidenses batallan por llenar sus tanques de gasolina, es posible que Estados Unidos ya esté en recesión —su burbuja económica amenaza con estallar— y las familias británicas afrontan inseguridad alimentaria.
Va a empeorar: el FMI acaba de advertir que aumenta la probabilidad de una recesión global. A medida que las economías colapsen, los préstamos occidentales no se reembolsarán y los países pobres quedarán fuera del sistema del dólar que impulsa el estilo de vida occidental. Entonces, incluso los estadounidenses no podrán imprimir dinero para salir del problema. Ya comenzó. Sri Lanka empezó a liquidar préstamos en rupias indias e India está comprando petróleo ruso en rublos. China podría comprar petróleo saudí con yuanes.
El levantamiento en Sri Lanka que expulsó a nuestros líderes se ha llamado aragalaya. Significa “lucha”. Va a ser una lucha prolongada, y se está extendiendo por todo el mundo.
Indrajit Samarajiva (@indica) es un escritor de Sri Lanka. Publica en su blog Indi.ca sobre una amplia variedad de temas, desde política hasta economía, arte y cultura.
The New York Times