Suspendida hasta nuevo aviso la autodestrucción del peronismo, la atención de esta semana estará puesta en una cuestión de orden externo –la elección en Estados Unidos– y dos de orden interno: la purga ideológica en Cancillería y la filtración de la lista de los pliegos de 150 jueces que, presuntamente, el Gobierno enviaría al Senado.
La salida de Diana Mondino deja poco de bueno para destacar en cuanto a su paso por la alta responsabilidad pública. Una de las peores funcionarias de la administración, su inexperiencia y amateurismo coincidieron con el giro más radical que tuvo la política exterior argentina en democracia. “Una especie de fantasma abúlico, con manía expositiva, evidente debilidad de juicio, dificultad casi penosa para hablar y extraña pronunciación”, describía Jorge Luis Borges a una poeta uruguaya.
Sobre los problemas de gestión valen algunos ejemplos. Al día de la fecha, Arabia Saudita sigue sin definir si hacer efectivo su ingreso a BRICS como miembro pleno y mantiene sus opciones abiertas aún sin sumarse al bloque. Argentina, en cambio, declinó expresamente la invitación y decidió cerrar unilateralmente una puerta que le abrieron su principal socio comercial y dos de las principales economías del mundo. Todo ello, sin que nadie lo pidiera. El camino Saudita –que la Argentina siguió durante el gobierno anterior en relación con la OCDE– hubiera significado un ejercicio de mayor pericia en la misma dirección política, claro que con muchísima menor sobreactuación. Algo similar puede decirse sobre los coqueteos iniciales con la isla de Taiwán y las descripciones poco edificantes sobre el vínculo con China que luego fueron torpemente corregidas.
Otros inconvenientes son de preferencia política. Mondino presidió una agenda diplomática extremista que no decidió y que, algunas veces, buscó atenuar. Lo hizo sin firmeza ni convicción, aunque en algunas embajadas latinoamericanas le reconocen una posición constructiva y paciente en la reparación de lazos después de algunos cruces verbales álgidos a nivel de líderes de gobierno.
Quedarán grabados para la historia los posicionamientos argentinos frente a cuestiones como el cambio climático, la agenda global de desarrollo, el rechazo al uso de la fuerza y la búsqueda de soluciones diplomáticas para los conflictos globales y la defensa de derechos humanos fundamentales, con un rol protagónico para los derechos de las mujeres. En todos los ámbitos, Mondino fue la referencia para posiciones que rompieron con políticas de Estado respetadas por gobiernos de signos ideológicos y preferencias de integración internacional diversos. En todos los casos, esas rupturas –que siguen estrictas orientaciones políticas– significan costos para el país. Muchas veces, incluso, frente a naciones capitalistas occidentales con las que el presidente dice querer alinearse.
El voto de Argentina respecto del ignominioso bloqueo comercial que padece la isla de Cuba por parte de la principal potencia económica y militar a nivel global –alineado al 98,5% de los países del mundo– parecía abonar a un giro pragmático que sugería el cambio del discurso presidencial respecto de China. Una vuelta a posiciones históricas, con costo nulo y beneficios tangibles. Nada más lejos de lo que terminó sucediendo.
Las fuentes diplomáticas ligadas al sector más conservador de La Casa, en el que se apoyaba la canciller saliente, hablan de un voto ya conocido y comunicado a Olivos, vinculado a equilibrios relevantes para, entre otras cosas, el reclamo argentino por Malvinas. Dicen que es imposible que Mondino decidiera algo así por sí sola y sugieren una maniobra vinculada a una interna con el dispositivo de Karina Milei y Santiago Caputo. En Casa Rosada, por el contrario, se declaraban sorprendidos por un movimiento incomprensible y manifiestamente contrario a las preferencias políticas explícitas del espacio político y del presidente que, en caso de no haberse tomado la decisión de la reciente canciller, hubiera quedado en la foto junto a Estados Unidos e Israel, casi un pedido de Navidad para su objetivo global. Una insubordinación que juzgan intolerable y cuyo origen intelectual atribuyen al personal de carrera.
El punto de encuentro de las versiones aparece en la relación de Mondino con el sector más conservador del cuerpo diplomático estable y los think tanks que orbitan a su alrededor. La designación de Úrsula Basset y Nahuel Sotelo, supervisores de la cruzada contra la Agenda 2030 –los derechos de las mujeres y el conjunto de fantasmas globalistas y colectivistas que adorna los discursos del presidente– es una señal del descontento de la política con una burocracia acostumbrada a una idea más o menos estable del interés nacional, acostumbrada a una posición diplomática que dialoga en vez de confrontar con los organismos internacionales. En el marco de ese conflicto deben interpretarse los despidos del experimentado Ricardo Lagorio como Embajador ante las Naciones Unidas. El reemplazante de Lagorio, Francisco Tropepi, que durante el mandato de Alberto Fernández cumplió funciones en Israel, secundaba al flamante canciller, Gerardo Werthein, en la delegación en Washington.
El perfil pragmático del nuevo ministro, un empresario cuya experiencia diplomática proviene de una etapa cercana al kirchnerismo al frente del Comité Olímpico Argentino y su entidad madre internacional –y que en su corto paso por Washington encabezó una gestión orientada a resultados– será el encargado de dirigir un giro que se contradice con esas experiencias. Si quedaba alguna duda sobre su orientación futura, el propio Werthein se encargó de despejarla. “En nuestro país hay una sola política exterior: la que define el presidente”, declaró, sin encargarse de poner ningún matiz o despejar temores tras lo que fue una sucesión de anuncios preocupantes que hacen esperar que, en la mejor de las hipótesis, la nueva gestión de Cancillería evite los errores no forzados que marcaron la gestión de Mondino, pero acentúe los rasgos estructurales más preocupantes, que surgen de las preferencias políticas diplomáticamente extremas del Gobierno.
Para evitar gaffes como los de Mondino, Werthein pidió las renuncias de todos los secretarios y subsecretarios que trabajaron hasta ahora excepto la del cruzado Sotelo. “Reorganización, achique y corte de privilegios”, fue la respuesta en Casa Rosada ante la consulta de las tareas internas del nuevo canciller. Si alguno espera resistencias en esa materia es porque no conoce a Werthein ni su relación con Javier Milei. El presidente no solo respeta a su nuevo ministro de Relaciones Exteriores, sino que lo escucha como a un tutor. Werthein responde con un alineamiento sin reparos. El matiz de su ascendencia podría verse en el vínculo con otros países, pero difícilmente oficie como un dique ante la purga anunciada por su jefe.
En una nota oficial, firmada por el presidente y circulada por el sistema GDE a integrantes del Cuerpo Diplomático antes de la destitución de Mondino, el Gobierno amenazó con el despido a “quienes no se encuentren comprometidos con las ideas de la libertad”. La advertencia explícita se reiteró en la nota de la Oficina del Presidente de la República que comunicó el despido, donde se anunció el inicio de una auditoría del Personal de Carrera de la Cancillería “con el objetivo de identificar impulsores de agendas enemigas de la libertad”.
El anuncio no registra antecedentes desde el 83 hasta la fecha y es grave para un cuerpo constituido a base de concursos y exámenes exigentes, con una orientación ideológica necesariamente plural. La exigencia expresada no es al necesario acatamiento de las órdenes y decisiones presidenciales, sino que, inaceptablemente, se extiende a las convicciones de quienes ejecutan la política exterior del cuerpo burocrático estable. Una intención que, por lo demás, hizo expresa Daniel Parisini, conocido como el Gordo Dan, que expresó que –cumplido el requisito de idoneidad: se desconoce si existe tal cosa a gran escala en La Libertad Avanza– no sólo los funcionarios políticos sino todo el personal estatal tiene que estar comprometido con las ideas de quien circunstancialmente conduce el Gobierno tras haber ganado las elecciones. Una definición que haría pasar por tibio a Carlos Kunkel.
El protagonismo de la diplomacia –que el gobierno espera reformular radicalmente en los próximos meses– en la reorganización del Estado se explica por el rol que la conducción política asigna a la esfera internacional como una tribuna para magnificar la voz, las alianzas y las convicciones presidenciales. Una perfo más de una construcción que se percibe revolucionaria. Sería un error, en este marco, asignar a la ansiedad oficial por las elecciones estadounidenses una motivación eminentemente financiera.
Una victoria de Donald Trump sería, antes que ninguna otra cosa, un fuerte empujón para impulsar la construcción tanto de Milei como de sus aliados regionales y, a su vez, un viento de frente para Lula Da Silva, Gustavo Petro, Pedro Sánchez y, en general, sus némesis en la izquierda democrática. Por el contrario, una victoria de Kamala Harris fortalecería las agendas climática, de derechos de las mujeres y desarrollo que el Gobierno impugna en cada uno de los foros globales de los que participa. Sin embargo, tal vez la primera muestra del pragmatismo mencionado es que Werthein esperará hasta que Estados Unidos tenga un nuevo presidente para enviar al embajador que lo reemplace. Hoy barajarán con Milei algunos nombres.
El espaldarazo político de una victoria de Trump podría superar ampliamente el que surge de las simpatías comunes que desde la extrema derecha del arco político encuentran en el combate a la “ideología woke” y el “socialismo”. En Argentina se señaló hasta el hartazgo la contradicción entre el presunto proteccionismo del republicano y el librecambismo de Milei. Mucho menos hincapié se hizo en las enormes coincidencias, acentuadas en esta oportunidad por el protagonismo que en la campaña tomó Elon Musk –a quién Trump ofreció públicamente un cargo en la próxima administración vinculado a los gastos públicos y la regulación estatal.
Ese “Departamento de Eficiencia Gubernamental”, como lo llamó Musk, estaría encargado de desregular y reducir el Estado, una función para la cual convocó públicamente a Ron Paul, posiblemente el más reputado y exitoso de los políticos libertarios estadounidenses. Este coqueteo no se agota en Musk y Paul e incluye también al ex candidato presidencial Vivek Ramaswamy, una estrella partidaria en ascenso, y a varios de sus principales patrocinadores en Silicon Valley.
Milei también comparte con el trumpismo la intención de “depurar” el Estado –incluidos sus cuerpos profesionales y capacitados– para ubicar un funcionariado leal. Una de las mayores quejas respecto del primer gobierno entre los partidarios del multimillonario neoyorquino es sobre la preeminencia de las burocracias estables sobre las decisiones de las autoridades electas. Los límites del pantano, la manera en que Trump llama a Washington por sus históricas condiciones geográficas y que podría asimilarse a la casta local.
El Proyecto 2025, lo más parecido a un programa de gobierno trumpista detallado –coordinado por varios de los técnicos con expectativa de ocupar roles protagónicos si Trump fuera electo y encabezado por la Heritage Foundation–, propone desmantelar el Estado administrativo, terminar los contratos de hasta un millón de personas, desarticular organismos regulatorios y el despido de todos los empleados en cargos de dirección para su reemplazo por agentes partidarios. Una rima en inglés y castellano.
No hay que esperar, en cambio, grandes diferencias en materia de financiamiento y de la relación con el Fondo Monetario. El Gobierno sostiene que, en caso de un triunfo demócrata, “a lo sumo se hará un poco más difícil la relación con el Fondo y nos prestarán un poco menos de plata”. Para Estados Unidos, sin importar quién gane, la estabilidad a nivel local y regional seguirá siendo el principal valor a resguardar en una relación con nuestro país que en modo alguno será prioritaria. Mientras tanto, para el gobierno argentino, el alineamiento con Estados Unidos –e Israel– no correrá riesgo gane quien gane la elección presidencial, aunque una victoria de Harris limitaría el tono y el peso de las posiciones diplomáticas de nuestro país.
Si eso ocurriese –la victoria de Trump era, al cierre de esta edición, el escenario más probable–, será momento de redefinir el rol del Werthein. El flamante funcionario, encargado de representar a la Argentina en la lucha contra el socialismo, la Agenda 2030 y la ideología de género, tendría que desempolvar sus fluidos contactos en el Partido Demócrata, donde lo recuerdan como un activo donante de la Fundación Clinton, desde donde alimentó con entusiasmo la fallida candidatura de Hillary en 2016, cuando fue derrotada en el Colegio Electoral por el propio Trump. El canciller, además, tiene una relación que data de muchos años con la familia Clinton a punto tal que se ocupó de Chelsea, la única hija del matrimonio, en un viaje a la Argentina, lo que le galvanizó el cariño de su devota madre. Años después, Werthein fue el único argentino que asistió al casamiento de la hija presidencial junto a su pareja de entonces, la modelo y conductora Barbie Simons.
Agendas más rupestres tiene el oficialismo en el plano local, pero infinitamente más significativas para su suerte inmediata y mediata. Al cierre de la semana se conoció la lista de los 150 pliegos de jueces que el Gobierno enviaría al Senado. El potencial no es antojadizo: según una fuente inobjetable en Casa Rosada de esa nómina “quedará el 50%, no es la definitiva y no tiene ninguno de los pedidos de los gobernadores”. Una evidente maniobra para negociar, entre otras cosas, las candidaturas de Ariel Lijo y Manuel García Mansilla con el kirchnerismo con la ñata contra el vidrio y recostándose en el resto de las fuerzas del Senado.
Hay dos aspectos que destacó Pablo Ibáñez en Cenital durante el fin de semana. Emilio Rosatti, hijo del presidente de la Corte Suprema, figura en una terna para un Tribunal Oral de Rosario, pero el lugar sería para una postulante. Un desafío abierto a Horacio, a quien el Gobierno lo recela desde la campaña electoral. Distinto es el caso de Sebastián Elías, secretario letrado de Carlos Rosenkrantz, que figura primero en la terna para la Cámara de Apelaciones de Mendoza y será seleccionado por el Poder Ejecutivo.
Iván Schargrodsky | Cenital