ROSALÍA Y LA TIERRA

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Rosalía siembra, planta, cosecha, compra, vende, anda en el surco.

Rosalía cría hijo e hija y además trabaja para la organización que fundó. Pero ahora no. En este mismo momento espera un café en un bar, después de la movilización apoyando a los jujeños que están siendo apresados, secuestrados, lastimados en el norte del país: “Finalmente el tema es siempre la tierra y el territorio. La tenencia. Y la explotación con lucro al que los originarios tienen derecho y se les niega, claro”.

Rosalía Pellegrini vive y produce en las quintas del Parque Pereyra, a donde llegó “hace mas de diez años. Venía de una experiencia rural larga en San Vicente, una cooperativa. Llegamos al Parque Pereyra a vivir en un galpón prestado que compartíamos con lagartos, serpientes y una que otra alimaña” recuerda y sonríe sobre el recuerdo de la aventura que arrancó cuando su hijo Aluén tenía poco más de un año y Amanda todavía no había nacido.

El café tarda en llegar y la calle es un desfile de gentes con banderas enrolladas ya en las cañas. Casi todas, menos alguna wiphala que aun ondea en las manos de alguien que no bajó la euforia, y Jujuy vuelve a la charla: ”El tema del territorio rural es claro: lo ocultan, te proponen no mirar esos lugares. Pensá que el noventa por ciento de la tierra en Argentina es rural, y el ochenta por ciento de la población es urbana, entonces los dueños de los grandes negociados, te proponen no mirar para ahí, para las tierras originarias, porque ahí están las ganancias, el agronegocio, la minería…entonces mientras no se mire, ellos saquean libremente y los pueblos quedan afuera. Cuando habitás el territorio desde la ruralidad, los intereses son el agua, el clima, las consecuencias positivas o negativas de lo que haces, y otros factores, porque eso te afecta de forma directa, y finalmente también está el derecho a la riqueza que genere ese territorio como una cuestión de soberanía. El colectivo y la organización son todo para lograrlo. Y esa es la cuestión en Jujuy; La idea del gobierno jujeño es retroceder en derechos para vender todo lo que hay en el campo, y hoy van contra leyes como la de reparación histórica, que se tomaron 10 años para reglamentar, pero ya está, existe el banco de tierras para agricultura familiar, pero pasan por encima de las leyes. Arrasan con violencia y se quedan con todo lo que de plata.”

Rosalía habla sin pausa, marcando con el dedo un mapa imaginario sobre la mesa, esquivando los pocillos de café y los vasitos de agua que ya llegaron. Ahora se saca el gorro de lana, mira hacia adentro del bar, parece que pensó algo nuevo para decir y mientras revuelve el café, repite ”la cuestión es la tierra…” mientras aprieta los labios y asiente con la cabeza.

Del galpón prestado en el Parque Pereyra pasó a construir una casa de madera “muy linda, donde nació Amanda. Ahí ya funcionaba la UTT (unión trabajadores y trabajadoras de la tierra) porque la idea siempre fue armar un espacio colectivo de arraigo con la tierra”. Las palabras comunidad y colectivo pueblan la voz de Rosalía todo el tiempo porque “mirá, esa casa tan hermosa que teníamos, un día de 2013 se incendió. El papá de los chicos había ido a repartir los bolsones de verduras y yo volvía de dejarlos en la escuela. Era de mañana y llegando veía humo y una compañera me dijo que se quemaba mi casa. No quedó nada de nada. Se había quemado todo: ropa, juguetes, zapatos, muebles, papeles. Quedamos literalmente con lo que teníamos puesto. Todo era humo y cenizas. Y ahí llegaron los compañeros a ayudar y compañeras de otra organización trajeron comida, ropa, mantas. Todo era el colectivo, y ellos mismos nos ayudaron a levantar otra casa, que construimos con los bloques de la bloquera donde trabajaba Darío Santillán, que también fue donación de ese colectivo. Ahí vivo, en una prueba tangible de la solidaridad, de la comunidad, de lo colectivo.”

Rosalía ve pasar la gente de la marcha que se va desconcentrando. Mira atenta a cada uno que pasa. Seria, como si los estuviera contando. Tan concentrada que ni notó que el pocillo de café quedó a medio camino de su boca.

En la mesa de al lado alguien dice algo a propósito del caos que provocaron “estos jujeños” pero tampoco los escuchó.

Ahora su mirada vuelve y cuenta que el parque Pereyra Iraola es enorme, que es el lugar ideal para vivir y que “tiene unos caminitos naturales, raros, por donde voy recogiendo semillas con las que hago un vivero de árboles nativos. Ya tengo un vivero con mil plantines de bosque nativo, porque recuperar eso es importante. Sueño, sin ningún romanticismo, con llegar a reforestar con diez mil nativas mientras sigo haciendo huerta y armando ahora plantas aromáticas que son importantes para intercalar en los sembradíos de otros compañeros: se usan para combatir naturalmente plagas y pestes. En eso las compañeras que llegaron hace años del norte, son fundamentales. Ellas saben de esas plantas. Saben y enseñan, comparten. Tienen también enormes conocimientos de plantas medicinales, por ejemplo, y eso también trabajamos mucho”.

En eso estaba una mañana de agosto de 2020: cosechando artemisas con su vecina, Carolina Rodríguez, sobre el surco y entierrada hasta el cuello, cuando recibió la noticia de que Lucía Correa -otra mujer de la organización- había sido asesinada de un balazo frente a su hijo: “ella iba a charlas sobre cuidados y prevención de femicidios, porque habíamos armado una red muy grande y ella iba, así que la noticia fue horrible. Fuimos, conectamos a la familia, nos ocupamos del entierro. Nosotras ya teníamos el trabajo comunitario de ver la cuestión de genero al interior de las comunidades rurales, pero es arduo que llegue, y en pandemia, que es como estábamos, fue mucho peor”.

Rosalía, a los cuarenta años de su edad, amanece temprano: “a veces a las seis, otras a las ocho, depende de si los chicos están conmigo o con su papá, y en esta época ¡me levanto vestida hasta las orejas! Hace mucho frio, así que lo primero es encender la leña de la estufa y la cocina y recién de ahí, el primer mate de la mañana” y mientras amanece en su bosque, mira por la ventana crecer los duraznos, o el estado de las chivas en el corral, y decide -una vez más- que cree en la humanidad, en sus compañeras y compañeros de historia, como la del primer verdurazo del año 2015, o el segundo con la consiga “palo o lechuga” contra el gobierno de Macri y que fuera violentamente reprimido. Mientras amanece, cada día decide también que cree a pie juntillas que tanto en el Parque Pereyra como en Jujuy no se puede pensar la vida sin las comunidades rurales adentro, sin lo colectivo, y porfía en que la batalla es para que eso suceda con todos los derechos de sus habitantes como parte fundamental de un todo.

Por eso dejó su quinta y fue con sus compañeras de Mujeres de la Tierra, a la marcha por Jujuy porque “es fácil y no hay ambigüedad posible: la tierra es nuestra.”

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