En la Argentina de la polarización y la grieta, el dólar nunca dejó de ser ese objeto que todos desean. La fluctuación de las reservas del Banco Central tiene más minutos de televisión que algunos clubes de fútbol de la liga de los campeones del mundo. El dólar está en la boca de todos, desde el pequeño comerciante que mira con cariño al blue hasta el cliente corporativo de una ALyC que dolariza su cartera de inversión en la previa de la campaña electoral.
Mientras tanto, en el mundo, líderes políticos como Luiz Inácio Lula da Silva se dan el lujo de discutir al dólar como moneda internacional. El presidente brasileño asegura desde Beijing, donde mantuvo una cumbre bilateral con Xi Jinping, que “todas las noches” se pregunta “por qué todos los países necesitan comerciar en dólar”. “¿Por qué no podemos comerciar respaldados por nuestra moneda?”, agrega.
Esa licencia llega, justamente, porque el dólar no es un motivo de preocupación diario para la estabilidad política y macroeconómica de Brasil. Su planteo, que esconde fuegos de artificio para su base electoral y un intento de buscar la equidistancia entre Estados Unidos y China, es formulado en un contexto donde la inflación en Brasil cae al 4,4% interanual, el real se aprecia un 10% frente al dólar en lo que va del año, y las arcas del Banco Central de Brasil están más pintadas de verde que la torcida de Palmeiras, con u$s 345.477 millones en sus reservas.
La ortodoxia brasileña reconoce al dólar como moneda internacional, divisa que representó en febrero de 2023 el 84% del comercio global.
Argentina, a su modo, también convalida la centralidad del dólar. Quizás la diferencia sea que acá el dólar no sólo es la moneda internacional para el comercio exterior y el sistema financiero. También es la única referencia para ahorrar y fijar precios en una economía con 104,3% de inflación interanual. Por eso, se utiliza no sólo para la compra y venta de inmuebles, sino también para los alquileres; se atesora; se consume con tarjeta; se adquiere vía bonos, letras del Tesoro, obligaciones negociables; Cedear; criptomonedas. Todos los caminos conducen a los billetes “cara grande”.
Ante la aceleración de la suba de precios, que treparon 7,7% en marzo, y la caída de la actividad, que según el REM será de 2,7% este año, habrá menos vías de escape para huir de la pérdida del poder adquisitivo. Administrar la escasez de dólares en 2023 será no sólo un reto financiero, sino también un desafío político.
El Cronista