La nueva dinámica del Frente de Todos oxigenó el dispositivo político y permitió ejecutar una serie de medidas -ninguna demasiado ambiciosa- con el objetivo de, en palabras del Presidente, dar vuelta la elección en noviembre en la provincia de Buenos Aires. En un momento en el que Argentina se revela como un país pobre, la disputa es por la redistribución de una renta que no existe y nuestras élites empresariales muestran una vez más -a través de una investigación global- que son mucho más parte de los problemas que de las soluciones, en el oficialismo intentan otear más allá de las legislativas generales.
“Nuestro proyecto político está chocando con los límites de la realidad”, reconoce ante #OffTheRecord un muy escuchado técnico del peronismo. Es similar a lo que piensa Cristina. La lectura no es una autocrítica sino un diagnóstico. En un país donde cualquier grupo de poder define una política pública, CFK hace equilibrio entre acompañar medidas antipáticas para su base electoral que ya tomó cuando lo necesitó siendo Presidenta -devaluación, corrección tarifaria, acuerdo con el CIADI y el Club de París; hoy, con el Fondo y sus derivadas- y la necesidad de dejar testimonio para fortalecer su identidad política. La diferencia con el primer escenario era el amparo de los dólares que Axel Kicillof tenía en el Banco Central y una determinación muy decidida en la afectación de intereses. En aquel momento, una brecha del 40% empujó al gobierno a tomar decisiones con el horizonte de la corrección macroeconómica. La situación de nuestro país es tan delicada que el acuerdo con el Fondo no garantiza por sí mismo la llegada de dólares, pero no acordar sí asegura la escasez. Esa falta de dólares puede generar varias distorsiones no deseadas. Lo alertó en Infobae Alejandro Vanoli, el último titular del BCRA de Cristina: “Es imprescindible prevenir situaciones cambiarias disruptivas que pueden evitarse en el marco de un plan consistente y creíble que reduzca la brecha cambiaria recuperando la confianza”.
Una de las noticias de la semana, a pesar de su pequeño alcance absoluto, fue el acuerdo entre Toyota y SMATA, que los trabajadores de la empresa rubricaron en asamblea. El acuerdo reduce la cantidad de horas totales de jornada por trabajador -que hasta ahora era de cinco días por semana y dos sábados al mes en horas extras- a cinco días semanales, con dos francos completos y un bono para compensar las horas extras. La empresa se asegura así cubrir la producción los sábados, sujeta antes a la incertidumbre de las horas extras, y mantener más horas a la semana la planta en funcionamiento. Los cambios, junto con otras inversiones, posibilitarán aumentar la producción de las 145 mil unidades que se producirán este año a entre 170 mil y 180 mil en 2022. El acuerdo muestra un camino de aumento de la productividad que no necesitó modificar ni la legislación laboral ni el convenio colectivo automotriz para consumarse. Mirado en términos de costo laboral por hora regular trabajada, el acuerdo rubricado incluso subió los costos, pero permitió acercar a la empresa al aprovechamiento pleno de la capacidad instalada disponible. Lejos del prejuicio habitual sobre los sindicatos, la conducción del gremio mecánico recorrió un camino de diálogo con la directiva local de la empresa japonesa que resultó fructífero. En un sector históricamente deficitario en divisas que se está reconvirtiendo -acompañado por medidas activas del gobierno como la reciente eliminación de retenciones- hacia una orientación cada vez más exportadora, la noticia es alentadora.
Es habitual celebrar logros concretos que significan mejoras respecto de situaciones anteriores. No perder o retroceder en coyunturas muy adversas, en cambio, suele ser menos valorado ya que es difícil explicar el contrafáctico y porque el diario del lunes hace parecer obvia cualquier solución exitosa. Vale la pena, sin embargo, destacar lo que está sucediendo hoy mismo con los precios de la energía en Asia y Europa, donde la recuperación de la pandemia y la escasez de suministro llevaron los precios del gas y el carbón a récords históricos tras los pisos de inversión verificados el último año durante el peor momento de la pandemia. Argentina, donde las crisis globales suelen amplificarse, no aparece sin embargo afectada por esta situación que normalmente hubiera puesto presión sobre el resultado fiscal, externo y sobre las reservas vía mayores importaciones de GNL. El motivo es el plan Gas.ar, pensado como forma de dar certidumbre a la producción frente a lo que había sido un marcado declive de la inversión tras los shocks devaluatorios durante el gobierno de Mauricio Macri. El plan logró evitar lo que se proyectaba como un inevitable declino en la producción gasífera y fijó para las empresas un horizonte de previsibilidad para su producción de cuatro años con claros precios de referencia y el compromiso de abastecer la demanda interna con la posibilidad de exportar en épocas no invernales. El esquema -que enfrentó la oposición interna del interventor del ENARGAS, Federico Bernal, en desacuerdo con las garantías plurianuales y los precios en dólares- permitió recuperar la producción convencional y no convencional y contiene compromisos de inversiones con fuertes penalidades por eventuales incumplimientos. El precio de referencia fijado para el horizonte de cuatro años ronda los 3,5 dólares por millón de BTU mientras las importaciones de GNL en Asia se negociaban por encima de 30 dólares y se agigantaban los temores en Europa -donde el gas ruso que llega por gasoductos cotizaba por encima de 15 dólares por millón de BTU- por una posible crisis energética para el invierno boreal acompañada por fuertes presiones inflacionarias ligadas al precio de la energía.
Ambos ejemplos -el plan Gas.ar y el reciente acuerdo de Toyota y SMATA- tienen en común una mirada pragmática sobre la producción, en la que las necesidades de las empresas son tomadas en cuenta para la construcción de resultados virtuosos, pero no son consideradas la única ni la principal variable a tener en cuenta sino apenas una ineludible. Los límites que encuentra esta mirada son, muchas veces, también pragmáticos. Suele criticarse, con razón, el peso excesivo que tienen en la estructura tributaria argentina impuestos directos distorsivos como el del cheque e Ingresos Brutos, que afectan la competitividad y la estructura de costos de las empresas. Son también los más fáciles de cobrar. La reciente revelación del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación sobre sociedades offshore en varios paraísos fiscales, bautizada como Pandora Papers, dejó un dato revelador sobre la élite empresarial argentina. El país, cuyo PIB nominal ronda el puesto 32 a nivel global, es el tercero con mayor cantidad de beneficiarios de esquemas offshore diseñados para facilitar la elusión o la evasión impositiva.
A diferencia de otros países en la lista, la presencia de la dirigencia política en las filtraciones sobre Argentina es marginal, y son los hombres de negocios los que explican la prominencia. Los impuestos que se evitan por estos esquemas, vale decirlo, no son los distorsivos que dañan la competitividad de nuestras empresas sino justamente los impuestos a los ingresos y al patrimonio que deberían reemplazarlos. Charles Maurice de Talleyrand fue una de las más talentosas y elegantes figuras que nos dejó Francia a lo largo de su historia. Hoy podemos advertir otras. Según la biografía de Duff Cooper, Talleyrand dijo alguna vez, con razón, que la persona más difícil de tratar para el ministerio de Relaciones Exteriores de Napoleón era el propio Napoleón. Las nuevas generaciones de las elites en Argentina tienen que decidir si cortan el cordón y se transforman en una palanca para el desarrollo o si continúan replicando las prácticas de generaciones anteriores.
La proliferación de esquemas de evasión y elusión impositiva empresariales es parte de una nociva puja distributiva nacional de la que, demasiado a menudo, se hace responsables exclusivos a asalariados y beneficiarios del sistema de seguridad social. No es la única forma en que los empresarios se apropian de rentas en esa puja. Los cotos de caza son abundantes. Nuestros aeropuertos son caros para la exportación de cargas. La electrónica, hoy indispensable para la productividad laboral y la vida en general, es posiblemente la más cara del continente. Para los trabajadores, el costo de la indumentaria se ha vuelto prohibitivo. Los ejemplos abundan y detrás de cada uno se esconde una disputa por apropiarse de una renta nacional que, en una mirada de largo plazo, sólo se ha reducido. Argentina, históricamente un país de ingresos medios altos, con importantes pisos de bienestar, es hoy un país de ingresos medios, en trayectoria descendente, donde la pobreza golpea tanto por la cantidad de compatriotas a los que afecta como por lo que su composición etaria dice sobre nuestro futuro.
La pelea no puede ser solo por apropiarse de rentas sino por generar nuevas. La necesidad de obtener divisas para alimentar el crecimiento debería ordenar el próximo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y el desarrollo de sectores de alto potencial. Las posibilidades de proyectos en Vaca Muerta, emprendimientos mineros de gran tamaño, el relanzamiento del sector forestal, la expansión de la productividad agrícola y la agregación de valor a sus productos a partir del aumento de la producción de proteína animal, ofrecen posibilidades ciertas en el corto y mediano plazo. La decisión del gobierno sobre los distintos intereses garantizados cuya capacidad apropiadora perjudica el desarrollo redundará en forma directa en las chances de que estos horizontes se materialicen. Quizás con una orientación opuesta, el gobierno debería repasar la cuarta temporada de The Crown y tomar la lección de una muy bien ficcionada Margaret Thatcher. En uno de los diálogos con la reina Isabel que los guionistas escribieron para mostrar sus tormentosos primeros años, Thatcher señala -palabras más, palabras menos- que cada pequeña transigencia de corto plazo la debilitaba en su capacidad para moldear el mediano y el largo. Con mucho de suerte de su lado, un lustro después, había cambiado al Reino Unido mucho más allá de lo que nadie creía posible.
Iván Schargrodsky | Cenital.com