LO QUE PASA EN BRASIL, NO QUEDA EN BRASIL  

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La del domingo pasado fue una elección que se siguió desde muy cerca de este lado de la frontera -y en gran parte del mundo- por la interconexión económica que tenemos desde la Argentina más allá de las simpatías políticas.

Durante los días siguientes, en la Cancillería hacían cálculos: Brasil es el país al que le vendemos la mayor cantidad de productos industrializados, por lo que si se recupera y crece, ya hay un viento de cola para empujarnos. Pero si además hay un gobierno con el que pueda haber sintonía política del otro lado, entonces se puede pensar en una integración a mayor velocidad y en una dirección similar. Hasta cadenas de valor para constituirse como aliados para exportar a la región, se ilusionaban algunos funcionarios.

Lo cierto es que aún con Jair Bolsonaro allá y Alberto Fernández de este lado, el diálogo nunca se quebró. Por supuesto que era más técnico, y había muchos puntos donde no estaban de acuerdo entre los gobiernos. Pero el mismo proyecto de integración con 15 ejes diferentes que el embajador Daniel Scioli le presentó a Celso Amorim, el ex canciller de Lula da Silva, y que Fernández retomó por capítulos en su primera bilateral con el presidente electo, ese mismo documento reposa hoy en Itamaraty. Sí, el actual embajador también se lo había presentado al gobierno de Bolsonaro con quien pudo tejer un diálogo aceptable que encarriló el vínculo más allá de los tuits y las chicanas cruzadas entre sus presidentes.

Y esto tiene una explicación simple. O más bien pragmática. Brasil sigue siendo Brasil para la Argentina, su principal mercado regional -aunque nos resulte deficitario-, el socio indispensable en el Mercosur y una plataforma para pensar el Atlántico y hasta en una América bioceánica de la mano de Chile, sueñan en la Rosada. Mucho más si coinciden ahora con Lula y Gabriel Boric y si se acelera la inclusión de la Bolivia de Luis Arce al mercado común, una traba que se verá cuán rápido se puede sortear porque el bolsonarismo se va del Ejecutivo pero persistirá y muy vital en el Legislativo. De hecho, es factible que la coalición amplia de Lula da Silva no alcance para empujar los márgenes fiscales de Brasil en los próximos meses. Ya se negocian ciertas reformas: puertas adentro de la coalición, primero; luego hacia el exterior. Y todo ello en el marco de una polarización política y social como no recuerdan en Brasil.

El gobierno de Lula no será el gobierno de Lula… solamente. O dicho de otro modo: el Lula de hoy difícilmente sea el de hace veinte años y eso que en aquella oportunidad tampoco desembarcó en el poder tomando el Palacio de Invierno. Hasta que se nombren los cargos claves de un futuro gabinete -y todas las miradas están puestas en la cabeza económica- abundan lecturas y especulaciones. Lo que se escuchaba mucho en San Pablo, donde El Cronista estuvo presente cubriendo desde la previa a la elección hasta sus primeros ecos, es que el Partido de los Trabajadores estaba preocupado. Esperaban una definición cerrada pero no tanto.

“Ese ‘casi casi’ del final fue un ‘casi lo pierden'”, comentó a este medio uno de los líderes internacionales que transita por Latinoamérica, en su balance de las horas posteriores. Y eso que, en las horas de definición del domingo, también se mostraba confiado en una diferencia mayor. No obstante, aquella noche, mientras en las calles de la capital paulista de fuerte corte lulista se festejaba cada vez que la brecha se ampliaba una milésima, en el Hotel Intercontinental de la ciudad donde parte del PT seguía las pantallas del Tribunal Supremo Electoral y las comparaba con los datos de sus computadoras, lo que se pedía era la hora. Que el partido acabara de una vez.

El final de foto reduce el margen de maniobra de Lula da Silva pese a haber hecho la mejor elección de su vida con 60 millones de votos. Para ello, tuvo que tejer la coalición de gobierno antes de gobernar. Lo que tiene por delante ahora son una lista de compromisos que asumir con sectores muy diversos, desde los ‘Sin Tierra’ y el ambientalismo a los liberales más moderados. Tampoco ayuda la radicalización del bolsonarismo que alimenta su propio líder jugando con un fósforo sobre un barril de trotyl. La Justicia ya le puso freno. También aquellos sectores aliados como el agro. Porque Brasil sigue siendo Brasil, y hay intereses que ya piensan en el día después de Bolsonaro.

El Cronista

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