El presidente argentino fue una de las estrellas de la conferencia republicana en Washington, donde el movimiento MAGA reunió fuerzas para las elecciones de noviembre. Crónica desde la cumbre que nuclea a la extrema derecha global.
El presidente me está avergonzando delante de Marty, mi nueva amiga. “Oh, debe ser la interpretación. Imagino que en el idioma original es mucho mejor”. Sé que lo dice para que yo no me sienta mal. Después de cuatro días juntos, buscándonos el uno al otro para sentarnos al lado y comentar los discursos, creo conocerla: está decepcionada.
Javier Milei, del que tanto ha escuchado hablar y al que Donald Trump mencionó de entrada en el show que dio hace un rato, está embarcado en uno de sus tradicionales discursos teóricos. Lo avisó al comienzo: “Dado el impacto de la conferencia en Davos, en el que señalé que Occidente está en peligro dado el avance de las ideas socialistas, hoy voy hacer foco en los fundamentos técnicos que sostienen dichas apreciaciones políticas”. El resultado es un recorrido de citas y ejemplos para demostrar errores de concepción en la escuela neoclásica y las falacias sobre las presuntas fallas de mercado.
“No es muy excitante. Es como… seco. Parece una clase de universidad”, dice Marty. Estamos sentados en el primer anillo frente al escenario, luego de que unos voluntarios nos ofrecieran los lugares. La mitad de la sala quedó vacía después del discurso de Trump. Aún así, a Milei lo recibieron con gritos y aplausos, que buscan el momento para aparecer de nuevo pero no lo consiguen. Poco ayuda el tono y la traducción en simultáneo. El presidente y Santiago Abascal, el líder de Vox, fueron los únicos que no hablaron en inglés, pero el español, cuyo paso por la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) fue mucho más modesto, no tuvo traducción en vivo.
Nayib Bukele, que habló el jueves, parecía más preparado. No tanto por su prolijo inglés sino por el hincapié en la lucha contra las élites globales y las puteadas al periodismo, los jueces y George Soros: todos lugares seguros.
También es cierto que Bukele nos agarró al principio, con buena parte de la cumbre por delante, y este sábado ha sido particularmente estresante para todos los que pasamos por el centro de convenciones Gaylord, el mega complejo que aloja a la cumbre, ubicado a una hora del centro de Washington. La inminente presencia de Trump trastocó el protocolo, por primera vez hubo largas filas para entrar y chequeos de seguridad adicionales.
Todos parecíamos más nerviosos: había más competencia por los lugares libres en la sala (los asientos de la primera mitad de la inmensa sala ya estaban reservados desde la mañana) y menos charla en los pasillos, aunque por supuesto más gente y más color: muchos guardaron sus mejores disfraces, sus trajes con forma de muro de ladrillos, sus vestidos de Reina Maga (Make America Great Again), para esta ocasión. El almuerzo del buffet –pollo frito con macarrones por tercera vez consecutiva– se adelantó a media mañana. A eso hay que sumarle el traqueteo con canciones desde Abba a Metallica en la hora y media de previa a que Trump irrumpiera en el escenario, y el stand-up que duró casi lo mismo, donde intercaló un diagnóstico sombrío del país con escenas sobre su presidencia e imitaciones a Biden que ponían al público a gritar de la risa. La gente está molida y sobreestimulada: no quiere escuchar sobre Adam Smith, quiere seguir la gira.
Recién sobre el final Milei empieza a tocar el nervio del público. Habla sobre “la agenda asesina del aborto”, dice que “Children Parenthood (se refiere en realidad a Planned Parenthood, pero igual se entiende) tiene más sucursales en el mundo que McDonalds” y dispara contra el ecologismo y el “neomarxismo”. Marty empieza a encenderse: “Está mejorando”.
El cierre es a los gritos, luego de repasar su breve historia en la política argentina y exhortar al público a pelear por su libertad. Ahora la gente se levanta y lo ovaciona. No era tan difícil: si no vas a mencionar a la crisis migratoria tenés que hablar sobre aborto y la agenda woke, y especialmente convocar a una batalla, la que sea, pero hay que pelear.
“Con esta energía desde el comienzo todo hubiera ido mejor”, comenta Marty, mi mentora MAGA. Desde que nos conocimos el miércoles, en el seminario inicial de cinco horas que impartió Steve Bannon, el gurú intelectual del movimiento, custodiamos una suerte de código. Marty me explica referencias y me brinda contexto sobre las cosas que se mencionan. Me cuenta de manera detallada cómo es que se robaron las elecciones (no hay ninguna evidencia que lo sostenga) o cómo funciona el supuesto Deep State, junto con experiencias de su vida cotidiana. Enfermera de profesión, aunque retirada, Marty tuvo un paso breve por el Tea Party de Virginia – el movimiento anti-intervención del Estado que es considerado precursor del trumpismo– hasta encontrar su referencia certera y completa en Donald Trump, al que adora y exculpa de sus pecados, porque al fin y al cabo todos somos pecadores.
Es la última lección de la cumbre. “Ves, lo que hubiera hecho Trump acá es contar una historia. En lugar de hablar de números o teorías, Trump contaría alguna anécdota sobre sus empresas o algo así. Él habla de política a través de historias”.
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A pesar del tropiezo inicial, el desembarco de Milei en la sede original de CPAC –su debut había sido en la edición de México, en 2022–, parece exitosa. La cumbre supo ser una plataforma de discusión genuina sobre el movimiento conservador, pero con la llegada de Trump se convirtió en una tribuna antiprogresista que orbita en torno a su figura. En los últimos años, además, se ha internacionalizado, con la capacidad de proyectar nuevas estrellas, que es el estatus que hoy tiene Milei. El argentino se va con un par de clips para difundir en sus redes, fotos con el grupo de jóvenes trajeados con gorritas rojas que lo buscó a su salida y el video de su abrazo con Trump.
Además del líder del movimiento, Milei cuenta con la bendición del gurú. “Lo amamos. Es fantástico”, me dijo Steve Bannon mientras lo perseguía hacia el ascensor. Fue un momento fugaz, pero bajo el tipo de aura que a él le gusta instalar. Bannon estaba rodeado de seis patovicas que lo escoltaban mientras lanzaban codazos a los seguidores que buscaban su selfie. Siempre vestido de manera informal y francamente desaliñado, es un artillero de consignas y un traductor de ideas académicas. “Se trata de la motosierra. Todo es sobre la motosierra”, agregó mientras las puertas se cerraban.
Pero cuando me lo volví a encontrar al final del evento y le pregunté qué había querido decir, Bannon respondió: “Es un símbolo dramático capaz de penetrar el ruido blanco, para que la gente pueda entender que necesitamos pasar una motosierra al presupuesto”. La idea no era del todo clara, pero se relacionaba con uno de los grandes ejes temáticos de la agenda trumpista, presente en CPAC: la tarea de desarticular el Estado administrativo, también conocido como Deep State, la burocracia permanente que Bannon ubica como el objetivo principal de una nueva administración Trump.
Unos minutos antes había sido el encargado de cerrar la cumbre, una medida de su protagonismo, que parece haberse renovado luego de la salida de Trump de la Casa Blanca. Bannon dio un discurso enérgico, enfocado en movilizar a la tropa para las elecciones de noviembre. Insistió en el fraude de 2020 y la posibilidad de que se repita, y comparó al expresidente con Washington y Lincoln. Habló sobre la persecución judicial y prometió venganza. “¿Saben por qué juzgan a Trump? Porque les dio una voz a ustedes. Y eso para Washington es una traición”.
Hizo alusión al voto negro y latino, otro tema recurrente de la cumbre: la posibilidad de que los republicanos avancen sobre grupos demográficos que en su mayoría se inclinan hacia los democrátas.
La presencia de Milei y Bukele puede entrar en ese combo. “El voto latino es crítico”, me dijo Mercedes Schlapp, que junto a su esposo Matt, el presidente de CPAC, oficia como la anfitriona de la cumbre. “Estamos viendo encuestas que dicen que los latinos no están satisfechos con las políticas de Biden, y es una oportunidad grande para ganarse su confianza”. Schlapp, que fue directora de comunicación estratégica en la administración Trump, continuó: “Por eso es tan importante que venga Milei, que venga Nayib. Milei puede hablar de los peligros del comunismo y de la corrupción en instituciones gubernamentales”.
CPAC es la nueva plataforma de conexión entre las derechas globales, dijo Schlapp, y destacó el discurso de Milei en Davos: “Es una sensación internacional”. “Creo que conectó con el pueblo estadounidense. Y eso es porque él no le tiene miedo a las personas que están en control de las instituciones, el grupo que más poder tiene en su país”.
La gravitación del libertario, confirmada por Trump, que en su discurso dijo que tenía “mucha publicidad”, está acompañada por la penetración del economista entre influencers y otros voceros del ecosistema conservador, que tienen un lugar central en el evento. En el pasillo fuera de la sala principal, donde están montados los stands de transmisión, no hay rastros de Fox News, considerada por muchos como un nuevo enemigo. Apenas están Newsmax, el canal de televisión que le compite directamente, unas estaciones de radio y luego canales de YouTube, además del emprendimiento del propio Bannon, The War Room, que tiene el spot principal.
Beau, un activista de 17 años de Pensilvania, me cuenta que vio todo de Milei. Lo sigue a él directamente, pero sus videos aparecen bastante en el feed, subidos por otros usuarios. “Respeto mucho que tenga los pies sobre la tierra: no viaja en jets, se sube a un avión con gente, y me encanta. Vimos ya un reporte sobre la economía, y tienen superávit. Creo que es genial”.
Lo descubrí bastante rápido, porque las preguntas sobre el origen de cada participante eran frecuentes, especialmente los primeros días, cuando había menos gente y el ambiente era más amistoso. Todos se alegraban cuando decía que venía de Argentina y luego pasaban a decirme cuánto amaban al presidente y a mencionarme algún que otro hito. Una señora me dijo que si Trump no ganaba, es decir, si a Trump le robaban la elección otra vez, consideraría mudarse al país, aunque preguntó si se hablaba portugués o español.
También descubrí que la gravitación de Milei está asegurada, o al menos no depende de los resultados de su presidencia.
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Bannon los llamó “la vanguardia revolucionaria de MAGA”, pero la etiqueta que más flota entre el grupo de asistentes y oradores es la de patriotas. Antes que de derecha o conservadores o libertarios –término que acá no escuché una sola vez– la banda de la CPAC se define como un grupo de personas que lucha por Estados Unidos.
Hay participantes que solo vienen a escuchar y divertirse, otros a hacer amigos o networking. Hay vendedores de merchandising –desde remeras hasta “agua de lágrimas de progre”–, libros y servicios de consultoría. Pero también están los que vienen a compartir su historia con el grupo: un reverendo que enfrenta un juicio por haber amedrentado a una trabajadora electoral en Georgia y no quiere pagar su fianza porque no cree que haya hecho nada malo; el agente de la CIA que dice que fue echado por alertar sobre malas prácticas; el militar al que le arruinaron la carrera por negarse a la vacuna contra el covid; la madre de la chica a la que mató la policía en el ataque al capitolio, el 6 de enero.
Son las marcas de las últimas elecciones, sus héroes caídos, las cicatrices. La gente se acerca a saludarlos, les brinda afecto. Y junto con esa narrativa de la entrega, una posibilidad que se dibuja en los discursos: el tiempo de la venganza. Trump lo dijo de manera literal en el suyo, y Bannon fue aún más crudo. Pero hay una tensión entre la inminencia de la victoria –asegurada por el presunto estado calamitoso del país, sobre todo sus fronteras, y la condición física de Biden– y la certeza, compartida por la gran mayoría de los asistentes, de que va a haber un fraude electoral.
De ahí el escenario de una lucha, cuyos elementos quedan paradójicamente en el aire. Se mencionan todos los pronombres de género posibles y todas las letras de los colectivos progresistas una y otra vez, es el chiste perpetuo de la cumbre, pero nadie dice a qué se refiere cuando habla de luchar. ¿Es engrosar el ejército de fiscales electorales? ¿Movilizar gente a la calle? ¿O es literalmente el combate físico, la repetición de una cuasi guerra civil?
El campo de batalla sí aparece mucho más explicitado: un país pulverizado, al borde de su disolución y de ser finalmente superado, cuando no dominado o destruido, por China, una referencia ubicua en todo el evento. Dicho de otra manera: una potencia en declive. Y que solo puede ser salvada por un hombre y en este momento histórico. Es ahora o nunca. Como si esto fuera poco, el bando de la CPAC corre con desventaja, porque según el relato volcado en la cumbre Estados Unidos es un país donde los conservadores son una mayoría perseguida política, judicial y culturalmente.
Megyn Kelly, la expresentadora de Fox News que supo ser crítica de Trump y ahora lo alaba –un movimiento sintomático en todo el partido– lo dijo cuando le preguntaron sobre cómo educaba a sus hijos: “Es un mundo izquierdista”. Los progres controlan los medios, la política, las grandes empresas y, por supuesto, las universidades, uno de los blancos principales de este año, donde la crítica hacia la agenda woke se mezcla con el apoyo grandilocuente a Israel en la guerra –muchísimo más que a Ucrania, para el caso–. Los videos sobre escenas de antisemitismo en los campus se intercalan con charlas que llevan títulos como “¿Iría Moisés a Harvard”? (Por si quieren saberlo: seguramente no iría, porque aun si consiguiera pasar el cupo cada vez más reducido de alumnos judíos sería sometido a golpizas e insultos). En fin, no hay escapatoria.
Las charlas se balancean entre estas “realidades” y una vaga agenda operativa, también tensionada entre la inminencia de la lucha ante un posible fraude electoral y la necesidad de prepararse para gobernar, básicamente desarticular el Deep State. A veces el evento tomaba la forma de una asamblea de la Facultad de Sociales, con oradores afirmando que ganar las elecciones no es lo mismo que tomar el poder, y que hay que ir contra todo el sistema institucional como tal.
Curiosamente esto se lo escuché a Liz Truss, la ex primera ministra británica que quiso aplicar un programa económico ultra-thatcherista y fue empujada a renunciar. Duró 45 días en el cargo: uno de los fracasos políticos más resonantes en la historia moderna del país. La participación de Truss en la cumbre me pareció bien sintomática, y es por este tipo de cosas que creo que Milei va a seguir siendo popular más allá de cómo le vaya en la presidencia. La cuestión es que Truss vino con un relato alternativo: habló sobre la “woke-economics”, apuntó contra los falsos conservadores que solo quieren quedar bien con el poder para poder seguir yendo a cócteles en Londres y dijo que ella apenas quiso aplicar el programa que le pedían las bases, y que por eso enfrentó un backlash sin precedentes: desde los medios, pasando por el gobierno de Biden y el FMI, hasta las empresarios más ricos del país, una afirmación increíble considerando que Truss propuso un recorte radical del impuesto corporativo y a las grandes rentas, algo insostenible según el propio mercado.
Truss, según su relato validado por el resto de las figuras de la cumbre, había sido una víctima más del Deep State.
Es como si los hechos no importaran, o al menos otro síntoma de cómo cualquier tipo de discusión técnica o programática fue desplazada de la agenda de debate. Bannon me lo dijo cuando le pregunté sobre cómo había cambiado el campo de la derecha en Estados Unidos. “Esto ya no es hablar sobre recortes de impuestos y desregulaciones”, dijo. “Es sobre deponer a la clase dirigente de este país”.
Es una propuesta seductora, pero al mismo tiempo abstracta y quizás imposible. Como sea, sitúa la discusión política en otro plano. Es como me dijo Marty cuando comparaba su adhesión al movimiento MAGA con otros momentos de su militancia social y política, que comenzó durante la guerra de Vietnam. “Trump es otra cosa”.
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¿Qué es, entonces?
Supongo que acá podría hablar de élites, caos o la demanda por reestructurar un orden social amenazante, y cosas por el estilo, pero Marty también tiene una definición sobre el tema, un poco más primaria, que creo adecuada. Para ella, uno de los mejores momentos del evento era cuando tenía que decidir qué remera se ponía, y con qué gorra combinarla. Había llevado varias, todas con algún lema: “Educación no es adoctrinamiento”, “Ultra-MAGA”, “Si no te gusta Trump entonces no te voy a gustar yo”. Las había comprado en distintas elecciones y lugares, es una tarea que disfruta y que también incluye elegir unas para su hijo y su marido. De hecho, para el discurso de Trump, en el que no nos sentamos juntos porque ella había llegado temprano para estar adelante, me preguntó si yo llevaba puesta la remera que me habían regalado en el seminario de Bannon, una manga larga perteneciente a la “Universidad de los Deplorables”, el término que usó Hillary Clinton para referirse a los votantes de Trump, y que desde entonces ha sido apropiado por el movimiento. Para Marty, que yo tuviera la remera significaba que ya era parte.
Me lo avisó el primer día: “Trump es una experiencia”.
Juan Elman – Cenital