La vicepresidenta se rodeó de su familia, de los dirigentes más importantes de su dispositivo, de la enorme mayoría del peronismo y medio millón de personas, para dejar señales para la militancia, los dirigentes y la oposición.
A siete años y medio de aquel 9 de diciembre de 2015, Cristina Fernández de Kirchner volvió a llenar la Plaza de Mayo para tener una cita cara a cara con el pueblo, quizás por última vez. Llega, ahora, el momento de que una nueva generación de dirigentes se haga cargo de esa interlocución. Al menos, ese es el plan y el deseo que ella misma expresó esta tarde y en sus últimas apariciones. “Basta de pedirle al otro cosas que nosotros no estamos dispuestos a hacer. Hay que romperse lo que hay que romperse y hay que hacerlo todos”, dijo. Quien quiera oir que oiga.
(Una advertencia, entre paréntesis. Quien lea estas líneas esperando una lectura adivinatoria de los planos de cámara y las ubicaciones en la tarima, como si fueran cartas de tarot o el patrón del vuelo de ciertas aves o las formas que el azar imprime en la borra del café, no va a encontrar lo que busca. No era necesario esperar a este acto para saber que Axel Kicillof, Wado De Pedro y Sergio Massa son los tres vértices del dispositivo político que diseña CFK para los próximos años. Nadie, más que ella, y acaso ni siquiera, sepa qué lugar tiene reservado para cada uno).
Este discurso de la Vicepresidenta no introdujo ningún elemento novedoso que no haya estado presente en sus últimas apariciones públicas. A lo largo de una hora planteó la necesidad de un acuerdo nacional con dos objetivos. El primero, económico, es afrontar la renegociación con el FMI y encarar la transformación de la estructura productiva a través de una alianza estratégica entre lo público y lo privado. El segundo, político, tiene que ver con la reconstrucción del consenso democrático y debe comenzar, necesariamente, con la refundación del sistema judicial, empezando por su cúpula.
El mensaje de este acto, entonces, debe leerse, sobre todo, en el contexto. La puesta en escena le dejó un lugar central a su familia, destacó a los principales dirigentes de su dispositivo y al mismo tiempo la mostró rodeada de un muestrario que representaba a la inmensa mayoría de la dirigencia peronista, no sólo de la actualidad sino también de hace veinte años (a través de figuras como Carlos Zannini, Nilda Garré o Daniel Filmus), tratando de establecer un hilo conductor entre aquella experiencia política y la que propone ahora. Como dijo en noviembre, en La Plata, “podemos volver a hacerlo porque ya lo hicimos”.
Y debajo del escenario: el pueblo. Siete años y medio después de dejar la Presidencia, condenada, proscripta y blanco de un intento de asesinato, incluso después de haber dicho, varias veces, que no sería candidata en las elecciones de este año, CFK puede hacer lo que ningún otro dirigente argentino. La Plaza repleta, las avenidas que confluyen en ella desbordadas, la enorme convocatoria que nutrida tanto por columnas organizadas como por gente suelta que fue a ver una vez más a su conductora, deben leerse, entre muchas otras cosas, como una brutal demostración de poder.
Y esa demostración de poder tiene tres destinatarios. El primero es la militancia de base, a los que busca animar para que dejen atrás la pachorra de estos tres años y medio de gobierno y salgan a militar la campaña. Si no consigue volver a entusiasmar a esa gente, no alrededor de su figura, que no estará en la boleta, sino alrededor de una idea, entonces la batalla para recuperar los cuatro millones de votos de personas que se quedaron en sus casas en 2021, más los que, en los últimos años, desencantados, comenzaron a apreciar otras alternativas electorales, estará perdida.
En segundo lugar el mensaje es a la dirigencia peronista, a la que le mostró un pliego inequívoco de condiciones o, más precisamente, de líneas rojas, en la forma de un boceto de programa político. Después de la experiencia con Alberto Fernández, no hay margen para que un candidato que llegue eventualmente a presidente de la mano del armado político que ella encabeza se aparte de una serie de preceptos que volvió a enumerar aunque no resultan novedosos. Lo más singular, en todo caso, fue la presencia de Sergio Massa en primera fila, aceptando con aplausos esas definiciones.
Por último, un mensaje teledirigido a quienes la persiguen. El 11 de diciembre, gane quien gane las elecciones, CFK no tendrá cargos ni fueros y puede ir presa por la sola decisión de un tribunal. Esta fue su última oportunidad de volver a mostrar su poder de convocatoria, potente disuasivo y ordenador. Hoy la plaza fue de ella y mostró medio millón de argumentos para su libertad. A partir de mañana, con el comienzo de la campaña, los actos y movilizaciones, que seguramente la tengan en un lugar destacado, ya no van a hacerse en su nombre. Será la hora de una nueva generación. A romperse lo que hay que romperse.
El Destape