ANDREA GAMARNIK: “NO SÉ CÓMO VOLVERÉ A LO DE ANTES, YA NO SOY LA MISMA”

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“Cuando logre bajar un cambio, no sé realmente cómo voy a hacer para congeniar todo lo que se logró con mi verdadera pasión, que es la ciencia básica. No sé cómo volveré a lo de antes, ya no soy la misma. Hoy es coronavirus, pero mañana será el turno de otras enfermedades infecciosas y ahí tendremos que estar. Ahí también diremos presente”, señala Andrea Gamarnik y, pese a su tono sereno, enciende el diálogo. La realidad es que no tenía necesidad de involucrarse. Cuando comenzó la pandemia podría haber ocupado, sencillamente, un sitio secundario: responder preguntas a periodistas ávidos de obtener respuestas sobre un nuevo virus que nadie conocía del todo y continuar con sus investigaciones en dengue y Zika. Al fin y al cabo, tanto en el ámbito doméstico como en el latinoamericano, ya era una figura consagrada.

Sin embargo, el problema parecía más complejo. En febrero de 2020, el Sars CoV-2 amenazaba con convertirse en un conflicto de escala global y Gamarnik, un poco con conocimiento acumulado y otro poco al ver el color que tomaba la situación del otro lado del Atlántico, sintió que esta vez sería diferente. Así que desde su laboratorio de Virología Molecular en el Instituto Leloir pensó que algo tenía que hacer. Lo cuenta sin prisa, sus palabras tienen peso cuando salen de su boca. “Nuestro trabajo siempre fue muy básico, entender a nivel molecular cómo funcionan los virus. Los últimos papers que habíamos publicado sobre dengue se vinculaban con conocer cómo hace para pasar de mosquito a humano. Justo antes de que empiece la pandemia trataba de explicar en algunas entrevistas por qué era importante estudiar un virus con capacidad de ‘saltar’ de una especie a otra. Ahora no hay que explicar más nada, con el coronavirus quedó bastante claro por qué es tan importante comprender la biología de ese proceso”, relata.

ENTREGA 24 X 7

A comienzos del año pasado, el ministro Roberto Salvarezza la llamó por teléfono porque el objetivo era coordinar un espacio que desde la ciencia se abocara a comprender y a diseñar estrategias de acción frente al Sars CoV-2. Así nació la “Unidad Coronavirus”, con la participación del MinCyT, el Conicet y la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación. “En ese momento colgamos las pipetas, convoqué a los miembros del equipo y les comuniqué que a partir de allí trabajaríamos en coronavirus. La verdad es que significó un cambio rotundo porque las preguntas que debíamos contestar a partir de allí serían diferentes. Además debíamos enfocarnos en diagnóstico, un desarrollo puntual que se requería y no tenía nada que ver con lo que hacíamos previamente”, dice Gamarnik.

A partir de aquel instante, entonces, su vida se modificó de manera rotunda. “La experiencia que vivimos, desde lo profesional y desde lo humano, fue fascinante. Cuando empezamos hubo que reunir a gente de diferentes disciplinas y áreas porque la propuesta era desarrollar un test serológico. Manipular las proteínas del virus, purificarlas a alta escala, hacer ensayos de serología, llevarlos a la producción. Y el proyecto salió como salió porque todo el mundo puso lo que tenía”. Luego continúa: “Implicó trabajar día y noche, la pandemia nos corría, fue una entrega total. Fue muy emocionante ver cómo los profesionales de la salud se comunicaban para ofrecernos ayuda. No importaba quién lo hacía, sino el resultado. Desde lo profesional fue un placer infinito ver a la gente tan motivada y entusiasmada”.

La cronología de los hechos indica que su trabajo inició a mediados de marzo, al mes siguiente tenían el prototipo y el 5 de mayo ya había sido aprobado por la ANMAT. ¿El producto? El test “Covid-Ar” que identifica la presencia de anticuerpos –es decir, registra la reacción inmunológica del organismo frente al virus– y determina si la persona estuvo o no infectada. Pronto fue puesto a punto para realizar estudios epidemiológicos de poblaciones, para seroprevalencia en barrios vulnerables y para seguimiento de pacientes. “Una vez que comenzamos a distribuirlo en centros de salud de todo el país, el problema principal fue el de los costos, teníamos que lograr que fuera accesible a todo el mundo. Conseguimos donaciones y terminamos repartiendo más de un millón de determinaciones gratis en hospitales de Argentina”, narra la especialista y, luego, subraya la calidad del trabajo colectivo: “Cuando se maneja bien la comunicación, se pactan objetivos comunes y se dejan de lado los individualismos que a veces tiene la ciencia, sucede algo increíble. La importancia de coordinar esfuerzos y de dialogar son los principales aprendizajes que me dejó esto y que me gustaría experimentar en el futuro”, reflexiona la científica. Las lecciones que deja la batalla son claras.

PROYECTO COVID-AR

Con el correr de los meses, el proyecto Covid-Ar se multiplicó de forma exponencial: se diversificaron los acuerdos con hospitales e investigadores de distintos proyectos; de hecho, se firmaron más de 20 convenios de colaboración. En el presente, para citar un caso, desde la Facultad de Veterinaria de la UBA analizan la presencia de coronavirus en mascotas y en animales salvajes. El grupo de Gamarnik brinda todas las herramientas necesarias para adaptar el kit a las diferentes especies. “Hace un año, sólo nos dedicábamos a la ciencia básica, pero hoy hacemos de todo. Prestamos servicios, desarrollamos nuevos tests de diagnóstico, realizamos acuerdos de cooperación sanitaria con PAMI, trabajamos evaluando los anticuerpos que generan las vacunas en personas ya inmunizadas para la realización de informes técnicos y también trazamos abordajes específicos con plasma de convalecientes”, describe. De todo se encarga el mismo grupo coordinado por Gamarnik: comenzaron siendo poquitos, pero en la actualidad son más de 20.

Como relata la investigadora superior del Conicet, en el Instituto Leloir se abrió un laboratorio de serología conformado por 10 becarios que procesan muestras para realizar vigilancia en geriátricos. También se impulsó la creación de otro espacio de ensayos para la confección de nuevos kits de diagnóstico, ya sea para identificar Covid, o bien, para detectar otras enfermedades infecciosas desatendidas. Además, miembros de su equipo calibraron un protocolo estandarizado para hacer titulaciones de anticuerpos en plasma en personas recuperadas de la infección, paso clave para avanzar hacia la aplicación de la terapia de infusión. Y, por último, se destaca el trabajo con vacunas: bajo la coordinación del Ministerio de Salud bonaerense, su grupo mide anticuerpos en voluntarios inoculados luego de 21 días de la primera dosis y 21 días tras la segunda. En una primera instancia, lo evaluaron en personas que recibieron Sputnik V, aunque luego el examen será con todas las opciones vacunales. Hallaron que los niveles de anticuerpos totales y neutralizantes son similares en personas que recibieron dos dosis sin infección previa respecto de aquellas que recibieron una y previamente se habían infectado. El hallazgo es tan importante que se ubica como evidencia clave para poder repensar a futuro el suministro de dosis.

¿Qué demostró, entonces, la pandemia? “Que los científicos y las científicas de Argentina tenemos la capacidad de resolver problemas”, explicita. Quienes la conocen de cerca saben que Andrea suele trabajar muchísimo, que es tremendamente exigente y que traza rutinas laborales que siempre invitan a redoblar esfuerzos. Lo relata de este modo: “Siempre fui apasionada, siempre trabajé mucho, pero nunca con esta magnitud. Me gusta el deporte, andar en bici, el arte, leer literatura, soy hincha de Lanús y me gusta el fútbol, todas actividades que dejé de lado. Con la pandemia puse todo, me entregué al 100%, regalé mi existencia durante meses completos”. Y confiesa: “Incluso dejé de ver a mi pareja, de lunes a viernes vivíamos separadas porque estaba totalmente abocada a esto. Llegaba del laboratorio a las 10 de la noche y mientras comía tenía reuniones por teléfono”.

En el presente, se tomó “vacaciones”; apenas unos días para intentar desconectarse un poco. “En 2020 trabajamos a un ritmo infernal: 15 horas por día, sin frenar un segundo, sin sábados, sin domingos, sin feriados. Ahora casi que me obligaron a parar, la gente del laboratorio me pidió que tomara un descanso, así que vine a la costa. Pero bueno, es muy difícil desvincularse, no puedo cortar como tal vez sí es posible con otros trabajos”, comenta. “Mi equipo sigue a full, no puedo desaparecerme. Antes tocaba la guitarra y a partir de 2020, de repente, me tocó dirigir una orquesta. Espero hacerlo bien. Estoy tranquila porque la única certeza es que siempre dejo todo”. 

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