MILEI CAE EN IMAGEN MIENTRAS CRISTINA ENFRENTA SU MAYOR DESAFÍO INTERNO

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La primera visita del presidente Javier Milei a la Asamblea General de Naciones Unidas mostró, una vez más, la extravagancia por la que transita la política exterior argentina desde su asunción. Más allá del paso por la coqueta sede del organismo en Manhattan, la agenda presidencial transitó los andariveles habituales, donde la prioridad son los encuentros empresariales y la agenda ideológica, muchas veces de la mano: el toque de campana en Wall Street –que ya habían practicado Mauricio Macri y Néstor Kirchner– acompañado de un discurso que alarmó a quienes todavía esperan que la salida del cepo sea relativamente cercana en el tiempo, la visita a la sede de Jabad Lubavitch y un nuevo encuentro cara a cara con un Elon Musk volcado de lleno a apoyar la campaña presidencial de Donald Trump –y que viene de sufrir una derrota a manos del juez Alexandre de Moraes, del Tribunal Supremo brasileño. Las actividades políticas al más alto nivel ocupan un lugar secundario frente a los empresarios y el establishment financiero, con quienes Milei se siente más cómodo y que comparten su alta valoración del proceso político que encabeza. Un entusiasmo que, de todos modos, se vienen cuidando de traducir en inversiones.

La esfera política es mucho más esquiva. Cuando hable ante la Asamblea General, el presidente posiblemente vuelva a dejar en evidencia la distancia que lo separa del consenso internacional en cuestiones como el cambio climático, una mínima agenda de igualdad de género o la necesidad de avanzar en algún tipo de regulación sobre la inteligencia artificial. La demonización de las agendas blandas, de desarrollo, de Naciones Unidas y otros organismos y foros internacionales fueron hasta el momento los posicionamientos más contundentes de esta gestión, sólo a la par del abandono de las posturas históricas del país en relación a Israel y Palestina.

La ponencia de Diana Mondino durante la discusión del Pacto para el Futuro –adoptado por consenso de los países que integran la ONU– ofició como un adelanto elocuente. La Canciller anunció que Argentina “se disociaba” del Pacto, señaló que el país impugnaba varias de las partes y los principios que el documento recogía, algo que fue replicado con algarabía por los sectores más ultramontanos del espacio gobernante. Como recoge el sitio oficial de Naciones Unidas, el Pacto fue adoptado por consenso, por la casi unanimidad de los 193 países que integran la Organización. Un grupo de siete países –que incluye a Rusia, Irán, Venezuela y Corea del Norte– planteó reservas, aunque terminó por no objetar el documento en general. Con la “disociación”, Argentina fue más lejos incluso que este grupo y quedó por fuera de la totalidad de las naciones que acompañaron el acuerdo –que incluyen a la unanimidad del mundo occidental del que Milei se jacta de hacernos parte.

Los ruidos en la delegación respecto de la presencia de Ricardo Lagorio –el embajador ante Naciones Unidas, un diplomático de larga trayectoria que estuvo vinculado en su momento a Daniel Scioli y luego a Juntos por el Cambio– es indicativa de los enormes resquemores que esta política exterior ideologizada despierta en la línea profesional de la Cancillería, donde temen un aislamiento del país y se preocupan por la vigencia de la defensa de algunos principios que, con sus más y sus menos, mantuvieron todos los gobiernos desde 1983 hasta la fecha. La defensa de la democracia y los derechos humanos y la vigencia, aún con críticas, del orden internacional y sus consensos. Las amenazas sobre el generoso régimen fiscal de sus ingresos en el exterior seguramente abonen al malestar de La Casa con las decisiones de la actual administración, pero las críticas de los de carrera son bastante más profundas.

Si bien –al igual que Macri y Alberto Fernández– Milei se siente más cómodo en el exterior, cuando regrese deberá preocuparse por primera vez desde su asunción por el estado de la paciencia social y la evolución de su propia imagen y la de su Gobierno. Un factor que suma presiones opuestas a la única variable que le preocupaba hasta hace muy poco tiempo, que es el resultado de la lucha contra la inflación, donde los resultados de las últimas mediciones eran, en el mejor de los casos, mediocres. Las encuestadoras serias coinciden en que la imagen del presidente sufrió el deterioro más pronunciado desde que blandió el bastón presidencial canino en diciembre pasado. Una novedad: es la primera vez que en Casa Rosada admiten el desgaste en la imagen presidencial.

La caída de la popularidad presidencial es, en rigor, lo esperable. Su resiliencia, en cambio, era contraintuitiva. Los motivos para la caída exceden la evaluación de los méritos de la gestión. La situación económica y social de Argentina hubiera sido enormemente compleja para cualquier gestión que asumiera la responsabilidad luego del agónico final del durísimo 2023. La expectativa en las dotes de mago de Milei –alentada muchas veces por él mismo– sostuvo esperanzas en resultados relativamente rápidos e imposibles de materializar, incluso al margen de las debilidades del programa económico. Los grandes desafíos y los problemas para responder rápidamente a las expectativas sociales no son tampoco un problema únicamente argentino sino que aqueja a todos los oficialismos. El laborista británico Keir Starmer, con una mayoría comodísima, sufrió un derrumbe de popularidad mayor a 20 puntos desde su muy reciente asunción, ante una coyuntura económica desafiante.

Por otro lado, aún con una macroeconomía equilibrada, el espejo de otros gobiernos de orientación similar al argentino arroja elementos de análisis interesantes para trasladar a la situación argentina. Tanto Donald Trump como Jair Bolsonaro articularon, desde el principio de sus mandatos, estrategias políticas altamente divisivas y polarizantes que pusieron un techo a su imagen positiva y, a su vez, generaron rechazos en sectores moderados u oscilantes, que muchos podrían considerar innecesarios. Ambos alcanzaron niveles altos de desaprobación, muy poco habituales para presidentes en su primer año. La contracara de estas estrategias es la capacidad de construcción de poder totalizadora sobre su propio sector político. Tanto Trump como Bolsonaro hegemonizaron, desde los extremos, el arco que va del centro a la derecha, y aplastaron con facilidad a rivales formidables en los papeles, algunos con mayores credenciales y el apoyo irrestricto del establishment. Si bien ninguno fue reelecto, incluso fuera del poder ambos conservan la fidelidad de sus votantes, mantienen una importantísima competitividad electoral y ostentan un liderazgo que sólo pudo ser superado por coaliciones heterogéneas y en enfrentamiento mata-mata.

Para el peronismo, el descenso de la popularidad presidencial es una oportunidad que, sin embargo, puede fácilmente caer en saco roto. Además de las internas, el espacio opositor enfrenta problemas muy serios para presentar una propuesta económica más o menos creíble. La última carta/posicionamiento de Cristina Fernández de Kirchner, en la misma línea que la anterior, parece transitar algunas claves valiosas que, sin embargo, contradicen a la propia práctica política y la mirada sobre el pasado.

Tiene indudable valor la admisión tardísima sobre la necesidad de equilibrar el resultado fiscal y el foco en el gasto tributario –con los diversos regímenes de beneficios y exenciones– y la crítica –posiblemente la más audaz en relación a la propia trayectoria– al “viejo modelo del Estado omnipresente que derivó en ineficiencias e ineficacias”. Aún así, el alcance del diagnóstico más virtuoso es limitado y corre el riesgo de ser autoindulgente. Argentina es un país que destruyó su moneda en diversas ocasiones. La economía bimonetaria no es un problema cultural sino material y su última encarnación es inseparable de las gestiones del peronismo. No sólo la que integró como vicepresidenta –donde la autocrítica es no haber logrado que le hicieran caso: una hipótesis que repitió Máximo Kirchner en su acto platense– sino durante su última presidencia.

El déficit fiscal y la acumulación de reservas revirtieron el camino virtuoso del inicio de la gestión kirchnerista y crecieron fuertemente durante el segundo mandato de CFK de la mano de las importaciones de energía destinadas a alimentar un régimen de precios irracional y pro rico. La manera de enfrentar el empeoramiento del balance externo y fiscal, ante una presión devaluatoria moderada, fue la imposición de un cepo cambiario, cada vez más severo, que al mismo tiempo que limita la salida de dólares del sistema aniquila la demanda de pesos. Acaso peor, las posibilidades de financiar el déficit fiscal y evitar la fuga de divisas mediante la emisión de instrumentos en pesos –una de las ventajas teóricas que traía el desendeudamiento– fueron vedadas por la intervención del INDEC que liquidó el valor de los bonos CER. El dólar oficial, intervenido, convertía al país en uno de los más caros del mundo, medido en el valor de la moneda que se usaba para importar y exportar, y uno de los más baratos en términos de los dólares a los que accedían los salarios de los ciudadanos y las ganancias empresarias. Fue también bajo su Gobierno que se amplió el régimen de promoción fueguino, el rubro más caro del llamado gasto fiscal.

Varias de las atinadas críticas a los ejes ordenadores del programa económico del actual Gobierno –el precio del dólar que nos vuelve internacionalmente caros, la tasa de interés real ultranegativa y una gestión del precio de la energía desligada de los costos– bien podrían ser líneas de continuidad, y no de ruptura, con muchas de las debilidades de los últimos gobiernos peronistas. La tentación del dólar barato y la tasa baja es patrimonio nacional. Que la economía argentina sea bimonetaria es una consecuencia y no una causa de aquello. El reclamo al Gobierno de Alberto Fernández de no haber adoptado restricciones cambiarias aún mayores es una señal preocupante. También la insistencia en las mismas figuras que diseñaron y defendieron políticas que explican parte de la problemática nacional. En economía, el kirchnerismo no solo necesita nuevas canciones sino también nuevos intérpretes. Un eventual fracaso de Milei –cuyo actual programa económico tiene enormemente desordenadas las prioridades distributivas, presenta evidentes problemas de sostenibilidad, no encuentra salida para el cepo cambiario ni logró, hasta ahora, bajar la inflación de un altísimo 4% mensual– no puede significar un bis de los problemas del pasado reciente. Una alternativa viable a Milei no puede sostener una mirada puramente distributiva, que supone la suba de los salarios como un juego de suma cero contra las ganancias corporativas, la inflación como un producto de la codicia empresarial y el endeudamiento como el producto de una conspiración casi diabólica, desvinculada tanto del déficit fiscal como de las regulaciones que terminaron con la capacidad de financiarlo en la propia moneda.

Es en ese contexto que se expone la interna entre el kirchnerismo y Axel Kicillof. Esta puja, que el gobernador terceriza deliberada o tácitamente es, tal vez, la más riesgosa para Cristina desde la irrupción de su espacio en 2003. Si los cuestionamientos a Daniel Scioli, Sergio Massa o Alberto Fernández podían recortarse sobre discusiones ideológicas, este desgaste permanente sobre Kicillof desorienta hasta al más conspicuo. Esa falta de precisión sobre el qué es llamativa: hasta el momento, nadie desde La Cámpora pudo explicar cuáles son los motivos que llevan a la organización a viralizar una canción contra el gobernador bonaerense y no contra el presidente.

El acto de Kirchner en Atenas –a 12 cuadras de la Casa de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires– contrasta con el de CFK en Merlo, al cual el gobernador sí fue invitado, aunque en su entorno esperaban un espaldarazo frente a los ataques de la Casa Rosada que nunca llegó. Sí hubo, en redes sociales, una respuesta de Mayra Mendoza que precedió el discurso de Máximo. Ante un usuario que publicó “Kici conducción”, la intendenta de Quilmes respondió: “No, Pa, todo bien, pero CFK conducción”. En esa intervención, Mendoza anticipó lo que sería la línea que atravesaría el acto de su jefe político y la melodía entonada por el grupo de militantes que asistió al evento. Una hipótesis que sobrevuela los escarceos es que la fricción con el gobernador tenga como objetivo encontrar un tercero que suture por arriba. ¿Wado de Pedro? Difícil: forma parte de una de las dos facciones. ¿Sergio Massa? “Cristina”, responde un kicillofista: “Es la única que podría darle una salida elegante a la situación si decide ser candidata el año que viene”.

Setenta y dos horas después del acto, la que intervino en el debate fue Cristina. Habilitada a reivindicar el envío de ayuda de Kicillof a los incendios en Córdoba o la ley de Manejo del Fuego impulsada por su hijo en el 2020, la dos veces presidenta terció por lo segundo en una publicación en X que derivó en una violenta respuesta de Luis “Toto” Caputo. El ministro, si gozara realmente de ese coraje varonil, podría ponerse igual de firme con su mano derecha y sus relaciones cada vez más enrevesadas con los negocios de los seguros.

Mientras tanto, Milei celebra. Al presidente le queda cómoda la confrontación con Cristina y, a la vez, esto desdibuja a Kicillof. Una win-win situation para el kirchnerismo y La Libertad Avanza cuyos principales referentes ven con preocupación la migración de intención de voto del libertario hacia CFK/Kicillof en la provincia de Buenos Aires. “Es una disputa que Cristina no la puede explicar y Axel no la puede ganar”, resume un dirigente que intenta hacer equilibrio entre ambos. Probablemente Kicillof tampoco quiera y tenga la idea de que el nuevo régimen se construye con el viejo régimen y no sobre el viejo régimen. ¿Es posible? Es una incógnita. Lo que sí es una certeza, es que el peronismo no acepta otro delegado como intentaron con Scioli o Fernández. Y la sociedad tampoco.
 

El menú de recomendaciones hoy viene nutrido. Si querés profundizar en las nuevas preocupaciones, Esteban Rafele trata de separar la paja del trigo en las contradictorias versiones del Gobierno sobre la posibilidad de que haya cortes programados de luz en el verano. Y si sos de los que le gusta la comidilla política, estos días tuviste para darte panzazo: Gabriel Sued analizó el estallido de la UCR motorizado por Milei y Pablo Ibáñez se multiplicó para radiografiar las internas peronistas de cara a 2025 y hacer zoom en la guerra fría entre Máximo y Axel

Iván Schargrodsky | Cenital

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