LA CUMBRE CLIMÁTICA DE GLASGOW RESPONDERÁ UNA PREGUNTA VITAL: ¿ES POSIBLE LA COOPERACIÓN GLOBAL?

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Los países pobres azotados por los desastres climáticos esperan que las naciones industrializadas entreguen el dinero que han prometido.

El futuro está en juego.

Presidentes y primeros ministros llegan esta semana a Glasgow para una cumbre crucial sobre el clima. El resultado de la reunión determinará, en gran medida, cómo sobrevivirán 7000 millones de personas en un planeta más caliente y si será posible revertir niveles mucho peores de calentamiento global para las próximas generaciones.

El fracaso en la disminución del incremento en las temperaturas —causado por la quema de petróleo, gasolina y carbón— ya ha ocasionado inundaciones mortales, incendios, calor y sequía por todo el mundo. Ya ha exhibido un inmenso abismo entre el consenso científico (que dice que la humanidad debe reducir rápidamente las emisiones de efecto invernadero que calientan al planeta para evitar una catástrofe climática) y las acciones que los líderes políticos y muchos ejecutivos de negocios están dispuestos a emprender.

“Que en varios países ahora estemos tan peligrosamente cerca del límite es tal vez la tragedia de nuestra época”, dijo Mia Mottley, primera ministra de Barbados, en una entrevista.

Sobre la cumbre, que durará 12 días, se ciernen tensiones. Algunos países pobres muy afectados por los desastres climáticos están a la espera del dinero que se les prometió, y no se les ha entregado, por parte de las naciones industrializadas que han avivado la crisis. Los países contaminantes se presionan unos a otros para reducir sus emisiones mientras que compiten por ganar ventaja y enfrentan los impactos en sus propias economías.

Para complicar la situación, la necesidad de tomar acciones colectivas para atender una amenaza global urgente y existencial sucede en un momento en que el nacionalismo va en aumento. Por este motivo, las conversaciones en Glasgow servirán para probar si de hecho es posible la cooperación a nivel global para enfrentar una crisis que no reconoce fronteras nacionales.

“No creo que, como líder nacionalista, puedas resolver solo la crisis climática”, dijo Rachel Kyte, exfuncionaria de las Naciones Unidas que ahora es decana de la Escuela Fletcher de la Universidad Tufts. “Dependes de las acciones de otros”.

La ciencia es clara en cuanto a lo que se requiere hacer. Para 2030, en menos de una década, es preciso recortar a la mitad las emisiones de dióxido de carbono, metano y otros gases de efecto invernadero que impulsan el aumento de las temperaturas globales. De hecho, estas emisiones siguen en aumento. La semana pasada, la Organización Meteorológica Mundial advirtió que la cantidad de gases de efecto invernadero que atrapan calor en la atmósfera ha alcanzado un punto máximo en 2020 a pesar de la pandemia e indicó que este año también están aumentando.

En consecuencia, la temperatura promedio global ha aumentado más de un grado Celsius desde la Revolución industrial. El consenso científico asegura que si aumenta en 1,5 grados Celsius, o 2,7 grados Fahrenheit, aumentará de manera significativa la probabilidad de catástrofes climáticas mucho peores que podrían exacerbar el hambre, las enfermedades y el conflicto.

Para muchos países poderosos, entre ellos Estados Unidos, la meta de limitar el aumento de las temperaturas al rango de los 1,5 grados Celsius se ha convertido en una suerte de estandarte. No es algo alcanzable: incluso si todos los países lograran las metas que se impusieron con el Acuerdo de París de 2015, las temperaturas promedio globales ya van en camino de aumentar en 2,7 grados Celsius para el fin del siglo.

La semana pasada, John Kerry, el enviado del clima de Estados Unidos, que había descrito la cumbre como “la mejor última esperanza”, intentó templar las expectativas. “Nunca se iba a lograr que este año o en Glasgow se pusieran de acuerdo todos los países necesariamente”, dijo el jueves en una entrevista telefónica. “Se suponía que iba a impulsar el aumento de ambición a escala global”.

Las metas de la cumbre son que los países se animen unos a otros a fin de frenar sus emisiones, que se comprometan a brindar apoyo económico a los países de menores ingresos para atender los impactos y pulir algunas de las reglas establecidas por el Acuerdo de París.

El acuerdo estipulaba que los países se reúnan cada cinco años para actualizar sus planes para el clima e impulsarse unos a otros a hacer más. Debido a la pandemia no se cumplió con el encuentro en 2020. La cumbre del clima se pospuso. Los desastres se acumularon.

La pandemia también es importante de otro modo. Ofrece una triste lección sobre las posibilidades de una acción conjunta. Los países, para proteger a sus propios ciudadanos y en ocasiones a sus industrias farmacéuticas, se volcaron hacia sus asuntos nacionales, lo que resultó en una dramática desigualdad en la distribución de vacunas. La mitad de la población mundial sigue sin vacunarse, sobre todo en los países del sur global.

“Acabamos de experimentar lo peor de la respuesta de la humanidad a una crisis global”, dijo Tasneem Essop, directora ejecutiva de la Red de Acción Climática, un grupo activista. “Y si esta va a ser la trayectoria para atender la crisis climática global entonces estamos en problemas. Espero que este sea un momento de reflexión e inflexión”.

Mientras tanto hay indignación debido a la falta de medidas oficiales. Se espera que las calles de Glasgow sean ocupadas por decenas de miles de manifestantes.

¿Qué busca cada quién?

Las principales divisiones que se prefiguran en las conversaciones de Glasgow, conocidas como vigésima sexta Conferencia de las Partes, o COP26, son sobre quién es responsable del calentamiento del planeta que ya está en marcha, quién debería hacer qué cosa para evitar que empeore y cómo vivir con el daño causado hasta el momento.

El lugar del encuentro en sí sirve de recordatorio. A mediados del siglo XIX, Glasgow era el centro de la industria pesada y la construcción de buques. Su poderío y riqueza creció conforme Gran Bretaña fue conquistando naciones por toda Asia y África, extrayendo sus riquezas para convertirse en la primera potencia industrial del mundo, un puesto que ocupó hasta que Estados Unidos tomó ese lugar.

La mayor proporción de las emisiones que ya han calentado al planeta surgieron sobre todo en Estados Unidos y Europa, incluido el Reino Unido, mientras que la mayor proporción de emisiones producidas hoy en día proceden de China, la fábrica del mundo.

En algunos casos, las diferencias en Glasgow enfrentarán a los países industrializados, como Estados Unidos y las naciones europeas, contra las economías emergentes, entre las que están China, India y Sudáfrica. En otras situaciones, las diferencias serán entre los grandes contaminantes emergentes, como China e India, y los pequeños países vulnerables, entre los que están las pequeñas islas en el Pacífico y el Caribe, que se encuentran bajo el nivel del mar y que desean que se tomen acciones más agresivas para frenar las emisiones.

Las tensiones a causa del dinero son tan pronunciadas que amenazan con estropear la cooperación.

En 2010, los países ricos habían prometido pagar 100.000 millones de dólares anuales para 2020 a fin de ayudar a los países pobres a atender el cambio climático. Parte de ese dinero ya se ha pagado, pero la cifra completa no se terminará de entregar sino hasta 2023, con tres años de retraso, según el plan más reciente anunciado por un grupo de países industrializados.

Más controversial es la idea de que los países industrializados también paguen reparaciones a las naciones vulnerables a modo de compensación por el daño ya ocasionado. El fondo, que en círculos diplomáticos se conoce como un mecanismo de pérdidas y daños, ha dejado de discutirse durante años debido a la oposición de países como Estados Unidos.

Esta semana, Kerry dijo que “apoyaba” la idea de ayudar a los países que no pueden adaptarse para aliviar los efectos del cambio climático, pero que le preocupaba abrir la puerta a los reclamos por daños a terceros.

Luego están las tensiones en torno a qué países están cumpliendo con la parte que les corresponde para reducir sus emisiones.

El gobierno de Biden ha prometido que para 2030 Estados Unidos va a reducir sus emisiones por alrededor de la mitad de los niveles de 2005. Pero no está claro que el presidente estadounidense tenga la capacidad de lograrlo, ya que la legislación se ha debilitado y demorado en el Congreso, en parte debido a un solo congresista demócrata que tiene vínculos con la industria de los combustibles fósiles.

Estados Unidos ha estado presionando intensamente para que China fije metas más ambiciosas en Glasgow. Pero hasta ahora, Pekín solo ha indicado que sus emisiones seguirán creciendo y no van a declinar antes de 2030. China se muestra recelosa de la capacidad de Estados Unidos para cumplir con sus metas de emisiones y financiamiento, un escepticismo que ha sido avivado por la incapacidad de Biden hasta el momento para lograr que el Congreso apruebe su agenda.

Además, ambos países están enzarzados en otros desacuerdos que abarcan desde el comercio hasta la ciberseguridad y los asuntos de defensa.

Aunque el presidente Biden estará en Glasgow, es probable que el mandatario Xi Jinping de China solo aparezca a través de video, lo que imposibilita cualquier discusión cara a cara.

También el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, planea quedarse en casa. Y el presidente de Rusia, Vladimir V. Putin, tampoco acudirá aunque tal vez haga una participación remota. Es poco probable que India se comprometa a deshacerse de su fuerte dependencia en la energía generada por carbón, a pesar de que ha extendido su generación de energía solar con rapidez.

Los diplomáticos más optimistas indican que los países tendrán que llegar a un acuerdo y cooperar.

“Debido a la naturaleza global de esta amenaza”, dijo Dan Jorgenson, ministro del ambiente de Dinamarca, “verás que los países, por interés propio, trabajarán con países a los que ven como su competencia”.

Independientemente de lo que suceda en la cumbre, el éxito en la lucha contra el cambio climático será determinado por la rapidez con que la economía global sea capaz de alejarse de los combustibles fósiles. Los representantes de los intereses del carbón, el petróleo y el gas, así como sus aliados políticos, están en contra de dicha transición. Pero hay una transformación a la vista.

Se estima que el uso global de combustibles fósiles, que ha ido en aumento continuo durante 150 años, alcance su pico máximo a mitad de esta década, si es que los países cumplen en su mayoría con las promesas del Acuerdo de París, según las estimaciones de la Agencia Internacional de la Energía. En algunos mercados, la energía solar y eólica se han convertido en las fuentes más baratas de electricidad. El uso del carbón caerá dramáticamente para mitad de siglo, a pesar de que este año se ha disparado debido al aumento de la actividad industrial en China; los autos eléctricos deberían disminuir la demanda global de gasolina para la década de 2030.

El aumento global de temperatura también se ha ralentizado desde 2015, cuando se firmó el Acuerdo de París.

Para algunos, lo anterior es prueba de que la diplomacia del clima funciona. La mayoría de los países están cumpliendo con lo que firmaron, es decir con fijar sus propias metas y “vigilarse unos a otros” para mejorar, dijo Ani Dasgupta, presidente de World Resources Institute, un grupo de investigación y defensa con sede en Washington.

“Vemos que sí sucede, el incremento de la ambición”, dijo. “No sucede lo suficientemente rápido”.

Desde su hogar en Barbados, Mottley ve otra señal prometedora: la presión que enfrentan los líderes de países en el norte global conforme los peligros del cambio climático afectan a sus ciudadanos. Entre ellos están las inundaciones que mataron a casi 200 personas en Alemania, el país más rico de Europa, así como los incendios que destruyeron casas en California, el estado más adinerado de Estados Unidos.

“Son los habitantes de los países avanzados que, al reconocer que este es un tema grave, causan que haya avance”, dijo. “Es la presión política interna de la gente de a pie la que, en mi opinión, va a salvar al mundo”.

Somini Sengupta es corresponsal de clima internacional. Ha reportado para el Times sobre Medio Oriente, África Occidental y el sur de Asia. En 2003 recibió el Premio Polk por su trabajo en Congo, Liberia y otras zonas en conflicto. @SominiSengupta • Facebook

The New York Times

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