CRISTINA, ENTRE EL PJ Y LA MIRADA SOBRE LA ECONOMÍA LIBERTARIA

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Para el peronismo, la semana estuvo atravesada por la voluntad manifiesta de Cristina Fernández de Kirchner de conducir el Partido Justicialista. El movimiento surgió a través de un tuit del intendente de Merlo, Gustavo Menéndez, siguió con una publicación de su par de Ezeiza, Gastón Granados, y culminó con un texto compartido en X por Eduardo “Wado” de Pedro, como la voz tercerizada de CFK. La intención es ya una certeza: Cristina será la próxima titular del PJ. El partido tendrá alto protagonismo femenino y buscará algún proceso interno para evitar sorpresas. “No más Sciolis”, en palabras de Máximo Kirchner en su último acto. Es probable que “para adelante” se exploren mecanismos que busquen acotar sobresaltos en, por ejemplo, votaciones clave como la Ley Bases. Algo parecido a una búsqueda programática, con el PJ como enclave.

El lunes de CFK en el Instituto Patria fue movido. Estuvo reunida con dos experimentados operadores bonaerenses que supieron zurcir el bordado del duhaldismo, le envió un mensaje de afecto a Ofelia Fernández por el estreno de su serie documental, recibió a José Mayans y conversó con Pablo Moyano. El líder camionero le dio un dato que, para Cristina, explica con precisión el desplome del consumo de la población. “Hasta el año pasado había 12 mil kilos de basura por carga, ahora hay 5”, le dijo Moyano según pudo reconstruir #OffTheRecord.

“El único sentido que tiene que sea presidenta del PJ es si viene a juntar a todos, abriendo los brazos, lo demás la achica: por eso fue un error lanzar la candidatura a través de Wado”, marca, a pesar del entusiasmo, uno de los principales promotores del movimiento de Cristina. La alerta no es menor: la principal resistencia de quienes ven de afuera la pelea entre el kirchnerismo y Axel Kicillof es que el partido sea un mecanismo de sometimiento del gobernador y no “un lugar de encuentro” –como sostienen que será en el primer anillo de CFK.

Ante la carta de la expresidenta, el Gobierno de la provincia de Buenos Aires reaccionó con distancia: la horizontalizó con Ricardo Quintela y demorará una definición. “Ahora habrá que ver si el problema era con Máximo o también conmigo”, dice CFK en privado. Una bomba sucia para Kicillof que ganó holgadamente el debate con La Cámpora, pero es improbable pensar que replique el resultado con su mentora. “Hicieron todo solos y ahora quieren que Axel le ponga el moño”, responden en PBA. “¿Hasta hace un año era ‘Cristina o nada’ y ahora no la pueden reconocer como conductora del PJ?”, rigorean desde el Patria.

En sus últimas apariciones epistolares, Cristina examinó propuestas que, durante años, fueron tabúes para el decálogo kirchnerista. Ese sondeo de modernización choca con la caja de herramientas de la que dispone. “Necesitamos otros intérpretes para una nueva mirada económica, laboral, educativa”, reconoce en privado. Este último punto reaparece en conversaciones que Cristina tuvo con diversos actores en el último tiempo: su primer anillo no está capacitado para encarar las reformas que ella dice que el país necesita. Sin eso, será difícil que tenga verosimilitud una propuesta tantas veces obturada por el propio kirchnerismo.

En México, dónde concurrió para acompañar la asunción de la presidenta Claudia Sheinbaum, Kicillof aconsejó a la nueva administración no enamorarse de las herramientas y responder de forma pragmática a los cambios de la coyuntura. Eligió como ejemplo el programa de estabilización de Juan Domingo Perón de 1952, con el Congreso de la Productividad y su plan de ajuste y emergencia económica. Andrés Manuel López Obrador no es alguien que le esquive a la versatilidad: mantuvo un fuerte compromiso con la independencia del Banco Central, limitó la expansión del gasto público incluso en pandemia y se comportó en línea con lo que se esperaría de la ortodoxia macroeconómica.

A pesar del predictor del 3,1%, que significa la inflación de Bahía Blanca, de Domingo Cavallo a Emmanuel Álvarez Agis, son muchos los analistas económicos que coinciden en que el sendero de desinflación inicial estuvo impulsado por dos factores: la calma cambiaria y la recesión. Después de la fuerte devaluación de diciembre, la depreciación del tipo de cambio corrió sostenidamente por debajo del índice de precios al consumidor, mientras la brecha se ubica cerca de mínimos, a diferencia de lo que ocurría durante el Gobierno anterior. Ese dólar barato permite mantener a raya los costos y, por lo tanto, los precios. El factor recesivo que significó una fuerte retracción de los salarios durante los primeros meses dio lugar a una incipiente recuperación, con los formales ganándole a la inflación durante los últimos meses.

De los tres precios básicos de la economía –tipo de cambio, salarios y regulados– que explican el comportamiento de la inflación, sólo el dólar aparece sistemáticamente debajo del índice de precios durante los últimos meses. Los salarios y los aumentos de tarifas presionan en cambio sobre los índices de inflación. El resultado son dudas crecientes sobre la sostenibilidad del esquema monetario y cambiario, así como sobre los objetivos inflacionarios del Gobierno en el largo plazo.

El consenso de los economistas señala que, a los valores actuales, el tipo de cambio está artificialmente atrasado o, lo que es lo mismo, que la divisa norteamericana es más barata de lo que debería. Los indicadores son diversos, pero la salida de dólares por turismo –que de acuerdo a la consultora 1816, en julio y agosto rondaba los 800 millones por mes– y la evidencia anecdótica, recogida por múltiples observadores, sobre turistas que vuelven del exterior con las valijas llenas de productos o la comparación entre los costos de paquetes en el país contra destinos en Brasil o Uruguay comprueba la existencia de un problema de sostenibilidad que el esquema actual apenas disimula.

En este esquema, no sorprende que la política monetaria y cambiaria mantenga el compromiso con la regulación sobre la propiedad privada que supone la persistencia del cepo cambiario, que no es otra cosa que los controles de capitales estrictos. El herramental regulatorio permite al Gobierno sostener una tasa de interés real fuertemente negativa y, a su vez, un peso que se fortalece frente al dólar. El esquema tiene su punto débil en las dificultades que presenta para adquirir reservas internacionales. Los esquemas para bajar la brecha suponen volcar al mercado dólares que de otro modo quedarían en las arcas del Banco Central. El dólar barato afecta la competitividad de la economía argentina, limita su capacidad exportadora en sectores de valor agregado, mientras incentiva las importaciones y el cepo pone un techo a la inversión.

En el Gobierno, nada de esto parece generar preocupaciones. Esta semana, Luis Caputo se burlaba de quienes afirman que no se puede crecer con cepo poniendo de ejemplo los excelentes resultados obtenidos en las últimas décadas por el gobierno del Partido Comunista chino, que logró crecer a tasas de hasta dos dígitos con fuertes controles de capitales. Podrían haberle señalado que las coincidencias terminan allí, que esa China, que tiene políticas industriales robustas y grandes empresas estatales, utilizó los controles para sostener el tipo de cambio en niveles que maximicen las exportaciones y la acumulación de reservas en vez de lo contrario, pero posiblemente hubieran caído en saco roto frente al renacido amor del ministro por la intervención estatal en esta materia. Algo que la acercó a Cristina que, en privado, opinó sobre las declaraciones de Toto: “Es verdad, nosotros crecimos con cepo, pero si mirás el esquema de vencimientos te das cuenta que a estos les va a ser muy difícil sacarlo”.

La encrucijada del Gobierno, hacia adelante, es compleja. Hacer económicamente sostenible el esquema cambiario y retornar al sendero de baja de la inflación supondría no sólo interrumpir la incipiente recuperación salarial, sino revertirla, consolidando un sendero recesivo. Sería insostenible política y socialmente. La apuesta de salida, más que la normalización, son algunos parches irrepetibles. El saldo del blanqueo — cuyo efecto en los depósitos privados podría aumentar la capacidad prestable en dólares — , el RIGI –para traccionar inversiones en algunos sectores dinámicos aún con cepo cambiario–, y algún tipo de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que permita, al menos, posponer parte de los pagos de deuda, mientras los mercados siguen cerrados. Un esquema con el que el Gobierno espera atravesar la elección de 2025. Cuestión de ver para creer.

Mientras tanto, continúan las fricciones entre el oficialismo y el PRO. La reunión del jueves entre Santiago Caputo y Mauricio Macri no terminó bien. El expresidente volvió a pedir un acuerdo integral con eje en los nombramientos del gabinete mientras que el asesorísimo rechaza esa idea e insiste con un acuerdo parlamentario galvanizado con la conformación de un interbloque. De AFIP a Transporte, las demandas de Macri fueron siempre las mismas. Le enrostró a Caputo su intervención en el área del secretario de Coordinación de Energía y Minería, Daniel González, que Macri cuenta como propio. González fue CEO de YPF durante la administración Cambiemos. Aparentemente, hubo un gesto para que el amarillo –como lo llama Bambi– desembarque con parte de su equipo en Energía.

De cara al Congreso, Macri se sacó el tema de encima: “Lo del financiamiento lo tenés que hablar con Cristian (Ritondo)”. Caputo tenía una reunión pactada con el titular del bloque PRO para el día siguiente. A la salida del encuentro, el primer anillo de El Calabrés mostraba los dientes. Fernando de Andreis eligió la fábula del escorpión y la rana para manifestar su disconformidad, pero no quedó del todo claro. “Todo mal, no se llegó a nada y con Milei no habla hace tiempo. Mauricio está muy hinchado las pelotas”, dijeron desde su entorno ante la consulta de #OTR. “Cada vez está más roto todo; nos putean en Twitter, no aceptan ninguna recomendación, nos piden nuestros votos para todo pero no avisan o charlan antes de los temas, sus legisladores votan en contra en la Ciudad, rompen el bloque en PBA, Bullrich llama a diputados nacionales nuestros diciéndoles que tienen que pasarse a La Libertad Avanza o no van a renovar”, enumeraron los motivos.

Mientras Macri se desligaba de la votación y mostraba su enojo en público, el Gobierno venía conversando con el propio Ritondo y Alejandro Finocchiaro para obtener 28 diputados del bloque PRO, que fue lo que Martín Menem había pedido en el poroteo para sostener el veto. Al momento de la charla con Macri, el oficialismo ya tenía 26 de los 28. Es por eso que de la fábula de de Andreis se pasó al tuit en apoyo al veto de Macri para que no le ocurra lo mismo que en la ley de jubilaciones. Es decir, Macri se subió a un resultado que ya estaba garantizado. “Como en las elecciones”, ironizaban desde el Gobierno.

De todas maneras, los ojos de Casa Rosada están puestos en el Senado, porque hoy podrían aparecer las firmas para el dictamen de Ariel Lijo.


Iván Schargrodsky | Cenital

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