A diferencia de la Copa Europa, que se juega en medio de convulsiones políticas, la Copa América venía tranquila. Sin embargo, la conferencia de ayer del entrenador de Uruguay cambió el escenario. Lo que denunció el DT.
Dominante, aliado histórico de corporaciones mediáticas y de los más grandes patrocinadores globales, al negocio del fútbol, a diferencia de otros deportes, le gusta concentrarse exclusivamente en lo suyo: la pelota. Así lo hizo la Copa América de Estados Unidos, un título que la Argentina de Leo Messi buscará conservar cuando enfrente en la final de mañana en Miami a la Colombia del renacido James Rodríguez. Será el cierre de un torneo jugado en megaestadios con canchas deficientes de football americano, bajo un calor agobiante y una seguridad precaria. Un ensayo fallido con vistas al Mundial que Estados Unidos albergará en 2026 con participación menor de México y Canadá.
Hubo tormentas, inundaciones y calor extremo en varios Estados. Reventa masiva de boletos y una apertura insólita, Biblia en mano, a cargo de un pastor evangélico homofóbico, amigo de Alejandro Domínguez, el presidente paraguayo de la Conmebol que se hizo televisar en su palco antes del minuto diez de cada partido al que fue (más viralizada fue igualmente la imagen de Chiqui Tapia, el presidente de la AFA, recibiendo alivio de tanto calor en su nuca de emperador). Además de Domínguez, la TV agobió con sus avisos de las casas de apuestas. Ocho por partido. La AFA tiene no a una, sino a cinco de ellas como patrocinadoras oficiales. Comparte alguna inclusive con la Conmebol. La sociedad Domínguez-Tapia hoy es indestructible. Seguirá así al menos hasta el Mundial 2026, otra vez en Estados Unidos. Y con el sueño de un Leo Messi nuevamente campeón.
La Copa América que se juega en la región más desigual de la Tierra no permitió que nada afectara su desarrollo. Si alguno de todos sus incidentes (canchas malas, temperaturas altas, violencia) hubiese sucedido en otro lado, las críticas y debates habrían sido inmediatos. Estados Unidos, en cambio, garantiza un trato distinto. Tampoco hubo debate dentro del país organizador, donde el torneo sí absorbió a la gran comunidad latina, pero transcurrió bajo un destacado segundo plano nacional. El “soccer” creció de modo notable, pero Estados Unidos, una superpotencia grande y compleja, sigue sin incluirlo en la lista de sus grandes pasiones. Además, con elecciones presidenciales anunciadas para noviembre próximo, el Gobierno solo tuvo espacio para debatir, acaso tardíamente, cómo convencer al presidente Joe Biden de que a sus 81 años no parece en condiciones de confrontar otra vez contra el magnate Donald Trump, cada vez más líder en las encuestas pese a que solo es tres años más joven y a la gran cantidad de procesos judiciales que tiene en su contra.
Todo transcurrió como si nada sucediese hasta que ayer, justo cuando cerraba este artículo, habló Marcelo Bielsa. Su conferencia de prensa del viernes fue una de las más explosivas que puedan recordarse. Primero porque trasladó la responsabilidad de los graves incidentes en Charlotte, tras la derrota en semifinales de Uruguay ante Colombia, al propio Estados Unidos, en su calidad de organizador y garante de la seguridad en el torneo. La seguridad y, ante todo, el estado de las canchas: “Una plaga de mentiras”. Segundo porque, de paso, recordó que el FIFAGate, el gran escándalo de corrupción impulsado por el FBI en 2015, se debió no por cuestiones de transparencia en la mugre del fútbol, sino porque “Estados Unidos sintió que sus intereses estaban siendo atacados”. Y, tercero, porque, por momentos de modo arbitrario, es cierto, desnudó una vez más las limitaciones del periodismo para informar sobre un negocio que, muchas veces, lo tiene como socio.
Bielsa aparte, y no obstante el contexto siempre más amable que puede ofrecer cierta comodidad del Primer Mundo, la tensión social y política estuvo en la Eurocopa de Alemania, que definen también este domingo en Berlín una bonita y renovada España frente a una Inglaterra con grandes cracks, pero algo más avara. Comenzó con una selección anfitriona pletórica, tan vistosa que hizo temer una explosión de nacionalismo que pudiera ser capitalizado por Alternativa para Alemania (AfD), un partido de ultraderecha que cuenta con muchos miembros que añoran a Hitler y hasta planifican la expulsión masiva de inmigrantes el día supuesto en el que arriben al poder (hoy, ochenta años después de la caída del nazismo, es la segunda fuerza electoral del país). La final se jugará en el Estadio Olímpico de Berlín, el mismo escenario de los Juegos Olímpicos nazis de 1936, adornado de cruces gamadas y con brazos en alto que saludaban al Führer. Fue la única vez en toda su historia que Alemania ganó los Juegos Olímpicos.
A diferencia de los atletas arios de 1936, la selección alemana tiene un capitán de padre turco (Ilkay Gundogan) y un juvenil ídolo de origen nigeriano (Jamal Musiala). Es el fenómeno de la inmigración y el escenario excepcional pero masivo del fútbol, que sucede en medio del avance de la ultraderecha en Europa. El debate cobra forma cuando uno de esos ídolos habla, como decidió hacerlo el capitán francés Kylian Mbappé, preocupado en pleno torneo por las elecciones que amenazaban con instalar en el poder en su país a la ultraderecha liderada por Marine Le Pen. Como le sucedió cuando ganó el Mundial 98 dentro del territorio galo, Francia es la selección europea con mayor presencia de jugadores negros. Desde el arquero Mike Maignan, nacido en la Guayana Francesa, que este mismo año se fue de la cancha en Italia harto de insultos racistas, hasta, entre otros, sus compañeros Ibrahima Konaté, Ousmane Dembelé, Marcus Thuram, Jules Koundé y Aurelien Tchouameni, a quien fanáticos xenófobos le exigieron su salida de Real Madrid por haber celebrado el triunfo electoral de la izquierda. En Real Madrid, nuevo club de Mbappé, juega también Eduardo Camavinga, nacido en un campo de refugiados en Angola.
Votantes de Vox, ultraderecha de España, sienten desconcierto. Si aman el fútbol y celebran el gran juego de su selección en Alemania, quedan obligados a rendirse al talentoso pibe de flamantes 17 años (cumplidos hoy mismo) Lamine Yamal. Su padre de origen marroquí, el mismo que publicó la foto del hijo recién nacido en manos de un Messi adolescente, recibió este mismo año condena judicial por atacar a militantes de Vox. Lamine celebró su gol extraordinario de semifinales ante Francia con el gesto de “304”, para sus amigos del barrio obrero de Rocafonda, Mataró, en Barcelona, que Vox llamó “estercolero multicultural”. Más difusión tuvo aun estos días la historia de su compañero de ataque Nico Williams, sus padres cruzando descalzos el desierto del Sahara, de Ghana a Marruecos, estafados por tratantes, hasta llegar al enclave español de Melilla, norte de África, y de allí hasta Pamplona, donde nació el crack hace 22 años.
En Inglaterra, el otro finalista del domingo ante España, sobresale Jude Bellingham, de origen jamaiquino. Medio siglo atrás, los primeros jugadores negros del fútbol inglés sufrían gritos de mono y cáscaras de banana. Hoy son presencia rutinaria y por momentos dominante en la Premier League, la liga más millonaria y globalizada del fútbol mundial. Compañeros de Bellingham son, entre otros, Bukayo Saka y Trent Alexander-Arnold. Al igual que Musiala, en Alemania, Antonio Rüdiger, Jonathan Tah y Leroy Sané también tienen raíces africanas. Suiza nunca tuvo colonias, pero sí tres jugadores veteranos de etnia albanesa, entre ellos el capitán Granit Xhaka, Xherdan Shaqiri y Ardon Jashari, además de Manuel Akanji, de raíces africanas, como Austria contó con Kevin Danso, de padres ghaneses.
La Eurocopa incluyó además gritos burlones de “¡Putin, Putin!”, por parte de fanáticos rumanos cuando enfrentaron a Ucrania. Algunos de ellos desplegando la bandera de una “Gran Rumania”, que incluye a Moldavia. Hubo jugadores georgianos críticos de su gobierno y hubo también advertencias de los organizadores a la Brigada de los Cárpatos, nacionalistas fanáticos, racistas, ruidosos y festivos de la Hungría de Viktor Orban. Las tensiones de la Copa América, incluida la batalla que involucró a jugadores uruguayos en plena tribuna colombiana, carecen por completo de componente político. Solo Bielsa rompió ese acuerdo. Mañana, en Miami, el foco central estará puesto en el duelo entre Messi y James Rodríguez, ídolo de Colombia. Y nuestro foco argento será Angel “Fideo” Di María, el crack que se retira de la selección en su plenitud a los 36 años. El deseo de homenajearlo con un nuevo título será el motor principal de una selección que, además, quiere entrar en la historia de nuestro fútbol como la mejor de todos los tiempos.
Cenital