Todavía falta para las elecciones, pero ya estamos en plena campaña electoral. Están armadas las listas, algunos ministros renunciaron a sus cargos (o fueron renunciados), ya se puso todo más picante. Las encuestas marcan que partimos desde una situación competitiva, sin un ganador predeterminado, que se definirá por pocos puntos de diferencia y en donde tanto la oposición como el gobierno tienen, al menos, la posibilidad de esperanzarse con poder ganar. (ZubánCórdoba ponía en julio a gobierno y oposición en casi paridad: 33% de Juntos a 30% del Frente de Todos a nivel nacional. Proyección Consultores da empatados a Juntos y al Frente de Todos en una encuesta para diputados en CABA. Un estudio nacional de la Universidad de La Matanza revierte el pronóstico y da 34% a FdT y 30% a Juntos a nivel nacional) Las encuestas marcan una paridad “hacia abajo”, con bajos niveles de satisfacción y entusiasmo en ambos lados del clivaje partidario.
No hay entusiasmo en la sociedad, más bien desazón y enojo; sin embargo el enojo está distribuido bastante equitativamente: hay enojo contra el gobierno, contra la oposición, contra todo el mundo. (Según Proyección Consultores, sólo Horacio Rodríguez Larreta tiene un diferencial positivo de imagen en la Ciudad de Buenos Aires.) Tres temas son los que preocupan a la sociedad: la inflación, el desempleo y la pandemia, más la corrupción. Si la pandemia recrudece, sube la preocupación por la situación sanitaria; si la pandemia se aplaca, suben en importancia los otros dos y la salud cae en la preocupación.
Un dato llamativo es la notoria distancia entre los temas y, diríamos, la estética que ha elegido la oposición para esta campaña. La pregunta de este newsletter es por qué la oposición ha elegido, en esta situación, una campaña tan homogéneamente negativa y agresiva: no agresiva hacia el gobierno (eso está bien, es la oposición, después de todo) sino tan agresiva hacia la misma sociedad. No hay un diagnóstico de los errores de gobierno seguido de una propuesta positiva de mejoría: el mensaje es que todo está absolutamente mal en el país, que estamos a punto de convertirnos, ya no en Venezuela, sino directamente en Haití, y que la mejor opción es emigrar lo antes y lo más lejos posible.
Paradójicamente, la oposición ha elegido concentrar su denuncia en el ítem que mejor mide el gobierno, el plan de vacunación: en las encuestas que mencioné antes, es el tema de la gestión de gobierno más valorado por la sociedad. Y, a la inversa, la oposición no tiene nada para proponer en los dos temas que concitan la mayor preocupación social por lejos: la inflación y el desempleo. Sobreoferta de denuncia institucional, sub-oferta de discurso económico. La recurrente discusión que proponen sus figuras (incluso Vidal, que se había mantenido ajena a estos temas) sobre el número exacto de personas asesinadas por el terrorismo de Estado de la última dictadura es una cuestión absolutamente minoritaria, que Jaime Durán Barba seguramente habría prohibido mencionar en público en años anteriores. La denuncia constante de un temor “republicano” sobre el fin de la democracia y el ascenso de la autocracia dictatorial tampoco parece tener conexión emocional con las mayorías, que se encuentran hoy más preocupadas por poder avizorar un mínimo horizonte de mejoría de sus condiciones cotidianas de vida. Esperanza, luminosidad, algún indicio de bienestar es lo que parece demandar en este momento. ¿Significa esto que esté contenta con el gobierno del Frente de Todos? No necesariamente. ¿Significa que lo va a votar? No necesariamente. Pero puede decidir votar en blanco, o directamente quedarse en su casa, si nada lo entusiasma.
Un dato que puede ser interesante en este sentido es la verdadera crisis en la que parecen estar sumidos los productos político-culturales que signaron lo que podemos llamar “la era de la grieta”. Jorge Lanata, Juana Viale (heredera del programa de Mirtha Legrand), Alejandro Fantino, Jorge Rial: todos tienen problemas de audiencia. El programa de Mariana Fabbiani salió del aire, y se rumorea que lo mismo le sucedería a la nave insignia de la TV argentina, el show de Marcelo Tinelli. El público prime time se vuelca a ver realities de cocina o pastelería (Santiago del Moro hizo tempranamente el cambio del populismo al reality amable), o programas con música y diálogo distendido. Esto ocurre a ambos lados del dial: Gustavo Sylvestre debutó en un programa de cocina. Se busca un respiro, algo para ver con una bebida reconfortante en la mano, que pueda comentarse en Twitter sin tener que pelearse con todo el mundo.
Sin embargo, esto no es acompañado por la estética o el mensaje opositor. Lo cual es llamativo, porque la estética amable, cálida y cercana, fue la marca de la exitosa campaña presidencial de Mauricio Macri en 2015 y de la legislativa de 2017. Los globos de colores, la música de Gilda, el baile descontracturado, el “Sí se puede” y la “Revolución de la Alegría” conformaron una narrativa que conectó con algunos deseos profundos de la sociedad argentina. Fuertemente opositora, sí, pero con una visión optimista de futuro. Facundo Manes parece intentar apuntar en esa dirección con su slogan de “un médico para curar la Argentina”; sin embargo, su campaña es bastante heterogénea todavía en cuanto a sus mensajes.
¿Significa esto un problema para Juntos? Seguramente no. La situación está tan polarizada, y la base de sustento de cada una de las coaliciones es tan sólida, que es probable que ni los mensajes ni las imágenes de una campaña electoral puedan cambiar a un núcleo importante de votos. Todo el mundo da por sentado que Juntos va a ganar CABA, Córdoba y Mendoza: es casi impensable pensar que una campaña pueda alterar eso. Lo mismo, en espejo, para la provincia de Buenos Aires, el norte y la Patagonia. Tal vez éste sea un costo que la sociedad tenga que pagar por la estabilización de las identidades políticas, las campañas electorales transformadas en una actividad performativa y a desgano, basadas en la confianza de que hay un piso que está ahí para siempre, no importa lo que cada partido haga.
Pero la sociedad argentina sigue hambrienta de un relato de futuro. No de fantasías ni de espejitos de colores, eso está claro, pero sí de un horizonte de solidaridad y de esfuerzo compartido, un “es por acá”. Eso, a mediano y largo plazo, sólo puede darlo la política.
María Esperanza Casullo – cenital.com