Como en el caso de las falsas armas de destrucción denunciadas por George W. Bush luego del atentado a las Torres Gemelas, el apoyo de los medios argentinos hacia el gobierno de Mauricio Macri es estructural. Los ejemplos abundan: desde el invento de una guerrilla mapuche-iraní, hasta el asombroso PBI robado por el kirchnerismo, pasando por el asesinato imaginario del fiscal Nisman o los falsos terroristas chilenos que dejaron un curioso parlante explosivo en un hotel cordobés.
“No hay duda de que Saddam Hussein tiene armas de destrucción masiva”.
Dick Cheney | agosto de 2002
Hace dos años se estrenó en Estados Unidos Shock and Awe, de Rob Reiner. La película describe las mentiras de la administración de George W. Bush para justificar la invasión a Irak a partir de nexos imaginarios entre el entonces presidente Sadam Husein y el supuesto responsable de los atentados del 11 de septiembre de 2001, y de las armas de destrucción masiva que poseía Husein, tan imaginarias como los lazos entre un líder laico como él y un entusiasta de la Guerra Santa como Bin Laden.
Reiner describe el éxito de la Casa Blanca en lograr que los medios más importantes de EEUU se encolumnaran detrás de sus operaciones, desde la cadena Fox News, que podríamos calificar de “periodismo militante” según los estándares de la Argentina, hasta medios más “independientes” como el Washington Post o el New York Times. Atrapados entre el miedo de ser tildados de poco patriotas luego del atentado contra las Torres Gemelas y la satanización de Sadam Husein, trasformado junto a Irán y Corea del Norte en uno de los integrantes del escalofriante Eje del Mal, los medios aceptaron con mansedumbre las gacetillas oficiales como información confiable. El guion de Reiner se basa en un hecho real: el trabajo de dos reporteros de la agencia de noticias Knight Ridder que en soledad pusieron en duda tanto la validez de los informes de la Casa Blanca como la seriedad de la inteligencia en la que supuestamente se basaban.
Nada de eso importó demasiado, la administración Bush quería su guerra y la consiguió.
Lo más interesante de la película es la descripción del rechazo que generaron ambos periodistas. No sólo sus artículos fueron ignorados por los medios abonados a Knight Ridder por temor a enojar a sus lectores más patriotas, sino que en el seno de sus propias familias debieron dar explicaciones. Fueron tratados de soberbios por denunciar una conspiración que nadie percibía e incluso de antiamericanos por no defender los intereses del país y dejarlo a merced de Husein, el Mal absoluto de aquel entonces (en realidad, la paz mundial siempre está a un asesinato del Mal absoluto de turno).
Años después el trabajo de ambos reporteros fue reivindicado, mientras que algunos “medios serios” debieron disculparse con sus lectores por haber faltado a la verdad. Judith Miller, periodista estrella del New York Times durante aquel período y una de las más entusiastas defensoras de los argumentos de la administración Bush, se justificó explicando que “ese momento había un amplio consenso de que Irak tenía arsenales de armas de destrucción masiva”.
No es difícil hacer un paralelismo entre aquella colonización de los medios de información y el “periodismo de guerra” que padecimos en la Argentina durante los dos gobiernos de CFK, transformado hoy en periodismo de ocupación, con periodistas que transcriben gacetillas oficiales como si fueran columnas de opinión y repiten calamidades incomprobables como si se tratara de información.
Los ejemplos abundan, desde el invento de una guerrilla mapuche-iraní hasta el asombroso PBI robado por el kirchnerismo, pasando por el asesinato imaginario del fiscal Nisman o los falsos terroristas chilenos que dejaron un curioso parlante explosivo en un hotel cordobés .
Como en el caso de las falsas armas de destrucción denunciadas por Bush, el apoyo de los medios argentinos hacia el gobierno de Mauricio Macri es estructural, es decir que no depende del entusiasmo individual de tal o cual periodista, que a lo sumo agrega pasión a un alineamiento ya definido por los accionistas de los medios. La eliminación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual a través de un decreto presidencial y la aceptación de la fusión entre Clarín y Telecom, por ejemplo, fueron parte del precio que aceptó pagar Macri para beneficiar del alineamiento mediático casi incondicional con el que cuenta aún hoy.
Tal vez en un futuro lejano, cuando las peores pesadillas de nuestras almas de cristal ocurran y llegue el temible día de la Conadep del periodismo que mencionó Dady Brieva, nuestras Judith Miller se excusen ante sus lectores explicando que en “ese momento había un amplio consenso de que el kirchnerismo se había robado un PBI”.