En 2018 el sector más rico reunía ingresos 15 veces superiores a los más relegados. En 2022 esa relación se redujo a 12. La pobreza escaló casi 15 puntos.
El Producto Bruto Interno creció durante 2022 en un 5,2%. El desempleo en las poblaciones urbanas cayó hasta el 6,3% en el último trimestre de ese año. Estos datos que resultan coherentes entre sí podrían explicar también la reducción de la desigualdad que esta semana publicó el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) en su estudio sobre Distribución del Ingreso.
Allí se destaca una mejora sensible de la denominada brecha del ingreso per cápita familiar. En el último trimestre de 2022 la mediana de los ingresos del diez por ciento más rico de la población representó el equivalente a 12 veces los ingresos per cápita del diez por ciento más relegado.
Se trata de un registro que mejora lo ocurrido, al menos, en los últimos siete años. Es que en el mismo cuatrimestre de 2016 la brecha llegaba a 14 veces y en 2017 hasta 13 veces. En 2018 la tendencia se revirtió y esa relación escaló hasta las 15 veces, para subir hasta 16 en 2019, y a 18 en 2020.
Sin embargo, un indicador que suele ser identificado con la distribución del ingreso mostró un comportamiento inverso. La evolución de la pobreza que, según el último informe oficial, alcanzó para el segundo semestre de 2022 a un 39,2% de la población, en 2018 afectaba a «apenas» e l 23,4% de las personas.
¿Cómo es posible que, habiendo mejorado sensiblemente la distribución de los ingresos, la pobreza haya escalado casi 16 puntos porcentuales?
Se trata de 7,27 millones de personas que cayeron por debajo de la línea de pobreza en la Argentina en apenas cinco años al mismo tiempo que la brecha de desigualdad se contraía en un 20%.
La respuesta se encuentra en la Cuenta de Generación de Ingresos del Indec que muestra la denominada distribución funcional del ingreso y que, a diferencia del informe que se conoció que mide personas, refleja el porcentaje del PBI que obtienen las distintas clases sociales que intervienen el proceso productivo. Por un lado, los empresarios y las ganancias capitalistas y, del otro, los trabajadores asalariados.
Allí surge que, mientras en 2016 la remuneración del trabajo asalariado en el cuarto trimestre explicaba el 53,9% del valor agregado de la economía, según el último dato disponible del tercer trimestre de 2022, ahora equivale a apenas al 43,6%.
En el mismo período los empresarios incrementaron su apropiación del producto en 7,5 puntos porcentuales. El denominado excedente de explotación pasó de un 38,6% en 2016 hasta un 46,1% en el tercer trimestre de 2022. El denominado ingreso mixto que se refiere a autónomos y pequeños emprendimientos familiares pasó de 11,5% a 12,9%.
Ocurre que dentro del diez por ciento de la población que tiene ingresos más altos también hay millones de trabajadores asalariados registrados cuyos ingresos retrocedieron en su poder de compra.
En la cúspide de esa pirámide, disimulados en el decil 10 se encuentra ese uno o dos por ciento de la población que compone el empresariado y que, según lo demuestran las estadísticas oficiales, se enriqueció especialmente a pesar de (o por) la pandemia, la guerra en Ucrania y la escalada inflacionaria.
Lo que se produjo en realidad fue una caída generalizada de los salarios que afectó también a los trabajadores con mejores sueldos achatando la pirámide. Es que, para formar parte de diez por ciento de la población con mayores ingresos alcanzó con reunir $ 115 mil per cápita familiar.
La Canasta Básica Total que mide el umbral de la pobreza en diciembre de ese año llegaba a $ 49.357 para un adulto y a $ 152.500 para una familia integrada por dos adultos y dos menores. Dicho de otra forma, una familia de ese tipo que, con dos salarios, apenas logra eludir una situación de pobreza ya está al borde de integrar el diez por ciento de la población más rica. Es que mientras que para integrar el decil más rico de la población en diciembre de 2017 era necesario reunir ingresos per cápita por un 90% de la CBT, ahora alcanza con un 72%.
En definitiva, y a pesar del crecimiento económico, la mejora en la distribución del ingreso no es resultado de un ascenso de los sectores más relegados sino del empobrecimiento de cada vez más estratos de la población trabajadora.
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