Vista desde Argentina, la victoria de Donald Trump deja muchas aristas positivas para el gobierno de Javier Milei y efectos ambiguos para el país. Una disociación parcial que se repite desde la asunción del presidente en diciembre pasado, pero que en este caso merece incluso más matices que los habituales. Su cercanía con Donald Trump -que incluyó un desaire a la administración demócrata durante su paso por la Conferencia de Acción Política Conservadora- pagó al menos en cuanto a su regreso a la Casa Blanca y tiene razones legítimas para ilusionarse sobre el futuro.
El impulso político que motoriza la euforia en Casa Rosada es evidente en sí mismo. Trump apoyó a Javier Milei públicamente, lo ungió como la marca local de su movimiento -“él es MAGA, Make Argentina Great Again”, es una frase que repitió más de una vez- y es el representante de las nuevas derechas con las que el presidente se identifica en forma entusiasta en la principal democracia del mundo. De Tucker Carlson a Elon Musk, las figuras más populares que rodean al trumpismo se consustanciaron con la victoria del libertario en Argentina y Musk fue un anfitrión regular de Milei en los Estados Unidos.
Las afinidades son claras y difícilmente los intentos por aislar el proteccionismo de Trump y convertirlo en una contracara del ultraliberalismo de Milei surtan algún efecto. En primer lugar, porque durante el primer mandato del republicano no lo hicieron en Brasil, donde las preferencias de Paulo Guedes -el gurú económico de Jair Bolsonaro- se alineaban con el comercio libre y los mercados abiertos. El combate al “socialismo” aparecía como prioridad compartida y las polarizaciones correspondientes pesaban más que cualquier diferencia de mirada en relación a preferencias comerciales de política interna que pueden ser, incluso patéticamente, complementarias. Apertura unilateral de un lado y cierre unilateral de otro pueden empeorar el balance comercial para el país que se abre, pero no supone el tipo de conflicto abierto que surgiría si Argentina deseara, también, cerrarse y afectar las importaciones estadounidenses.
En segundo lugar, porque con todo el peso que los aranceles pueden tener sobre la mirada del mercado, la protección externa no es el único factor a tener en cuenta a la hora de analizar la orientación económica de un gobierno, particularmente en los Estados Unidos, donde el comercio medido como porcentaje del PIB arroja uno de los valores más bajos del mundo, sólo superado por Sudán y Etiopía. En una provocativa nota publicada en Cenital, Martín Schapiro confronta con las miradas que ven en Trump un opuesto visceral de Milei y señala similitudes entre las ideas del libertario y el discurso, programa y equipo de campaña del magnate republicano.
Musk, su principal lugarteniente y sponsor económico, está llamado a ocupar un rol, seguramente informal o a tiempo parcial, como cara visible de un departamento dedicado a la desregulación económica y el recorte del gasto estatal -a menos que su histrionismo termine de herirlo de muerte política en la primera curva ante el presidente electo. La promesa de Musk, dos billones de dólares, significa un recorte de casi un tercio del presupuesto federal. Un número inalcanzable sin tocar los servicios de salud o la seguridad social. Suceda o no, Trump prometió también recortar impuestos; anticipó que considerará la eliminación del tributo a los ingresos -aquí mal llamado ganancias-, un tributo progresivo, a cambio de drásticos aumentos de aranceles que afectarán a los consumidores de forma transversal.
Aún si no fuera a concretar el programa en su totalidad, se trata de un esquema cuya orientación es clara y que a Milei no le pasará desapercibido. No necesitará piruetas retóricas para ubicarse cerca de una gestión de la que, por lo demás, se espera que retrotraiga una buena cantidad de las medidas pro sindicatos adoptadas por Joseph Biden y que sostiene una mirada enormemente escéptica de las capacidades estatales, incluyendo un explícito rechazo de las políticas industriales exitosas aprobadas durante los últimos años, como la Ley de CHIPS y la Ley de Reducción de la Inflación, que promueven la economía verde. Las similitudes están allí para cualquiera que desee verlas y, aunque nada está escrito, posiblemente se acentuarán en la medida en que conozcamos a quienes integrarán su equipo de gobierno.
Los nombres que el presidente electo norteamericano dio a conocer anoche para encabezar la política exterior alimentan y fortalecen la reestructuración que el mandatario argentino imagina en la Cancillería. La próxima embajadora ante Naciones Unidas será Elise Stefanik, una de las principales espadas del trumpismo en la Cámara de Representantes y una férrea defensora de Israel. Stefanik fue el principal ariete legislativo en las audiencias que terminaron por sentenciar las salidas de las rectoras de las universidades de Harvard y Penn por su supuesta tolerancia a las manifestaciones antisemitas en las protestas propalestinas en los campus.
El próximo asesor de Seguridad Nacional, que sucederá a Jake Sullivan, vendrá también de la Cámara. Michael Waltz, oriundo de Florida, un veterano de guerra que se opuso a la retirada de Afganistán y que, días antes de la elección, propuso -como estrategia para poner presión sobre Rusia y obligarla a negociar- “soltar las restricciones” impuestas al Gobierno ucraniano para atacar en territorio ruso con armas estadounidenses. También acusó a la administración de Biden-Harris de estar insuficientemente comprometida con Israel y sus críticas a la OTAN son instrumentales. La alianza, asegura, moviliza recursos insuficientes porque a excepción de Estados Unidos sus miembros gastan poco en defensa.
Waltz y Stefanik comparten también una mirada extremadamente dura sobre China, que ocupará la centralidad en la política exterior trumpista, de la que acaso la mejor noticia para Javier Milei se haya confirmado anoche, cuando se supo que Marco Rubio ocupará la Secretaría de Estado. De origen cubano, Rubio es probablemente la figura de alto nivel de la dirigencia estadounidense más interesada e involucrada con la realidad de América Latina. El hoy senador visitó la Casa Rosada en febrero y dio su apoyo expreso al rumbo económico de la administración Milei, a quien elogió como la persona abocada “a dejar atrás un siglo de políticas socialistas desastrosas”. Rubio favorece una postura de extrema dureza con Venezuela, Cuba y Nicaragua, y es el rostro más prominente de un grupo amplio y tradicional de halcones. María Elvira Salazar, una de las representantes de ese espacio, agradeció públicamente a Milei el despido de Diana Mondino tras el voto en favor de Cuba. Como senador, Rubio solicitó por escrito a Biden que los Estados Unidos pusieran su peso en el Fondo Monetario Internacional para refinanciar y aliviar la carga de deuda de la Argentina, como forma de apoyo al programa económico capitalista del gobierno de La Libertad Avanza (LLA). ¿Hará lo mismo como secretario de Estado?
Con la nueva administración, probablemente aparezca un nuevo acompañamiento a las posturas de Argentina en organismos internacionales. Si bien como regla todos los votos valen uno, el probable acompañamiento de los Estados Unidos a las posturas contra la agenda ambiental, de género y de protección de las minorías, así como el cuestionamiento activo a las instancias de gobierno supranacionales, permitirá a la administración de Milei presentarse como parte de una vanguardia política e ideológica reaccionaria en crecimiento y no como un actor marginal que cuestiona todos los consensos globales. Un cambio cualitativo para nada menor.
El pleno de Milei acarrea también riesgos que posiblemente pasen por alto pero pueden terminar por pesar más que las ventajas. El nuevo alineamiento, no ya con el Estado sino con el gobierno de los Estados Unidos, definido en su política exterior por la hostilidad hacia China, podría debilitar las recientes correcciones pragmáticas de las autoridades argentinas. Donde había una apertura basada en intereses podría regresar un tono de cruzada ideológica que, a su vez, involucraría al país, de modo inéditamente relevante, en la disputa bipolar. Una Argentina que abandona a China por motivos puramente ideológicos podría ser un ejemplo de la capacidad de daño del gigante asiático, que ya aplicó en su momento castigos comerciales informales a Japón o Australia ante enfrentamientos políticos puntuales.
Sería un error no forzado derivado de una euforia que, hoy, acompañan los mercados. La importante baja del riesgo país luego de conocerse la victoria del republicano ocultó tras la particularidad argentina lo que aparece como una tendencia desfavorable para las economías emergentes. Los aranceles en Estados Unidos podrían o bien frenar o al menos ralentizar la desinflación de la economía de aquel país y, así, poner presión sobre la Reserva Federal para corregir tasas de interés, aumentando el costo del crédito y provocando salida de capitales, particularmente en los países más expuestos.
Por otra parte, cualquier medida arancelaria de alcance transversal, como las que Trump prometió en campaña, afectará las exportaciones tanto de Argentina como de nuestros socios y podría impactar también sobre las inversiones de las empresas estadounidenses en el extranjero. Estados Unidos es el primer inversor y el tercer destino exportador que tiene la Argentina. Ninguna de estas perspectivas parece, sin embargo, asustar a los mercados, que comparten el optimismo sin reservas de Casa Rosada y confían ciegamente en el poder de las afinidades políticas.
De acuerdo a las versiones, el presidente Milei viajaría a los Estados Unidos este jueves -luego de la cena de recaudación de la Fundación Faro, de los hermanos Caputo- con el objetivo de convertirse en el primer mandatario extranjero en reunirse con Trump tras el triunfo electoral. Una probable foto ganadora que sería el preludio de una agenda internacional desafiante que incluirá la visita de Emmanuel Macron, con quien deberá conversar sobre las posibilidades -cada vez más lejanas- de destrabar este año el acuerdo Mercosur-Unión Europea, y participar, a partir del lunes, de la cumbre del G-20 en Río de Janeiro, donde coincidirá con mandatarios como Xi Jinping, Claudia Sheinbaum y Lula da Silva, aunque no están previstas reuniones bilaterales con ninguno de ellos, ni agenda confirmada con otros mandatarios. Tras el encuentro, está prevista una visita con la jefa de gobierno italiana, Giorgia Meloni. La omisión de una reunión con su par de Brasil será una mancha en la que podría ser una semana soñada para la agenda exterior presidencial, aunque ambos mandatarios parecen cómodos evitándose y dejando la relación en manos de la diplomacia profesional y las oportunidades comerciales.
Sin perspectivas de deshielo entre los mandatarios, Argentina y Brasil terminaban de delinear un memorando de entendimiento para facilitar las exportaciones en firme de gas de Vaca Muerta, cooperar en infraestructuras estratégicas y explorar acuerdos de importación temporales o de emergencia ante situaciones extraordinarias desde ambos países. Un impulso a una operatoria que, en pleno funcionamiento, podría posiblemente suponer el mayor impulso a la relación comercial bilateral en dos décadas, en el contexto de mayor frialdad entre ambos países del que se tenga memoria reciente. Un resultado paradójico que quizás diga algo sobre las cambiantes relaciones entre política y economía.
En Diputados la cosa está más clara. El Gobierno se encamina a resistir este próximo año e intentar lograr el tercio que le permita sostener los vetos y DNU’s del presidente. Milei se encamina a prescindir todo lo posible del Congreso en la segunda parte de su mandato, luego de las elecciones de medio término en las que debería mejorar significativamente su representación legislativa en desmedro del PRO. Uno de los ítems que podría encontrar como aliados circunstanciales a LLA y el kirchnerismo es la eliminación de las PASO. Con eso y el fin del financiamiento de los partidos políticos, el oficialismo podría designar esas partidas a las universidades: win-win. Esto podría friccionar el vínculo con el PRO: al espacio conducido por Mauricio Macri la eliminación de las primarias no le resulta funcional porque lo obligaría a ir a mendigar lugares en LLA o arriesgarse a competir por afuera y quedar, a nivel nacional, por debajo del Frente de Izquierda.
Mientras tanto, con la negociación trabada en el Senado, en el oficialismo toma cada vez más cuerpo la idea de nombrar por decreto -en comisión- a Ariel Lijo y Manuel García-Mansilla. Si bien los votos para Lijo están garantizados, la negativa del peronismo y parte del radicalismo sobre García-Mansilla ralentizan el proceso. “Los dos o ninguno”, sigue repitiendo Casa Rosada que, por eso, exploraría el método Pepín, en referencia al mecanismo por el cual Fabián Rodríguez Simón convenció a Macri de sentar en la Corte a Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz. El Gobierno sostiene que ese antecedente lo favorece largamente: el PRO y la UCR -que impulsaron aquel episodio- no podrían oponerse. Y naturalmente, los jueces que aceptaron tampoco.
Casualmente Rosatti estuvo ayer en Roma con Francisco en un encuentro que trascendió gracias a que el Vaticano subió el mitin a la lista de audiencias. La duración y los motivos no se conocieron -aunque era una invitación cursada hace tiempo-, pero se da casualmente en el marco de la escalada de violencia en Rosario que, de manera impactante, terminó con la vida de los dos jefes de la barra de Rosario Central. En la justicia provincial lo vinculan con la guerra narco. Esto, según pudo averiguar #OffTheRecord, acelerará el proceso sobre el juez Marcelo Bailaque que comparte contador con Esteban Lindor Alvarado y el gobierno propuso ascender para la Cámara Federal de Rosario. Y, también, pero por otros motivos, sobre Gastón Salmain, el magistrado apuntado por el cierre de una fábrica de la tabacalera Bronway Technology SA en el barrio Nuevo Alberdi de Rosario.
Iván Schargrodsky | Cenital