NADIE SE DESTRUYE, SOLO MARADONA

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Con el título original «Snuiven met Maradona» (Esnifando con Maradona) la escritora Carolina Trujillo escribió este mes en el periódico NRC de Amsterdam una breve crítica sobre el documental que se estrenó en Europa sobre la vida del futbolista argentino.

De la mano de Maradona se puede dividir a la humanidad en dos: quienes lo quieren y quienes lo odian. La categoría de los que los deja indiferente no cuenta, menos ahora que Holanda entera está empapelada con la foto de su cara. El último documental de Asif Kapadia se acaba de estrenar: Diego Maradona, rebelde, héroe, estafador, dios

Maradona y yo tenemos dos cosas en común: el río al lado del que nacimos y la droga a la que más adictos fuimos. Cuando él se metía una sobredosis en el 2004, yo estaba en la otra orilla tomando los gramos que llevarían a mi propia hospitalización. Cosas así unen, así que cuando el lunes se dio el preestreno holandés del documental en el estadio Olímpico de Ámsterdam, me subí a la bicicleta y atravesé la ciudad. 

Como se proyectaba al aire libre hubo que esperar a que oscureciera. “Esperar que oscureciera para poder ver la historia” parecía una metáfora de la vida de Maradona. Lo que vimos más que nada es lo asfixiante que es la fama. En imágenes nunca antes publicadas se veía a un joven Maradona medio abrumado mirando desde la terraza de su casa hacia la calle donde los periodistas lo acechaban. Cuando salía a las calles napolitanas, se armaban unos líos bárbaros con aficionados, la gente se volvía caras aplastadas contra los vidrios de su auto y él luciendo sacos de piel como si la presa no fuese él. 

Cuando se trata de Maradona, tarde o temprano alguien sale con eso de su decaída o destrucción, como si alguien no decayera a partir de los veinticinco, como si en cada familia no hubiese un obeso, en cada manzana no hubiese alguien que haya perdido el empleo y en cada calle alguien no se haya vuelto adicto. ¿Decimos que el tío Juan decayó? ¿Que la tía Mecha se destruyó? No. El tío Juan sigue con el yoyó, la tía Mecha vuelve a conseguir un laburo y la inmensa mayoría de los adictos tarde o temprano dejan su adicción.

Nadie se destruye. 

Solo Maradona. 

Es como que no le perdonasen que como jugador no se hubiese quedado en la cima y como si eso no fuese suficientemente irracional, le echan la culpa a la cocaína. Las drogas nunca son la raíz de los problemas, calman un dolor que ya estaba ahí. 

La fama fue el gran mal; la cocaína no es ninguna santa, pero esa adoración descomunal de pueblos enteros que parece caerle sobretodo a los jugadores de fútbol, sí que lo arrincona a uno. A la cocaína se la puede dejar, pero de la fama mundial no hay vuelta atrás. 

Hoy día a los grandes jugadores se les da apoyo para no descomponerse ante esa adoración violenta, pero Maradona estaba solo. Que los adeptos señalen a la cocaína como culpable de lo que dicen fue su destrucción, es comprensible.  Duele verse a uno mismo en la fuente de la desgracia de un ser querido. 

Hasta hace poco Maradona entrenaba jugadores jóvenes en México y ahora se recupera de una operación en la rodilla. En casa yo escribo estas lineas con motivo de otra gran obra inspirada en él. Mientras haya corazón, nadie se destruye. La vida no es escalar una montaña y mucho menos una estadía en la cima. Es un experimento loco y de todos los experimentos quizás el de Maradona sea el más descabellado.

revistaorsai.com

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