MILEI, ¿CHILL DE COJONES?

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“Chupame la pija, Vázquez”. Con esa licencia literaria, Santiago Caputo descartó la idea que el titular de la DGI, Andrés Vázquez, le había acercado luego de las filtraciones publicadas en La Nación junto al Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP) con el apoyo del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ, por sus siglas en inglés). Vázquez -luego del artículo que revelaba que compró a través de sociedades del exterior tres inmuebles en Estados Unidos por más de 2 millones de dólares que nunca declaró ante la Oficina Anticorrupción (OA)- puso su renuncia a disposición ante Caputo, que la rechazó in limine con un énfasis que tiene, además de una exploración poética, una búsqueda política: con un criterio mucho más parecido al kirchnerismo que al PRO, para La Libertad Avanza la agenda de la corrupción no es un eje central de gobierno. Ni como víctima ni como victimario.

Máxime cuando fue el propio Mauricio Macri -a través de Luis “Toto” Caputo y otros conocidos en la administración nacional- uno de los que quiso evitar la llegada de Vázquez al organismo. Se desconoce si fue por eso o por un repentino compromiso fiscal que, a las 48 horas del nombramiento al frente de DGI, los Macri se presentaron a regularizar la deuda que tenían con el ente recaudador, que en algunos casos superaba los 6 millones de dólares y que fueron honrados en su totalidad en un solo pago.

Todo esto se da en el marco de las filtraciones sobre las sociedades offshore y los departamentos en Estados Unidos -esta vez en elDiarioAr, también con CLIP- que involucraron a Cristian Ritondo y disiparon repentinamente el interés de Silvia Lospennato en el proyecto de ficha limpia. ¿Qué tienen en común Cristian Ritondo y Andrés Vázquez? A ambos -mucho más al jefe del bloque PRO- los sindican como cercanos a Pablo Otero, de Tabacalera Sarandí. ¿Estamos frente a una disputa dentro del mercado del tabaco por el mercado local? ¿Puede haber participado el principal competidor de Sarandí, Philip Morris International? Algunos pensaban quién podía ser el tercero y se preocupaban por Diego Santilli.

En el Gobierno rechazan esa versión automáticamente. “Vázquez no es de Otero, si alguna vez tuvo que mirar para otro lado fue por la orden política que le dio la gestión anterior durante cuatro años”, resumen. Podría ser cierto: la ARCA le va a iniciar a Otero una causa penal tributaria por mil millones de dólares. El motivo -entre otros-, dicen, es sencillo: Javier Milei lo tiene en la mira porque lo sindica como accionista de un medio de comunicación que le genera particular rechazo.

En Casa Rosada están convencidos que detrás de la espiralización del tema Ritondo en redes sociales está Macri. Así se lo hicieron saber en un informe privado que le hicieron llegar al Cabezón que muestra que quienes movieron el tema en X son los mismos que le hicieron la campaña a Javier Iguacel como candidato a gobernador. Ante la consulta de #OffTheRecord, el entorno del ex presidente dio algún indicio: “Lo vamos a bancar, pero tiene que salir a explicar porque nos quedamos sin argumentos: por eso hay un silencio sepulcral en el bloque”.

Macri, que tiene (casi) decidido ser candidato a senador por la Ciudad en una elección que será desdoblada de las locales, está realmente enojado con Casa Rosada. Si las elecciones fueran hoy, el PRO iría por separado. “No ve un acuerdo ni mucho menos y no tiene diálogo con Milei hace tiempo”, confirman. Si bien falta mucho, la carta que los amarillos tienen arriba de la mesa es la del soporte político de cara a los mercados internacionales. “Si nosotros damos gestos de no acompañar van a tener un quilombo financiero”, advierten.

No es el único desorden político que tiene un Gobierno que se comporta como si tuviera 14 provincias y mayoría en ambas cámaras. El enfrentamiento con Victoria Villarruel, de final abierto, puede derivar en situaciones impensadas desde el punto de vista político o institucional. El pedido de desafuero a Edgardo Kueider por la causa Securitas llamó la atención en el oficialismo, que señala a dos potenciales responsables: uno de los dueños de La Nación, Fernán Saguier, y la propia Villarruel. No debe ser casualidad que el gobierno evalúe nombrar en comisión a Ariel Lijo antes de fin de año para que la feria no demore el juramento del magistrado.

Al día siguiente de la sesión, Caputo habló con la vice y, si bien ella le dijo a su entorno que “fue una charla muy buena, muy franca”, hubo pasajes de fricción que marcan el pulso de su vínculo con Casa Rosada.

— Mirá que entre cinco y diez puntos tengo — toreó Villarruel.

— No, no los tenés. El que te dice eso te miente y te quiere usar: vos sos lo que sos pura y exclusivamente por Javier — respondió el asesor presidencial.

En otro pasaje, la vice se quejó del usuario de X conocido como El Trumpista: “Me putea todo el día”. “Si querés que nos pasemos facturas empezá a ordenar al gordo pelotudo que le soltaste la cadena”, respondió Caputo en indudable referencia al senador Francisco Paoltroni. Es por eso, entre otros motivos, que Villarruel publica el tuit el domingo: “No estoy participando de ningún armado político y cuando lo haga, lo haré donde el Presidente me lo pida”. Una señal de sometimiento que se le suma a haber borrado el tuit que generó la polémica con Francia, pero que es aún insuficiente para Milei y su entorno.

Mientras tanto, el punto de partida del año económico del Gobierno debería arrancar por una admisión que merece de mayores matices y elegancia que los que el presidente Milei habitualmente utiliza para referirse a los pronósticos, pero que, luego del blanqueo es, al menos por un tiempo, ineludible. Los resultados provisorios de las principales variables por las que al oficialismo le interesa ser juzgado están hoy muchísimo más cerca de donde las veía el gobierno que del lugar en el que las ubicaban el consenso del mercado y los mejores analistas. Hace un año, eran prácticamente inexistentes quienes apostaban por figuras de inflación mensual como las del último mes, producto, naturalmente, de promesas de campaña que felizmente fueron incumplidas, como la dolarización, el cierre del Banco Central o el rechazo a negociar con nuestros dos principales socios comerciales.

El 2,4% de noviembre, agrandado estructuralmente además por los servicios regulados, es la última muestra de una tendencia decreciente que se sostuvo desde el altísimo punto de partida de diciembre pasado, cuando Milei arrancó devaluando el peso oficial más del 100% en medio de una corrida inflacionaria ya en curso. El resultado no es contundente sólo frente a diciembre pasado. En julio, cuando el gobierno llevaba más de seis meses, el consenso del REM -el índice del Banco Central que registra las expectativas del mercado- preveía un número que no bajaría del 4,4% en ningún mes de 2024. Apenas cuatro meses después, se ubicaba casi en la mitad. La euforia de los operadores, más allá de las posibilidades circunstanciales de ganancias de corto plazo, se explica porque el Poder Ejecutivo ganó una primera ronda al pulso financiero.

Mientras los mercados están eufóricos por su error -y los valores de acciones y bonos alimentan el aumento de la popularidad de Milei, particularmente en el círculo rojo-, la persistente crítica por izquierda busca atribuir los logros en materia inflacionaria a la severa recesión con la que el país cerrará el año 2024. Tiene sentido, después de todo. Los datos interanuales de actividad, incluso suavizados por el contraste con un año de sequía severa, son muy negativos. De acuerdo al último dato de INDEC, en el tercer trimestre, terminado al final de septiembre, el PIB se contrajo al 2,1% anual y el consumo privado cayó a una tasa aún más alta, del 3,2%, en un marco de derrumbe de la inversión, que se desplomó al 16,8% interanual.

Estos números, que parecerían dar la razón a los críticos, cuentan sólo parte de la historia. En la comparación con el anterior trimestre, la economía no sólo no cayó sino que se recuperó un 3,9%, una tasa altísima. El consumo privado fue el principal impulsor de esa recuperación, creciendo al 4,6%. Incluso el empleo privado -y hasta el industrial- dieron señales de repunte en septiembre. Son números importantes que, de mantenerse, explican el crecimiento de la imagen presidencial y abonan al optimismo electoral de cara al próximo año, pero que, además, desmienten que la recesión sea el principal factor que impulsa el actual proceso desinflacionario. Los precios aumentaron más en el peor momento recesivo y su desaceleración no sólo acompañó la recuperación, sino que, posiblemente, aparezca entre sus causas.

El principal factor desinflacionario no fue real sino monetario. La fortaleza del peso frente al dólar. Luis Caputo anunció, tras la devaluación inicial, el crawling peg del 2% para el inicio de 2024 y afirmó en julio que, lejos de extinguirse o convertirse en excremento, como postuló el presidente en campaña, la moneda nacional sería una moneda fuerte, escasa y demandada. Otra vez, dos apuestas riesgosas en las que el ministro se impuso al consenso de los mercados a fuerza de pragmatismo. Lejos de repetir la experiencia macrista con la salida del cepo, las restricciones parecen gozar de buena salud y encaminadas a prolongarse, como mínimo, hasta después de las elecciones. El otro gran factor de la pax cambiaria, además de algunas intervenciones heterodoxas, pero muy puntuales, en los mercados paralelos, fue el éxito del blanqueo, que no aportó dólares a las reservas netas, pero sí para aceitar el funcionamiento del sector privado y garantizar que la oferta de dólares supere, transitoriamente, a la demanda. Si el cepo explica que ninguno de los apuros circunstanciales que pasó el peso se convirtiera en una crisis, el blanqueo explicó la perforación de la brecha con los paralelos, que en el último mes se ubicó en mínimos históricos.

Hacia adelante -y sin descartar que alguna forma de alquimia vuelva a permitir al oficialismo imponerse sobre los riesgos estructurales- el esquema cambiario se debate entre la posibilidad de mantenerse hasta las elecciones y su sostenibilidad posterior. Los análisis ven escenarios en los que el gobierno podría llegar al pleito electoral de octubre sin alteraciones cambiarias insalvables -incluso sin acuerdo con el Fondo Monetario Internacional-, pero son muchísimo más reticentes a asignar sostenibilidad al actual formato pasado ese punto.

En un informe reciente de Equilibra, Martín Rapetti analiza dos escenarios de crecimiento: uno alto, favorable al oficialismo, y uno más conservador. En ambos casos, con riesgos internos diferentes -aumento de las importaciones y salida de dólares por turismo, por viajes al exterior en el caso del de alto crecimiento, e incertidumbre política y dolarización de carteras en el segundo-, el análisis considera probable que el Gobierno disponga de los dólares para sostener el esquema actual, por los efectos perdurables del blanqueo y la movilización de divisas del sector privado, junto a un posible final del llamado dólar blend, que fortalecería las reservas.

La perspectiva de Rapetti no difiere de la de otros macroeconomistas, ortodoxos y heterodoxos, que confían en la capacidad del Gobierno de llegar a octubre monetariamente competitivo. Una perspectiva que debería fortalecerse en caso de que la nueva administración estadounidense entregue a la Argentina un acuerdo significativo con el FMI. El entendimiento se vuelve clave de cara al escenario post electoral. Así como coinciden en las posibilidades del oficialismo de llegar a octubre, nadie cree que el tipo de cambio actual -con el que es más barato vacacionar en Río de Janeiro que en Mar de Ajó- sea sostenible en el tiempo. El pleno desarrollo de Vaca Muerta, el cobre y el litio -y hasta las masivas inversiones en inteligencia artificial y energía nuclear con las que sueña Demián Reidel- tienen un horizonte más largo que la duración del mandato presidencial. El tipo de cambio, sin embargo, se acerca al de uno de los peores momentos de apreciación, en la crisis de la convertibilidad, acompañada, como en aquel entonces, por un sesgo económico aperturista.

En este marco, el Gobierno necesitará un gran flujo de dólares del que no dispone para sostener el esquema y avanzar en una normalización inflacionaria que, tras las elecciones, ponga al país en línea con la realidad de casi todo el mundo. Ya sea del Fondo o de los mercados de crédito voluntarios, es difícil advertir la compatibilidad entre la mirada de potenciales financistas y la competitividad actual de nuestra economía en pesos. Una duda para el largo plazo que, en Argentina, suele ser considerada como un no lugar en el que es mejor no pensar, al menos cuando se es oficialismo. Será problema para el futuro que, como todos sabemos, no existe, ya que cuando llega, por definición, es presente.

El final del año, entonces, llega con Milei, desde Italia, autoproclamando su propia grandeza y reafirmando su posición de referente global. Esto ocurre con una dimensión y un carácter de liderazgo que sólo explica, en una parte reducida, los motivos que lo volvieron una celebridad que despierta el interés tanto de dirigentes políticos en las nuevas derechas como de los principales medios y, en general, de los comunicadores a nivel mundial. La autopercepción presidencial se alimenta de un presente que le sonríe en el plano de la popularidad, medida por las encuestas de opinión; la economía, medida por el índice de inflación y el déficit fiscal; y el futuro político, medido por su situación relativa a la de sus potenciales adversarios. Una situación que le permite encarar con optimismo el futuro próximo, aunque, cuando se mira de cerca, podría ser mucho más frágil de lo que aparenta.

El peronismo es la contracara de este Milei con la autopercepción hipertrófica a la hora de evaluar el ánimo con el que enfrentará el año que está al caer. Y no hay elementos para pensar que podría ser más fuerte de lo que aparenta. El último episodio fue la deslucida reunión en Moreno -que logró acomodar poquísimo más que una foto de unidad con Sergio Massa, Kicillof y Cristina Fernández. La disputa entre quien ocupa el principal rol institucional y la principal dirigente del espacio tiene una particularidad que oscurece muchísimo su carácter de cara a la militancia silvestre y, principalmente, las bases de votantes que ambos comparten: la falta de diferencias de fondo. Incluso sin que un programa claro los dividiera, Alberto Férnandez y su vice discutieron públicamente en materia de deuda, relación con el FMI, nivel tarifario, la extensión del poder estatal sobre las decisiones comerciales y el resultado fiscal deseable. Ninguna de estas cuestiones aparece delimitada en bandos en la disputa que la enfrenta al gobernador bonaerense.

Acaso peor, hoy al peronismo le cuesta señalar una propuesta alternativa a la de Javier Milei que se pueda articular con algunas ideas, ejes o eslóganes sencillos que den idea de un horizonte de país, por fuera de la oposición espejada a las medidas o los efectos del gobierno, que cuando se formulan se hacen con una torpeza preocupante. Apenas las cartas de la expresidenta pusieron en debate, durante el año, la posibilidad de salirse de algunos tabúes persistentes. Desde la posibilidad de convertir las compañías estatales actuales en empresas mixtas con cotización, un acuerdo para modernizar las relaciones laborales y hasta la relación con el Estado aparecieron en reflexiones que, sin embargo, no tuvieron eco en cambios de posturas relevantes por parte de quienes reivindican la verticalidad absoluta respecto de su figura. Una inmovilidad que podría ser consecuencia de cierta vaguedad de los principios enunciados, que deberían ser formulados por cuadros técnicos que descreen ideológicamente del sentido de esos cambios o bien de una lectura que no asume de la profundidad de las modificaciones en un recetario que supondría hacerse cargo de ese diagnóstico. Sea cual sea la causa, lo cierto es que hoy el peronismo opositor es casi puramente reactivo y no aparece ni una propuesta política ni un mensaje de futuro que presente a los jóvenes con una causa para defender, excepto propuestas adoptadas sin sentido crítico por gente con menos conocimientos en economía que el autor de este newsletter -cosa que ya es mucho decir.

Cuando el entusiasmo parece exclusivo del territorio libertario, conviene recordar que no fue siempre así, y que el peronismo -con Néstor Kirchner y con CFK- supo en muy distintas ocasiones hacer carne en las expectativas de la población, moldear y generar los términos de la conversación y los anhelos de la sociedad. Una iniciativa política que dejó aciertos y errores importantes, que lo llevaron a victorias sonoras y derrotas casi irreversibles, pero donde los términos de la discusión los ponía el peronismo. Una centralidad que no modificó siquiera el gobierno de Macri, pero que no logra salir de la exhibición obscena de impotencia que fue la administración anterior.

Hay quienes todavía niegan, o perciben como un fenómeno menor al movimiento juvenil que impulsó (y fue impulsado por) el ascenso de Milei. Del Parque Lezama a las campañas de afiliación y los teatros llenos del Gordo Dan, aparece un fenómeno en ascenso. Más allá de la eficacia o no del relato sacrificial -que promete un futuro de grandeza que convertirá al país en la primera potencia mundial- al igual que en la campaña, los libertarios mantienen una narrativa política compacta, que relaciona al líder, bases, objetivos (y mercados). Todo como parte de un mismo movimiento y esfuerzo para “dejar atrás para siempre” el sistema de “la casta”. Llena de agujeros, regada de problemas y exageraciones -en muchas ocasiones, incluso peligrosa en términos republicanos- y demasiado atada a un programa económico con muchas incertidumbres, promete a la juventud una mirada de futuro y un presente que defender. Algo que nadie en el peronismo de hoy podría afirmar sinceramente estar ofreciendo a una generación cuyo primer voto fue la elección de Daniel Scioli contra Mauricio Macri y, en consecuencia, no tiene en su pasado un momento glorioso al que volver, ni grandes conquistas propias sobre las que asentarse para dar respuestas a las insatisfacciones de su presente.


Iván Schargrodsky | Cenital

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