Alberto, Estanislao y los fanáticos

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No me gusta hablar de cuestiones que me involucran. Soy de los periodistas que cree que estamos para contar lo que pasa, no para protagonizar nada. Pero lo que llamaré “el curioso incidente del hijo de Fernández” puede habilitar algunas reflexiones que pueden ser valiosas.

El lunes pasado le hicimos, junto a Ernesto Tenembaum, una extensa entrevista a Alberto Fernández en Radio con vos. Ya oficializado como principal candidato a Presidente por la oposición. Con Ernesto nos planteamos que si él lo aceptaba previamente lo consultaríamos sobre su hijo. En especial porque la actividad artística de Estanislao (cosplayer y dibujante) apareció en la campaña con el objetivo de afectar su candidatura. Campaña sucia con el principal opositor: es una noticia. No podía estar fuera de un entrevista en donde, por cierto, hablamos de una docena de temas. Hago esta aclaración que puede resultar innecesaria para los que dan lecciones de periodismo desde la web y no reconocerían una noticia ni topándosela de frente en la calle.

A partir de la entrevista y, en especial, por el recorte que hizo un blog, mi nombre se convirtió en trending topic. (La costumbre del recorte avieso con el objetivo de que las personas digan lo que necesita el editor de turno es una de las costumbres nefastas de los nuevos modos de comunicación televisiva y digital).

Me dijeron, entre otras cosas, “hijo de puta”, “cuidá a tus hijos”, “mala leche”, “peligroso”, etc, etc. Si bien ya estoy bastante curtido y estas oleadas no humedecen mi ánimo, no dejan de generarme desencanto y pena.

La mayoría de los insultadores no había escuchado la entrevista completa. Ni siquiera el fragmento completo. Hacerlo hubiese despejado cualquier debate. Pero para los fanáticos la verdad es un problema. Los hechos son un límite que afectaría sus prejuicios.  A las huestes indignadas no les alcanzó ni siquiera con dos tuits escritos por el propio Alberto Fernández, el segundo muy explícito:

“No generemos un debate que no es justo. Sietecase y Tenembaum fueron muy correctos y respetuosos en su pregunta. Nunca me sentí maltratado por ellos. Los respeto mucho y no merecen que los descalifique nadie. Hablemos libremente. Gracias a todos”.

Un gesto que ratifica lo que ya pensamos de Fernández: es un hombre de bien.

Más valiosa fue su respuesta ante la “pregunta maldita” sobre Estanislao: “Es el mejor pibe que conocí en mi vida. ¿Cómo me va a joder que me pregunten por mi hijo, si yo siento orgullo por él? ​Mi hijo es uno de los tipos más creativos que vi en mi vida. Parte de su creatividad la expresa en el dibujo (…)Me preocuparía si mi hijo fuera un delincuente, pero es un gran hombre (…) Sólo quiero que sea feliz”.

Lo otra cuestión que es necesario desmontar es la malsana “corrección política” que tiende a censurar preguntas y opiniones. “¿Por qué no le preguntan a Macri por sus hijos?”, exigían los tuiteros ofendidos y ofuscados. Al presidente le preguntaríamos, si nos concediera una entrevista, sobre los negocios de su padre y su hermano, sobre las offshore y sobre todo lo que nos pareciera de interés en relación a su gestión. Los furiosos estarían entonces en el otro lado de la grieta. Al líder que siguen con devoción ciega no se le puede preguntar nada porque “es peligroso”.

Las preguntas nunca son peligrosas, incluso las más atrevidas e incorrectas. El problema es la ausencia de preguntas y los discursos blindados. Una sociedad atravesada para el fanatismo solo puede asomarse a calamidades.

Por Reynaldo Sietecase – Periodistas.com

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