En estos días, los inquilinos de Casa Rosada viven su momento de euforia. Un rápido opuesto de la preocupación por la baja en las encuestas que hace apenas días arrastraban los vetos al aumento a las jubilaciones y a la suba en el costo de vida. La baja de la inflación por debajo del nivel de 4%, –que muchos analistas económicos coincidían en considerar difícil de perforar– y una incipiente recuperación salarial –cuyo correlato es el incremento en el Índice de Confianza en el Gobierno que mide la Universidad Di Tella y refleja una recuperación que recorta la casi totalidad de la pérdida del mes de septiembre– constituyen sin dudas parte relevante del entusiasmo.
El optimismo libertario cerca del presidente responde a la encuesta de Aresco que le dio, en octubre, una recuperación de tres puntos en la imagen de la gestión oficial que deja ese ítem con un diferencial positivo de casi seis. La valoración de Javier Milei creció en la misma proporción, lo que lo deja –según Aresco– en 53.7% de aprobación. Sin embargo, el dato más relevante del estudio está en la incipiente constitución de un rígido mileísta: alrededor de un 40% de los encuestados dice acompañar al presidente por una cuestión ideológica o política, escindido de los resultados económicos. Habrá que ver cuánto resiste esa fe, pero es una excelente noticia para Cristina Kirchner y una muy mala para Mauricio Macri.
Sin embargo, esos números están lejos de contar toda la historia. La tribuna más importante que alimenta la confianza del Gobierno no viene del día a día de los argentinos sino de los mercados internacionales donde, en los últimos dos meses, el éxito del blanqueo impulsó un clima de frenesí financiero que permitió perforar la barrera de los mil puntos de riesgo país por primera vez desde agosto de 2019 –cuando los mismos mercados todavía se entusiasmaban con la posibilidad de reelección de Mauricio Macri. El rally alcista en los precios de los bonos en dólares –apenas corregido por algunos ruidos globales provenientes de los Estados Unidos– prácticamente descarta, para quienes tienen su dinero en juego, las posibilidades de una corrección cambiaria durante los próximos meses.
El balance del Banco Central resultó entonces mucho mejor de lo esperado en un período estacionalmente complejo y el anuncio del uso de reservas como mecanismo para esterilizar la necesidad de pesos –y mantener el dólar a raya– no requirió de grandes intervenciones de la autoridad monetaria. En este marco, arrecian las especulaciones para el próximo año, con superávit fiscal y dólares del blanqueo que mejoraron la masa prestable al sector privado, aliviando la presión sobre las reservas. La baja de la inflación tiene al tipo de cambio como instrumento privilegiado, por lo que mantener tanto el oficial como la brecha bajo control aparece más prioritario para el oficialismo que salir del cepo cambiario.
Un informe de 1816 se hace eco de esas prioridades y se pregunta, en ese escenario, por el destino de algunas de las regulaciones vigentes más emblemáticas. El dólar blend, que permite a los exportadores liquidar el 20% de las divisas por exportaciones en uno de los mercados legales paralelos en vez del oficial –con costo para las reservas– y las formas más duras del cepo cambiario. El blend, de mantenerse, podría causar pérdidas de reservas de más de 15 mil millones en 2025. Su eliminación es reclamada desde hace tiempo por los técnicos del Fondo Monetario Internacional (FMI). El Gobierno resiste, porque el mecanismo contribuyó al mantenimiento de la calma cambiaria –con oferta de dólares en el mercado paralelo y sosteniendo baja la brecha. Más tentadora, en términos electorales, aparece la posibilidad de que la relativa calma cambiaria permita ensayar una liberación total de al menos uno de los mercados paralelos, el CCL –facilitado por la difusión de las aplicaciones de fintech y la legislación que permite contratar en dólares– o un ensayo de liberación del cepo para compradores minoristas, con un cupo mensual para la adquisición a precio oficial.
La euforia de los mercados descuenta, si no un acuerdo con el FMI que aporte fondos frescos que de momento el sector privado no acerca, al menos la aprobación de las metas y desembolsos del programa vigente. La visita de Luis Caputo a Washington, la última semana, culminó sin novedades en ese frente. Una constatación llamativa y riesgosa, que pasó casi desapercibida. La fecha estimada de aprobación de la última revisión se encontraba alrededor del 10 de agosto de 2024. Dos meses y medio después, todavía no se han producido novedades. El plazo sin aprobación excede incluso los más extendidos durante el período de Sergio Massa a cargo del ministerio de Economía, cuando Argentina registraba algunos incumplimientos cabales en el programa vigente. La demora es una señal de desavenencias entre las autoridades argentinas y los técnicos del Fondo que, como sabemos, difieren sobre el programa monetario, la flotación de la moneda y el plazo de vigencia del cepo cambiario. ¿Qué pasaría si los desembolsos no se aprueban? Escenario improbable y demora inquietante.
Mientras tanto, la interna del PJ derivó en una situación indeseada por todos los involucrados excepto por Ricardo Quintela que, gracias a la brújula descalibrada del Instituto Patria, pasó –en semanas– de ser el gobernador de la deuda defaulteada y el pago en cuasimonedas a la alternativa peronista frente a Cristina Fernández de Kirchner: una externalidad positiva para el riojano producto del comportamiento atolondrado del kirchnerismo a partir del enfrentamiento con Axel Kicillof.
“Hay que competir y si pierdo con Quintela me tengo que ir a mi casa”, repetía Cristina, en privado, antes del cierre de listas. Era la misma época en la que #OffTheRecord reveló la mirada de CFK sobre el gobernador bonaerense: “Ahora vamos a ver si el problema es con Máximo o conmigo”. Una vez expuesto Kicillof y apuntado públicamente por Máximo Kirchner –“alguien que no puede elegir entre Quintela y Cristina me hace reevaluar las cosas”, dijo el diputado cuando Jorge Rial le preguntó si mantenía la idea de militar al gobernador como presidente–, el kirchnerismo había cumplido, en su cabeza, el objetivo: hacerle pagar el costo al ex ministro de Economía de mantenerse prescindente entre Cristina y Quintela.
Concluido el proceso, la interna –que nunca fue opción real para nadie– dejó de tener interés. Competir dejó de ser una instancia deseada y el escritoriazo fue la estrategia definitiva ante un Quintela que recorrió seis meses la Argentina y no pudo conseguir 60 mil avales decentes, pero expuso la discusión política casi sin errores hasta la jornada de ayer cuando Jorge Yoma, apoderado de su lista, visitó –ante la vista de todos– Casa Rosada para reunirse con Guillermo Francos.
En el entorno de Quintela aseguran que la secuencia fue menos cautivante de lo que sugirieron los medios. Según la versión riojana, luego de un reportaje de Yoma con Radio Mitre, Francos –a quien conoce de su época de diputado– le escribió un comentario costumbrista sobre la interna del PJ. Yoma aprovechó y le trasladó el reclamo permanente sobre el reconocimiento de la deuda que, sostiene Quintela, es lo que hace que su provincia esté en default. Francos lo invita, en ese instante, a Balcarce 50, convite que el exembajador acepta con la condición de entrar por la explanada –es decir, por el costado– para no ser visto. Al ingreso, lo estaban esperando todos los acreditados en Casa Rosada.
Creer o reventar, la conversación giró en torno a esos 300 millones de dólares que reclama La Rioja. “Con el reconocimiento de la deuda te levanto la demanda en la Corte”, le dijo Yoma. “¿Si lo solucionamos hay reunión entre Quintela y Milei?”, respondió Francos. “Si me pagás la deuda hay reunión entre Quintela, Milei, Karina y el rabino de Nueva York”, bromeó el riojano. Horas más tarde, el presidente retuiteó una publicación de Feinmann que tomaba partido por Quintela. El gobernador se vio obligado a responder. “Se lesionó el acuerdo”, se lamentaba Francos. “De máxima le podemos reconocer la deuda de Sergio”, precisaban en la Rosada. “La deuda de Sergio” son 30 mil millones de pesos, lejos de la demanda del riojano, pero un poco de oxígeno ante la situación financiera de la provincia.
La especulación del cristinismo es otra: lo que empezó como una aventura de descuidistas para llevarse el partido es, hoy, un dispositivo cuyo objetivo es –además de consolidar la pyme de los años electorales con Juan Schiaretti, Florencio Randazzo et al.– la ruptura del bloque de Diputados con el esquema albertista a la cabeza. Una situación que el oficialismo mira con ganas en el marco de un debut muy esperado por Santiago Caputo: la alianza entre La Libertad Avanza, el PRO y los radicales mileístas por el dictamen de privatización de Aerolíneas Argentinas. ¿Las elecciones en el PJ? Se debaten hoy entre apelaciones, postergaciones y la intervención judicial.
Esto se da en el paradójico marco de una presencia todavía muy fuerte del peronismo en la sociedad argentina. Según un sondeo aún no publicado de Sentimientos Públicos, el 51,5% de los encuestados respondieron que existen chances de que voten a un candidato del peronismo. De ese número, un 34% dijo que había altas posibilidades de hacerlo y un 19% de los que votaron a Milei en primera vuelta están dispuestos a elegir a un candidato justicialista. Asimismo, el 48,5% respondió que las probabilidades de votar a un candidato del peronismo eran “nulas”. Una excelente noticia para los amantes de la polarización.
La semana pasada fue la de la caída en desgracia del diputado español Íñigo Errejón. En una carta pública que sonó a confesión anticipada frente a una serie de denuncias entonces aún no publicadas de violencia de género, Errejón anunció su retiro de la política. Se une así al exvicepresidente del gobierno español Pablo Iglesias, cuyo abandono de la actividad partidaria se produjo en mayo de 2021. Iglesias es ahora director de un medio de comunicación que también esta misma semana publicó un perfil lleno de elogios hacia el terrorista y asesino múltiple de palestinos e israelíes, Yahya Sinwar.
Una década atrás, Iglesias y Errejón habían sido la cara visible de Podemos, un proyecto que se planteaba, con chances, la superación de las viejas estructuras y, particularmente, del aparato que había encarnado la España progresista: el Partido Socialista. La sociedad entre Errejón e Iglesias como actores políticos relevantes en la coyuntura española duró cinco años, hasta que las diferencias personales, de liderazgo y finalmente políticas se impusieron y determinaron una ruptura.
En el marco de la discusión partidaria, Errejón fue dejado en minoría, desplazado de sus cargos en el partido y en la institucionalidad de España, donde fue reemplazado como portavoz parlamentario por Irene Montero, actual esposa de Iglesias. Lejos de la orgánica, Errejón optó por abandonar el espacio que ayudó a fundar y armó uno propio, siempre pegado a figuras más populares que él mismo, como la ex alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, o la sucesora de Iglesias en la vicepresidencia de España, Yolanda Díaz.
La parábola española –sin las miserias personales de los protagonistas– debería servir como alerta para la disputa cada vez más abierta del kirchnerismo, que tiene un espejo donde mirarse sin la distorsión de la violencia de otros enfrentamientos intra sector político como el de Evo Morales y Luis Arce en Bolivia. La trayectoria política errática de los protagonistas tras la pelea, la sensación de un despegue de las prioridades de la gente a la que, pocos años antes, podían jactarse de escuchar e interpretar mejor que nadie muestran los riesgos del ensimismamiento, la endogamia y la autorreferencia que, fácilmente, pueden apoderarse de un esquema. Había un mundo afuera de Podemos y a muy pocos les interesaba realmente lo que pasaba adentro. La interna tiene, en esto, un cierto tono de déjà vu que la sensatez aconsejaría evitar, dado el final de la película original.
Iván Schargrodsky | Cenital