El encuentro entre Cristina Kirchner y Axel Kicillof que anticipó #OffTheRecord duró tres horas y ocurrió en un cobertizo cercano a la Casa Rosada, propiedad de un dirigente cercano a la expresidenta y amigo de hace muchos años del gobernador. En el mitin, según pudo reconstruir Cenital — a pesar del recelo que orbitó la reunión y que incluyó torpes intentos de desmentida — hubo quejas de Kicillof vinculadas a la relación con La Cámpora durante su primer mandato, el cierre de listas y las críticas de estos últimos meses. Cristina se sorprendió por lo que, entiende, eran aspectos menores que no justificaban la escalada, máxime luego de ungir en repetidas instancias a su interlocutor incluso, en alguna ocasión, ante la resistencia de su hijo. “Cada vez que ella terciaba por él nosotros nos ordenábamos, una vez que no pasa eso llegamos hasta acá”, repite en privado Máximo Kirchner.
Luego del acto en Berisso — que fue una enorme demostración de fuerza del armado bonaerense — , Kicillof decidió hacer un llamado a la unidad — lo cual, en la práctica, fue un desafío a su mentora. Cristina, más adelante, se despachó en el Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (SMATA) con el objetivo que su enojo trascendiera. “Los Poncio Pilatos y los Judas en el peronismo no van más”, dijo en referencia al gobernador que respondió a través de un comunicado con un exocet al principal reclamo del peronismo a la conducción cristinista: “La lógica del sometido o traidor entró en crisis y es la que viene causando malos resultados”.
Si bien el razonamiento es innegable, Kicillof fue durante años — al igual que Andrés “Cuervo” Larroque, el señalado por CFK como el hombre detrás de la estrategia del gobernador — beneficiario o partícipe de esa dinámica tóxica. Lógica que parece haberse reservado en la narrativa del sistema al kirchnerismo, pero se repite en casi cualquier espacio político, muy especialmente en este oficialismo nacional. José Mayans, primer vicepresidente en la lista de la expresidenta al PJ, ejercitó un envidiable proceso de negación: “Cristina no hablaba de Kicillof”. En SMATA, CFK disparó otra bomba sucia: “Su problema es que nunca tuvo que pelear por nada: yo lo puse de ministro, de diputado y las dos veces que fue gobernador fue gracias a la fórmula presidencial”. Una degradación injusta o un recuerdo insuficiente que soslaya “las plazas del pueblo” o el recorrido bonaerense en el Clio de su amigo y lugarteniente Carlos Bianco.
Esta situación absolutamente atípica — y con final abierto — tuvo su momento de gloria para Axel en su enfrentamiento con La Cámpora de los meses previos, que contó con la inestimable ayuda de las declaraciones públicas de los dirigentes de la organización juvenil. La posterior candidatura al PJ de Cristina le ofreció una salida que decidió no usar. “Podría haber apoyado a Cristina y dejar claro que el problema era con Máximo, no con ella, y postergaba una discusión que hoy para él es muy prematura”, razona un peronista que se entusiasma con Axel.
Los motivos por los cuales Kicillof no siguió ese camino se sabrán con el tiempo, pero abren un escenario complejo de cara a la elección en el PJ: si bien el gobernador se declaró prescindente en esa interna, algunos de sus colaboradores cercanos ayudaron a Ricardo Quintela e, incluso, Fabián Cagliardi — anfitrión del acto en Berisso — figura entre los avales del riojano. En el entorno de Axel sostienen otra cosa: “Los avales se juntaron hace 45 días cuando Quintela era el candidato del Instituto Patria”.
De paso: la lista de Quintela presenta una enorme cantidad de irregularidades que dependerá de la voluntad de los compañeros ver qué suerte corren, mas sería imprudente aplicar un escritoriazo aunque corresponda formalmente. El riojano dijo que hace meses que recorre la Argentina para presidir el PJ — probablemente, una gentileza involuntaria que agradezca el principal competidor en su provincia, Martín Menem — : ¿cómo no logró, en todo este tiempo, conseguir holgadamente los avales para competir?
Mientras Cristina recuerda en privado que, en febrero, invitó a Kicillof y Larroque a su cumpleaños — una señal de confianza y cercanía en el lenguaje doctoril — , en el entorno del gobernador usan una memoria histórica envenenada: “Con el criterio de La Cámpora no hubiera existido un Néstor porque tendría que haberse plegado para siempre a Duhalde”. Una reflexión que irrita especialmente al kirchnerismo: “Néstor había sido intendente y gobernador antes que Duhalde llegara a buscarlo por la negativa de Reutemann y De la Sota”. “El duhaldismo no entendió que Néstor era un fenómeno que ya había atravesado a la sociedad y con Axel pasa lo mismo”, replican en La Plata.
¿Está, Kicillof, buscando el reconocimiento de Cristina? ¿O quiere, efectivamente, disputarle la conducción? La respuesta debería ser una, porque ambas no pueden convivir. El enojo o la desilusión son sentimientos perfectamente válidos, pero irrelevantes en una discusión de esta naturaleza porque, en una obviedad manifiesta, el poder no se hereda: se gana. En su manual de Conducción política, Juan Domingo Perón decía: “Los conductores ‘nacen’ y aquél que no haya nacido, puede acercarse al conductor por el método. El que nace con suficiente óleo sagrado de Samuel, ése no necesita mucho para conducir; pero el que no, puede llegar a la misma altura por el trabajo (…). Nadie puede decir cuáles son los principios del arte de la conducción, ni tampoco nadie se ha animado a decirlo. Que existen principios es indiscutible porque si no existieran la conducción no sería un arte. La teoría sirve al arte, pero si no hay un artista se hará una obra perfecta pero sin vida. La inspiración la da el artista. En esto todos tienen un poco de artista según la cantidad de gotas de óleo sagrado de Samuel que Dios ha puesto en cada uno. Es indispensable, para el que vaya a actuar en la conducción, que tenga el suficiente óleo sagrado de Samuel”. ¿Lo tiene Kicillof?
Esta fue también una semana en que la palabra presidencial ocupó algunos de los lugares más violentos desde que Javier Milei abandonó el modo campaña y accedió a la presidencia. No es que su discurso en estos meses fuera en modo alguno mesurado, ni que se hubiera contenido para parecerse a lo que en los papeles es uno a imagen de su investidura, pero sus palabras recientes sobre Ginés González García y Cristina recordaron más al Milei panelista cuando se refería, por ejemplo, a las figura del Papa Francisco o Eva Perón, evocaciones a las que no descenderemos por temas de higiene. Hasta Mauricio Macri, que antes de llegar él mismo a la presidencia había hablado de “tirar a Néstor Kirchner del tren”, se manifestó en Córdoba en desacuerdo con la violencia discursiva del presidente. Un límite que no pone en duda ningún apoyo, siempre más enfocado en las efectividades conducentes.
Mauricio Macri sufre del mismo problema que sus aliados españoles del Partido Popular y, más claramente, el viejo establishment republicano estadounidense o la centro derecha brasileña. La metáfora macabra presidencial, cuyo antecedente más cercano estéticamente se remonta a Herminio Iglesias a la salida de la dictadura — complementada con la catarata de insultos para quien fuera posiblemente el sanitarista argentino más reconocido de las últimas tres décadas en términos de política pública — tiene correlatos obvios en los discursos de Vox, Donald Trump y Jair Bolsonaro.
La eliminación de la civilidad discursiva tiene dos efectos simultáneos paradójicos. Por un lado, el discurso se normaliza y pasa a ser parte de una hipérbole que, como tal, deja rápidamente de escandalizar. Estos excesos a nivel global, repetidos, dejan de ser noticia y pasan a formar parte de la habitualidad. Pero no se moderan, sino que se mantienen. Pierden gravedad al mismo tiempo que novedad para el público en general. Para la base más movilizada, en cambio, operan un código, una permisión, acaso un guiño para los peores instintos. No hicieron falta llamados explícitos de Trump o de Bolsonaro para que sus seguidores intentaran ocupar por la fuerza las sedes de los poderes democráticos y republicanos con el objetivo de impedir el ejercicio de la democracia. Esta retroalimentación entre la violencia de la minoría más activa y motivada — y la indiferencia de la mayoría — no hizo mella en la potencia electoral de estas figuras, pero sí dejó como saldo sociedades más violentas y divididas, con niveles mayores de enfrentamiento interno y en peores condiciones para confrontar con los grandes desafíos nacionales.
No es antojadizo suponer que Milei tenía en su cálculo político tanto la indignación masiva y articulada que generarían sus palabras enormemente irrespetuosas con la memoria de González García — y respecto del combate a la pandemia, además, objetivamente falsas — como una posible respuesta contundente y justificadamente agresiva de parte de la expresidenta. “Los políticos son seres miserables, despreciables y son capaces de cualquier cosa con tal de hacerse del poder”, decía un Milei descriptivo y, a la vez, premonitorio con sí mismo. Era enero de 2019.
En esta sintonía, el Gobierno tomó una decisión de alto impacto: disolvió la AFIP, creó un nuevo organismo, fortaleció tanto la DGI como la DGA y puso al frente a dos viejos conocidos de La Casa: Andrés Vázquez y José Andrés Velis. Con esas dos unidades fortalecidas queda diluida la figura de Florencia Misrahi, que se resistió al cambio hasta último momento. Además, anunció una reducción drástica de la planta política, de la línea y el pase a disponibilidad de más de tres mil empleados que, según esta administración, ingresaron irregularmente durante el mandato anterior. Gente que conoce los pasillos de la AFIP recordaba que un porcentaje nada desdeñable de ese colectivo son amigos o familiares de jueces y fiscales.
El cambio en AFIP tiene ribetes ideológicos que no deberían ser subestimados a riesgo de sorprenderse por lo evidente. La trayectoria del Partido Republicano estadounidense debería dar una muestra elocuente de las posibles intenciones oficiales. Históricamente descrito como el partido que se preocupa por el déficit — aunque no siempre se haya comportado así cuando fue gobierno — y como el de la ley y el orden, los últimos años de la intervención partidaria en el Capitolio estuvieron marcados por un estruendoso cuestionamiento a los esfuerzos del gobierno de Joseph Biden de fortalecer las capacidades de fiscalización y control de IRS, la agencia equivalente a la AFIP argentina.
La actuación fue curiosa porque, lejos de representar instancias de dispendio estatal, el fortalecimiento de IRS hubiera significado — de acuerdo a la Oficina de Presupuesto del Congreso estadounidense — un aumento neto de los ingresos fiscales — y, por lo tanto, una mejora del déficit — sin necesidad de aumentar la carga tributaria de los contribuyentes. ¿Cuál era el argumento republicano ante la contundencia de los números? Que la agencia impositiva era, en sí misma, una carga para los estadounidenses que trabajan.
Sin embargo, el anuncio más importante de ayer tiene que ver con una serie de medidas que tienen nombre y apellido y es quien supo ser el principal rival mediático de Néstor y Cristina Kirchner desde el 2008: el Grupo Clarín. La eliminación de las exenciones del Impuesto al Valor Agregado (IVA), el anuncio de licitación de los 100MHz de espectro de Arsat y los 50MHz del ENACOM para modernizar las telecomunicaciones y la relicitación del plan de conectividad — un negocio de 60 millones de dólares que ganó en su momento Clarín — y el resultado de las auditorías que revelaron que “Telecom y Telefónica adeudan más de tres mil millones de pesos en concepto de aportes de inversión al Fondo Fiduciario de Servicio Universal” — y el comunicado oficial sugiere una revisión de los contratos — , parece, si no una guerra declarada, al menos el traslado de los tanques a la frontera para negociar con un holding que el Gobierno identifica como parte del problema.
Iván Schargrodsky | Cenital