¿Qué puede inducir a una periodista a pronunciar con certeza especulaciones acerca de psicología, psiquiatría, psicoanálisis, conjeturas acerca de la etiología de los trastornos mentales, afirmaciones acerca de diagnósticos y enlaces causales entre los diferentes elementos que se ponen en escena cuando se intenta abordar la complejidad de un padecimiento mental?
Como profesionales de la salud mental consideramos que la potencia discursiva que contienen determinadas opiniones emitidas en espacios públicos con una notable difusión, debiera obligar a quienes hacen uso de ellos a realizar una profunda reflexión para poner en escala las consecuencias de sus manifestaciones.
¿Se autorizaría a sí mismx un/a profesional de salud mental a afirmar la monocausalidad de cuadros como la anorexia nerviosa, la psicopatía, la adicción? ¿Y aun más, a reducir esa monocausalidad exclusivamente al vínculo materno, obviando la complejidad del funcionamiento del aparato psíquico, la complejidad de su historia constitutiva, las variables culturales e históricas que contribuyen a modelar el psiquismo, las marcas transgeneracionales, las investigaciones que desarrollan las neurociencias? Difícilmente.
Si algo hemos aprendido a lo largo de décadas de estudio es a ser prudentes, humildes frente a lo que puede permanecer como pregunta o interpelación a nuestro conocimiento, moderar nuestras certezas, no hacer afirmaciones temerarias, universales, absolutas sobre un territorio que ofrece tantos desafíos epistemológicos, clínicos y terapéuticos.
La periodista Laura Di Marco —en un diálogo con una complaciente Viviana Canosa— emitió al menos siete afirmaciones diagnósticas y etiológicas: adicción, abuso, anorexia nerviosa, psicopatía, narcisismo patológico, bipolaridad, intento de suicidio. Cada una de estas clasificaciones, ya sea de índole diagnóstica o por hechos acontecidos, en manos de un/a profesional de salud mental, sería el resultado de un trabajo minucioso, de la utilización de una batería de elementos diagnósticos (múltiples entrevistas o herramientas variadas de psicodiagnóstico) y formulada después de un lapso variable de tiempo de estudio y análisis hasta llegar a conclusiones, siempre provisorias y en continua revisión. La ligereza con la cual se han realizado estas afirmaciones en el diálogo televisivo citado nos resulta peligrosamente problemática por múltiples motivos.
- Banaliza el ejercicio de las profesiones vinculadas con la salud mental sugiriendo que en esta disciplina son posibles las afirmaciones concluyentes y “autorizadas” por parte de cualquier persona, aun cuando no haya tenido nunca en su vida un acercamiento ni una práctica que justifique la emisión de una opinión propia al respecto. Probablemente la misma persona que opina al respecto públicamente, se abstendría de hacer afirmaciones tan contundentes si se tratara de diagnósticos pertenecientes a otras disciplinas de salud no apropiables por el sentido común, que en ocasiones (ésta, una de ellas) resulta tan alejado del pensamiento científico.
- Estigmatiza al sufrimiento mental sentenciando a quienes lo padecen: adicciones, anorexia, narcisismo, etc. todo planteado con un nivel de reduccionismo y simplismo casi infantil asegurando que estos padecimientos son inhabilitantes y constituyen una mácula para quien los padece, como si padecerlos fuera vergonzante.
- Ofrece una explicación causal acerca de fenómenos de una enorme complejidad, inferencias que sólo pueden ofrecerse desde una profunda ignorancia acerca de la etiología de fenómenos mentales que constituyen un desafío clínico para los profesionales aun cuando tengan decenas de años de formación.
- Da a entender a la población que el sufrimiento mental tiene una culpable, la madre, consideración que desde hace mucho tiempo es revisada por un amplio espectro de profesionales y que resulta añeja si nos proponemos revisar con seriedad, insistimos, la enorme complejidad etiológica del sufrimiento mental y especialmente la histórica responsabilización que las mujeres (¿locas?) tienen en la “locura” de lxs hijxs
- Pretende hablar en defensa de quienes padecen a sus madres, pero paradójicamente (o no) se violenta a las mismas personas de cuyo sufrimiento o de cuyo diagnóstico se habla públicamente. Violencia estigmatizante y permanente ejercida sobre esos seres sufrientes, tanto o más peligrosa que la que cada una de las historias personales pueda haber padecido, en tanto su banalización en espacios mediáticos se constituye en un presente imprescriptible de señalamiento social.
La Asociación Colegio de Psicoanalistas y los profesionales de salud mental que la constituyen llamamos a la reflexión a lxs comunicadorxs sociales. En ningún caso debiera justificarse la indelicadeza de juzgar y exponer públicamente consideraciones acerca de la salud mental de un oponente político ni de ninguna persona. Se atraviesan límites que trascienden la intencionalidad de quien opina y pueden ser tremendamente peligrosos en sus consecuencias. Consideramos que la amplia difusión de la palabra de estxs comunicadorxs tiene efectos materiales y produce consecuencias irreversibles, hiriendo y dañando a una importante porción de la población y a sus familias que, precisamente por su vulnerabilidad, debieran ser protegidas por la comunidad toda.
Página/12