Una confirmación del triunfo de Lula en la segunda vuelta electoral crearía las condiciones necesarias para revertir un sendero de subdesarrollo y pérdida de soberanía política. La historia muy reciente nos muestra, sin embargo, que estas condiciones no son suficientes.
El resultado electoral del 2 de octubre en Brasil deja una incógnita sobre el futuro cercano de aquel país y de toda la región. Ya en 1930 el capitán del ejército Mario Travassos, en uno de los primeros ensayos de geopolítica brasileña que se conocen, se refería a la innegable proyección continental del país. 17 años más tarde, Josué de Castro publicaba su Geografía del Hambre, en donde colocaba a Brasil como ejemplo de que las hambrunas no son fenómenos naturales, sino que se explican a partir de lógicas geopolíticas y de configuraciones de la economía mundial. En Brasil conviven la Casa Grande y la Senzala (como el nombre del libro de Gilberto Freyre que desnuda a la sociedad esclavista brasileña tomando como referencia la Casa Grande patriarcal y el caserío de los negros africanos llamado Senlaza). Y Lula da Silva sintetiza un proyecto histórico que aúna la proyección continental y el fortalecimiento de la posición global del país, una política exterior altiva y activa al decir de su ex canciller Celso Amorim, con el objetivo de poner fin a las desigualdades históricas y al subdesarrollo, que raíces tan profundas tienen en la historia colonial representada en aquel libro clásico de Freyre. Ambos proyectos se volverán a encontrar en la segunda vuelta, en un contexto de tensiones globales y exacerbación de desigualdades que se convierte en terreno fértil para las derechas más tenebrosas.
Brasil, con su peso regional y global, con fronteras con 10 de los 12 países de América del Sur, es tal vez el mejor ejemplo de por qué es necesario tener, para abordar el impacto de la elección sobre la economía política del MERCOSUR, una perspectiva histórica y una mirada geopolítica.
La economía política del Mercosur en perspectiva histórica
Con el colapso de la Unión Soviética, la caída del muro de Berlín y el pensamiento único neoliberal como telón de fondo, la creación y consolidación del MERCOSUR transformó la geografía política y económica de América del Sur, incluso más allá de las intenciones de sus gobiernos fundadores. Sin embargo, en su primera década (1991-2002), estuvo teñido por el clima de época: fue un cerrojo jurídico internacional de las políticas del Consenso de Washington frente a eventuales cambios políticos. Esta etapa produjo un inédito crecimiento del comercio intra-regional, pero profundizó las asimetrías entre los Estados y las desigualdades al interior de sus territorios.
En su segunda década (2003-2012), se proyectaron en el bloque los cambios políticos que tenían lugar en la región. Sin embargo, la economía política de la integración fue la dimensión en donde esto se vio reflejado en menor medida. Los proyectos de integración productiva no fueron suficientemente ambiciosos ni contaron con el financiamiento necesario, y los consensos para llevar adelante la mínima planificación conjunta del desarrollo no se alcanzaron. A pesar de ello, esta región se resistió a una inserción económica internacional subordinada, representada por la propuesta estadounidense de conformar un área de libre comercio hemisférica y/o de negociar acuerdos bilaterales asimétricos. A su vez en esta etapa por primera vez se encaró la cuestión de las asimetrías en el bloque, con la creación en 2004 de los Fondos de Convergencia Estructural.
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La restauración conservadora que tendría lugar en el MERCOSUR luego de los golpes de Estado en Paraguay (2012) y Brasil (2016), y de la llegada al poder de Mauricio Macri en Argentina (2015), sería funcional a una dinámica de reconfiguración de la economía internacional con nuevas exigencias de estándares por parte de los países centrales para mantener su tradicional dominio y asimetría con respecto a las naciones en desarrollo. La concreción, en junio de 2019, del contenido sustantivo de un acuerdo entre el MERCOSUR y la Unión Europea es muestra de ello: es un acuerdo que obtura en gran parte las posibilidades de encaminar un sendero común de desarrollo, por sus impactos en la economía real y en cuanto a la pérdida de soberanía regulatoria.
El Brasil de Bolsonaro y el Mercosur: ausencia geopolítica y liberalismo económico
Durante el gobierno de Jair Bolsonaro la posición de Brasil en la región, y en el MERCOSUR en particular, combinó dos movimientos: aislamiento geopolítico y liberalismo económico. Desde la Cumbre de Brasilia que tuvo lugar en el año 2000, en el gobierno de Fernando Henrique Cardozo, que reunió por primera vez en la historia a los presidentes sudamericanos, el país había ejercido un liderazgo indiscutido en la promoción de distintos caminos políticos e institucionales de concertación y unidad. El gobierno de Jair Bolsonaro no solo estuvo ausente, sino que contribuyó fuertemente con el desmantelamiento o debilitamiento de los esquemas de integración más recientes, como la CELAC y la UNASUR, y con la desintegración económica creciente del MERCOSUR. En este último espacio, el Ministerio de Economía de Paulo Guedes promovió una rebaja del arancel externo común que no tiene antecedentes en la historia económica mundial más que en el gobierno chileno de Pinochet. Esta ortodoxia liberal a ultranza generó tensiones con la Argentina de Alberto Fernandez, y por supuesto estas diferencias, acompañadas por la ausencia de diálogo al más alto nivel, inhiben cualquier sendero compartido de integración y desarrollo.
Las elecciones en Brasil y la economía política del Mercosur
Ya Francisco de Miranda, en el siglo XVIII, señalaba la relevancia geopolítica de este rincón del planeta y anticipaba cuánto la independencia de la América hispana impactaría en el sistema mundial. En el siglo XX, Juan D. Perón señalaba que la relación de Argentina y Brasil era el núcleo básico para cualquier proyecto de autonomía y desarrollo sudamericano. Esta región ha sido históricamente una geografía en disputa. Sin duda, una confirmación del triunfo de Lula en la segunda vuelta electoral crearía las condiciones necesarias para revertir un sendero de subdesarrollo y pérdida de soberanía política. La historia muy reciente nos muestra, sin embargo, que estas condiciones no son suficientes. El desafío es mayúsculo.
Desde el punto de vista geopolítico, el actual contexto de transición hegemónica sitúa a la región ante una nueva disyuntiva estratégica en la cual es fundamental crear las condiciones para ampliar sus márgenes de autonomía. Esta etapa, a su vez, encuentra al MERCOSUR, desde la perspectiva de la economía política, en una situación estructural que es anterior al giro político conservador: lo que la CEPAL ha denominado ahuecamiento productivo y comercial, es decir, la pérdida de relevancia del mercado común en el intercambio entre sus Estados partes, acompañado de un escaso dinamismo exportador, particularmente desde 2008-2009, y un creciente peso de los bienes basados en recursos naturales en su canasta exportadora. Esta situación, si bien ha sido agravada por las políticas neoliberales del ciclo conservador, es anterior a ellas y condicionará cualquier un nuevo ciclo popular regional.
En perspectiva histórica, considerando las tendencias actuales a una mayor regionalización por razones no solo económico-comerciales sino también de seguridad, la unidad continental parecería ser el único camino de viabilidad real de nuestra región. Ahora bien, un reposicionamiento del MERCOSUR (ampliado, es decir, de Sudamérica) en pos de un sendero de desarrollo, mayores márgenes de autonomía y soberanía, inclusión social y estabilidad política y democrática, requerirá también y, sobre todo, además de las políticas encaminadas por un eventual gobierno de Lula da Silva, un posicionamiento argentino de claridad estratégica y condiciones políticas, económicas y sociales para sostenerlo. Ningún esfuerzo en esta dirección será vano.
Cenital.com/Mariana Vázquez