El martes de esta semana, cuando abrieron los mercados, el dólar oficial se conseguía a 1380 pesos y el riesgo país estaba en 1124 puntos. Ese día, al mediodía, la Cancillería anunció la cumbre oficial que el martes 14 tendrán el presidente Javier Milei y su par de los Estados Unidos, Donald Trump. Un día después de ese anuncio, el dólar subió casi 4% en un día, cerró a 1450 pesos, el riesgo país subió más de cien puntos y los bonos y las empresas argentinas siguieron su rumbo descendente, sostenido y pronunciado. Lo que el Gobierno creyó que era una bala de plata no fue ni un Chaski Boom.
Finalmente, Milei consiguió la cumbre por la que militó con un fanatismo asimilable al de una relación tóxica, como una especie de Bebé Reno de la geopolítica. Tendrá su recepción de Estado en Blair House -la residencia oficial para invitados de la Casa Blanca-, pero descubrió, a los tumbos, que no hay foto que frene una crisis de confianza en la capacidad de repago de la deuda pública y en la estabilidad del esquema cambiario. Incluso si en la foto sale el dueño de la maquinita que imprime dólares.
Rápidamente se consumió el apoyo de Trump, el posteo impreso en carpetita de cartón, las promesas anunciadas por el secretario del Tesoro, Scott Bessent y hasta los 7.000 millones de dólares que le pusieron las cerealeras para que el presidente pueda al menos sacar la nariz por encima del agua. Se acabó la etapa de los gestos y el amigo que atiende a veces en Florida y, las menos, en Washington, deberá convertir los mimos públicos en dólares crocantes si, como confesó Bessent, van a acompañar a Milei “hasta las elecciones”.
Un trader con décadas de experiencia, de los que guardan en su sistema nervioso el termómetro de los mercados, apela a un término millennial para describir desierto que enfrenta al gobierno a, todavía, más de 20 días de las elecciones. “El salvataje en paquete de los Estados Unidos va a tener que entrar en fase de unboxing”.
El candidato de todos, el candidato de nadie.
Una. Dos. Tres veces. Tres veces le preguntaron en Olavarría a José Luis Espert por su vínculo con Fred Machado, investigado por narcotráfico y estafas múltiples, y por la aparición en un registro contable, que es prueba en una fiscalía de Texas, de un presunto aporte de 200 mil dólares a nombre suyo. El dueño de la cabeza de la lista de La Libertad Avanza (LLA) en la provincia de Buenos Aires no pudo ni negarlo. En ninguna de las tres oportunidades. Se abrazó al mantra de la “operación”, de la comparación con el caso de Enrique Olivera y en descalificar a Juan Grabois, su denunciante y competidor electoral. Al lado tenía a algunos de sus compañeros de lista, como el (¿ex?) macrista Diego Santilli. Ninguno salía en el plano, a excepción del exintendente del PRO Ezequiel Galli.
Espert se transformó en una mancha venenosa de la que, además, nadie se hace cargo. Básicamente, porque Espert no es de nadie. No es de Karina Milei, no es de Santiago Caputo, no lo arrimó Patricia Bullrich, no llegó por un acuerdo con nadie. “No es un candidato querido por ninguna tribu, por nadie lo sale a bancar”, explican desde la Casa Rosada el ruidoso silencio del Gobierno sobre el caso del candidato oficialista en la provincia que agrupa el 40% del padrón electoral nacional. Y reconocen que el caso Espert-Machado no solo es una bala que entró, sino que sigue girando y dañando órganos dentro del sistema libertario.
En su habitual medición de la conversación en redes, la consultora Ad Hoc detectó que siete de cada diez menciones a Espert tuvieron que ver con sus vínculos con el narco Fred Machado. El pico llegó a fines de septiembre y esa tendencia aún no se detuvo, sigue. No es la conversación que uno quiere que haya sobre un candidato. No es casualidad que, entre martes y miércoles, la posibilidad de bajar su candidatura se barajó a los más altos niveles.
Es falso que Espert no es de nadie: Espert es de Milei. La incorporación a LLA del denunciado por delitos que pide cárcel o bala para los que cometen delitos fue una decisión del Presidente. Todo. Su ingreso a LLA, su designación como presidente de la comisión de Presupuesto en la Cámara de Diputados y la elección de su cara para representar al sello violeta en la boleta única de la PBA. Toda de Milei.
Bullrich, entre la guerra al narco y los chimentos de peluquería.
“Nosotros que combatimos el narco con todo no podemos aceptar conductas de personas aliadas al narco. Hay que aclarar la situación ya”. La frase de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, tronó en el universo libertario. Primero, porque era cualquier cosa menos una defensa del candidato del Presidente. Segundo, porque se despegaba de, incluso, la posición del presidente.
Uno de los hombres más cercanos a Bullrich ensaya dos lecturas posibles sobre la posición. Una, lineal, simple, más intuitiva: Bullrich es la ministra de Seguridad y es la que combate el narcotráfico, que es un delito federal. A esto se podría agregar que la bandera de la lucha contra el narcotráfico es, probablemente, una de las pocas que le quedan flameando a la ministra en el tramo final de su campaña. Otra posibilidad que desliza el bullrichista, más fría, más calculadora, es que haya hablado desde un rol de candidata, además de ministra, y que le esté hablando a su electorado porteño, más “institucionalista”. A estas dos opciones hay que agregar un dato: Bullrich nunca tuvo la mejor de las opiniones de Espert, para describirlo de forma sencilla.
Tampoco es que los cerebros de la narrativa oficialista le dieron a Bullrich insumos de los cuáles tomarse para intervenir de forma menos ruidosa. Cuando Antonio Laje le preguntó por los 200 mil dólares que presuntamente le dio el narco Machado a Espert, Milei dijo que eran “chimentos de peluquería”. Si esto se lleva al absurdo, tomando el punto de vista de Bullrich, se podría crear la siguiente escena:
Un grupo de elite asalta el búnker en el que se esconde un capo narco y encuentran, entre sus cosas, un libro contable. En esos archivos aparecen anotaciones de aportes de ese capo narco a dirigentes políticos. El jefe del operativo llama a Bullrich y se da este diálogo.
-Señora ministra, encontramos un libro contable con detalles de entregas de dinero del narcotráfico a dirigentes políticos.
-Deshágase de él, no tiene valor alguno. Son chimentos de peluquería.
Un piso a la caída y la nueva polarización asimétrica.
“Vamos a arrasar y vamos a pintar a toda la Argentina de violeta”
-Javier Milei, 27 de agosto de 2025, Lomas de Zamora.
El entusiasmo presidencial en esa caravana que terminó con piedras y brócolis volando por el aire choca fuerte con la campaña del miedo, la de “La Libertad Avanza o la Argentina retrocede”, que diseñó la Casa Rosada desde la catástrofe electoral del 7-S. Volvió el pánico a la hiper inflación, a los piquetes, a los hijos que se van a buscar futuro en otro país. Como si el Presidente le hubiera confiado el diseño estratégico de su mensaje a los creadores de Homo Argentum.
Hay datos que explican una parte de ese giro narrativo en el último trabajo que hizo la sociedad de La Sastrería, la consultora de Raúl Timerman, en sociedad con TresPuntoZero, la firma de Shila Vilker. El más saliente de esos datos, tomados justo antes del anuncio de salvataje de los Estados Unidos, es que se reforzó el escenario de polarización, pero es una polarización asimétrica: el peronismo, a nivel nacional, generó una brecha de distancia sobre LLA.
Ante la pregunta “¿De cuál de los siguientes espacios políticos se siente usted más cercano?”, el 39,5% dice el de Cristina Fernández de Kirchner y de Axel Kicillof y apenas el 28,7% menciona la camiseta del presidente Milei. 11 puntos de diferencia. Un mes antes, en agosto, esa brecha era de cuatro puntos. Cuando se pregunta a qué espacio votaría, en un menú de opciones muy acotado, un 46% dice Fuerza Patria y un 40% dice LLA.
Hay, igualmente, dos datos medianamente auspiciosos para el Gobierno. Uno, es que creció la voluntad de ir a votar. Las “muchas ganas” de ir a votar crecieron del 62% en agosto al 73% en septiembre. Para el oficialismo, si crece la participación crecen sus chances de hacer una mejor performance electoral. El otro, es que la imagen positiva del Gobierno parece haber encontrado un piso de caída y se frenó, en torno a los 40 puntos.
El aspecto negativo de esta medición es que LLA llega a su primer desafío en las urnas como oficialismo en el peor momento de valoración de su gestión. El gap de 17 puntos entre la imagen negativa (58%) y la positiva (41%) es el más grande en la serie histórica.
Es la microeconomía, idiota.
El estudio cualitativo tiene también números estremecedores, que sirven para entender lo que pasa en los hogares y no muestran los Excel que miran en el Ministerio de Economía.
El 56% de los encuestados dice estar peor que hace un año y menos de un 30% dice estar mejor. Además, las expectativas tampoco son buenas: el 50% cree que, en este camino, el año que viene estará aún peor. Entre los que dicen que están peor aparecen un cuarto de los votantes de Milei y Bullrich en las generales de 2023 encuestados para la muestra.
La inflación, como dato valorable, perdió punch. Sobre todo, porque los ingresos no acompañan. Lo que el Gobierno celebra no llega a los hogares. El 58,5% de los encuestados por Vilker no confía en los datos del Indec. La película de su vida es muy distinta de la que le muestran las estadísticas.
Un 26% de los encuestados reconoce que tiene que endeudarse para llegar a fin de mes. Esto va de reventar la tarjeta de crédito a prestamistas privados, en el peor de los casos. En agosto, sobre estos casos, el 37,5% admitía que no tenía cómo afrontar las deudas que acumulaba. En apenas un mes, ese universo de deudores sin capacidad reconocida de pagar trepó al 57%.
Corta

