El momento tan temido finalmente llegó. Javier Milei llegó al gobierno de la República Argentina. Milei es el nombre de una revolución. No es un político que tiene ideas de cómo mejorar la situación argentina; es el mesías que predica un nuevo orden. Es el que descubrió leyendo a una secta de economistas y filósofos occidentales que el error del mundo es el Estado. Que la libertad es el sentido. Todo lo que no entre en ese estrecho orden interpretativo no tiene ningún significado. Es el manifiesto comunista de Marx dado vuelta y sin el brillo de las miradas históricas de Marx y de Engels.
La historia real se sacrifica en el altar del mito. Para Milei el problema de Argentina es el Estado. Pero el problema argentino es la impotencia del Estado. Es el límite del Estado nacional para hacer cumplir un orden.
A partir de hoy la evolución de los hechos políticos en nuestro país es muy difícil de prever. La conducta del grupo político emergente es indescifrable. A tal punto que para algunos Mauricio Macri es el hombre capaz de hacerlo descifrable.
El movimiento político triunfante desde las cenizas de la crisis de 2001 ha perdido su centralidad. Seguramente será un símbolo del sentido del nuevo orden argentino, expresado en la persecución, en la furia represiva. O tal vez se diluya entre grupos y sectas reivindicadoras de un pasado luminoso y añorado. Pero la lucha contra la ofensiva irracional y violenta de la ultraderecha no podrá en ningún caso prescindir de la experiencia argentina nacida en 2001-2003.
Hay que usar el impulso de la ultraderecha. El neofascismo argentino, sin quererlo, valida un orden de ideas, de sueños y de horizontes que es el que corresponde a los tiempos del kirchnerismo. Milei y los suyos se justifican a sí mismos como el enemigo triunfante contra esa amenaza. Desde el campo nuestro queda la tarea de revisar el camino. De sostener convicciones y revisar lugares comunes. De ser una fuerza para la unidad nacional en democracia, para la defensa de los más necesitados, para un futuro justo, libre y soberano.
El Destape