La incógnita que sobrevuela en estas horas al oficialismo se reduce a dos aspectos: el primero, si la definición de Sergio Massa como candidato a presidente fue un repliegue forzado o una táctica acordada de Cristina Fernández de Kirchner, y el segundo, cuánto demorará el electorado kirchnerista en aceptar a este hijo adoptivo como la opción electoral de la vicepresidenta. Si en 2015 -después de una persistente campaña de demolición contra su figura por parte de dirigentes y medios oficialistas de aquel momento- la militancia kirchnerista estiró hasta el ballotage el cobijo a Daniel Scioli, los años de Cambiemos probablemente hayan consolidado una disciplina partidaria que le permitirá al espacio mayoritario del oficialismo acompañar al ministro de Economía de manera temprana en el calendario electoral. Para ayudar a ese temor -que además de la demanda, en este caso lo ordena la oferta: no tiene mucho que pensar ese votante al fisgonear las listas de Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich-, gestualidades como el acto que compartieron ayer Massa y CFK, así como la presencia de Máximo Kirchner y Eduardo “Wado” de Pedro en las listas de la provincia de Buenos Aires, allana el camino para esa tarea.
El Plan A de Cristina estaba amparado por la lógica: lista de unidad con la fórmula Massa-De Pedro. La inestabilidad de la economía más la insistencia con la PASO de Alberto Fernández hicieron pensar a la vice en una alternativa. “No podemos ir a una primaria sin un candidato propio”, le dijo CFK a Massa en privado tal como lo contó ella en público. Ahí apareció la posibilidad de De Pedro que empezó a tomar vuelo propio. Los más cercanos al ministro hablan de encuestas que lo ubicaban en 21% contra 7% del retador entregado por el Presidente. La furia del sciolismo con Fernández y Santiago Cafiero excede por estas horas los aspectos políticos e invaden el terreno de lo personal. “El enojo es por traicionar en el cierre, por mentir, transmitir mal lo que decía CFK: dio un mensaje distinto para meterse en la lista. Un berreta”, describió un colaborador de Scioli sobre el Canciller.
En medio de esa vorágine, a partir del viernes a las 11 de la mañana empezaron a circular por el despacho del Senado el propio Massa, Kirchner, De Pedro y el polifuncional Juan Manuel Olmos. Para el vicejefe de Gabinete, acostumbrado a conducir los destinos del peronismo porteño y con extensiones que abarcan todas las estructuras de poder empezando por el Judicial, zurcir este cierre le dio una relevancia de orden nacional dentro de Unión por la Patria y obtuvo el reconocimiento de todos los actores involucrados. Durante y previo a esas horas, Massa hizo lo que mejor hace: crear escenarios. Gobernadores, sindicatos, intendentes y una articulación permanente con Cristina y Máximo sellaron la decisión. “Era la lógica, aparentó ser una sorpresa porque apareció un obstáculo que se llama Alberto Fernández”, resumió ante #OffTheRecord un gobernador del norte argentino.
“Una buena negociación es cuando todos se van disconformes, pero arreglaron”, solía repetir Lula da Silva. Visto de cerca, incluso se podría resumir en la frase que eligió un intendente bonaerense ante la consulta de #OffTheRecord: “Ni vencedores ni vencidos”. Massa, el más evidente por la manifestación pública, consiguió ser candidato de la unidad menos Grabois. Esto también encarna un arma de doble filo para el tigrense: ningún resultado económico o electoral se correrá de su órbita. Cristina ungió un acuerdo sin el vice que pretendía, pero con uno que a partir de hoy le reportará como hace algunos años -y antes del ofrecimiento de Fernández había sido propuesto por Máximo según reveló CFK. Su centralidad en el armado de listas que exceden su madrinazgo partidario y alcanza a sindicalistas y gobernadores cierra una gestión política que delegó en Máximo y derivó en conformidad. La vice, además, resguardó, en caso de derrota, a sus principales alfiles electorales.
La consolidación del reencuentro entre el kirchnerismo y el massismo se remonta a fines de marzo de 2021 en un encuentro revelado por Cenital que ocurrió en la residencia de Sergio Massa y Malena Galmarini. El volumen político del mitin -con los anfitriones más Cristina, Máximo y De Pedro- fue más evidente que el clic personal. Para los Massa -fundamentalmente para Malena-, el kirchnerismo representaba uno de los momentos más ingratos de sus vidas: la intrusión de Alcides Díaz Gorgonio, un espía de la Prefectura, en su casa de Tigre durante la campaña de 2013. El encuentro en el quincho del tigrense y la titular de AYSA pavimentó el camino para lo que fue una recomposición del vínculo entre ambos, regado por horas de conversaciones presenciales y telefónicas.
Lo que vino después es historia conocida hasta la renuncia de Martín Guzmán. Luego de la asunción de Silvina Batakis en medio de una inestabilidad casi terminal, Cristina terció por la institucionalidad: “No se puede caer el Gobierno”. En ese momento el vínculo se transformó de una sociedad de hecho a una de derecho. El apoyo de la vice fue determinante para su asunción en el ministerio de Economía. Daniel Heymann, un sabio, pero de comité, reflexionó en un encuentro privado cuando Guzmán todavía era ministro que no entendía por qué en Argentina se insistía que no había coincidencias en nada si él escuchaba a todos los agentes económicos sostener que la crisis era inevitable: “Y cuando todos los agentes económicos dicen que todo se va al demonio, lo más probable es que todo se vaya al demonio”. Entonces, concluía Heymann, para ayudar al gobierno alcanzaba con poner en duda esa certeza colectiva. Massa llegó, entre otras cosas, para eso.
El primer destino en el exterior de Massa como ministro fue los Estados Unidos. La elección no sorprendió. Si bien siempre tuvo vasos comunicantes con la potencia del norte, la relación se terminó de profundizar cuando, al frente de ANSES, estuvo a cargo del manejo del mayor portfolio de acciones del país. Esto permitió que una relación política pudiera diversificarse hacia Wall Street. En esta empresa fueron de enorme ayuda sus relaciones con el empresariado local. El siempre mencionado José Luis Manzano, que fue socio de James Biden -hermano del Presidente- en una compañía de energías limpias. Jorge Horacio Brito, la familia Werthein y Eduardo Eurnekian, que advirtió públicamente al momento de la asunción de Alberto Fernández que “Argentina no debe alinearse a China” son algunos de los que colaboraron con la generación de una red de contactos tan fluida como de alto perfil. El Armenio diversificó: su gerente de Administración y Finanzas, Gladys Humenuk, es candidata a senadora nacional por la provincia de Buenos Aires en la lista de Javier Milei.
Su gira estadounidense de junio de 2021, donde se reunió con 14 miembros, demócratas y republicanos de la Cámara de Representantes, así como el presidente del Consejo Judío Estadounidense, Jack Rosen, y terminó cenando con Bill Clinton es una muestra de lo aceitado de la maquinaria. Sus relaciones más fluidas con la política norteamericana se vinculan con la agenda de seguridad -que fue el motor de su crecimiento como candidato en la provincia de Buenos Aires- y con su postura hemisférica, que lo ha llevado a posiciones mucho más duras que las oficiales del gobierno argentino en asuntos sensibles como Cuba, Nicaragua y Venezuela, donde llegó a festejar la autoproclamación de Juan Guaidó como “presidente encargado” en enero de 2019.
Sus contactos en el Partido Demócrata llegan al máximo nivel en el establishment vinculado a la política latinoamericana. Bob Menéndez, de origen cubano, un halcón dentro del partido que preside el poderosísimo Comité de Relaciones Exteriores del Senado estadounidense es su interlocutor en el legislativo, en tanto que ha construido una relación de extrema cercanía con Juan González, principal asesor del presidente Joseph Biden para América Latina y segundo para la región del asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan. Massa conoció a González cuando Biden todavía era vicepresidente a través de Ricardo Zúñiga, quien cumplía el mismo rol que hoy González para el ex presidente Barack Obama. Rudolph Giuliani, el ex alcalde de Nueva York, principal rostro de las políticas de mano dura y abogado personal de Donald Trump durante sus intentos de revertir el resultado de las últimas elecciones presidenciales, es su principal referencia en la oposición republicana.
Los desafíos de Massa son los de la Argentina. Con las candidaturas ya sobre la mesa, aquel “argentinos, ¡a las cosas!” periódicamente recuperado de la proclama de José Ortega y Gasset debería delimitar programas que contengan algunos consensos mínimos independientemente de cuáles vayan a ser los resultados de la elección y, de mantenerse la situación dentro de un marco más o menos previsible, que resulten tolerables para los sectores que estén en condiciones de hacerse cargo de los destinos del país. Un aprendizaje doloroso del vigente período presidencial supone la confusión entre moderación y falta de rumbo. O entre diálogo y falta de decisión. En un país en el que los actores corporativos concentran muchas veces un poder de veto que excede su legitimidad social -ya sea porque mantienen una representación en el mejor de los casos parcial o sectorial y, en el peor de los casos, porque manejan los recursos para arrogársela-, la capacidad de conducir desde el Estado a la sociedad argentina en su conjunto y conseguir que los distintos actores acepten concesiones en función del interés común, posiblemente defina el éxito o fracaso del próximo gobierno y del país que deberá dirigir.
Quién asuma tendrá por delante dos grandes desafíos inmediatos. Por una parte, recalcular el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que, tras los efectos de la sequía de este año -y dados los pagos netos que Argentina deberá afrontar con el organismo los próximos-, tal como está formulado en este momento aparece como un obstáculo para las pretensiones de sostenibilidad externa del país. El consenso de oficialistas y opositores deberá ser amplio para que la extensión de los compromisos no sea apenas una pretensión que no permita ni que la Argentina crezca de acuerdo a sus necesidades ni el Fondo cobre sus acreencias. Una posible renovación y reformulación del programa, habitual en los países sobreendeudados, debería constituirse sobre bases sólidas y con flexibilidades de cara a coyunturas extraordinarias. Sin consensos políticos, la alternativa entre un default, que dejaría a nuestro país y a sus empresas definitivamente sin acceso al crédito, y un cronograma de pagos ruinoso al que se sumarían condiciones mucho más exigentes que las necesarias para garantizar la capacidad de repago es apenas aparente.
El siguiente desafío será bajar rápidamente la inflación hasta niveles sostenibles y mantenerla allí un tiempo suficiente como para recuperar también la moneda. Todos los sectores coinciden en que Argentina tendrá una situación estructural externa más holgada a nivel comercial en la medida en que los recursos naturales que constituyen la parte del león de su canasta exportadora -actual, futura y potencial- serán demandados por el mundo. Sin embargo, en una macroeconomía inestable, la debilidad de la moneda obliga a restricciones crecientes sobre la operación de divisas, lo que a su vez alimenta la brecha y frena el ingreso de dólares que permitirían aliviar los problemas de restricción externa y desarrollar todo el potencial de estos sectores como la energía, los minerales y la producción de alimentos. Un círculo vicioso que debilita las ventajas estructurales.
Una estabilización exitosa permitiría volver a un esquema de retroalimentación virtuosa que se sirva de eventuales términos de intercambio favorables. El plan debería acumular elementos habitualmente asociados a la ortodoxia, en los terrenos fiscal y monetario, junto con herramientas habitualmente consideradas heterodoxas, que actúen sobre la dinámica de precios y salarios. Los mecanismos para evitar una espiralización en la que los trabajadores tienen las de perder deben ser una prioridad a la altura de encontrar un valor para estabilizar el peso frente al dólar y fijar un ancla sostenible de las expectativas y los contratos.
Mientras se encaran reformas, Argentina deberá también mantener una mirada equilibrada de sus relaciones internacionales. Excesivamente concentradas en el financiamiento a causa del inentendible endeudamiento entre 2015 y 2019 y de un proceso de enormes pérdidas de reservas del Banco Central cuyo origen se remonta al gobierno de Cristina, nuestro país comparte con el resto de América Latina, el sur de Asia y buena parte del sur global, un interés en evitar que el mundo avance hacia un esquema económico y comercial de bloques que suponga un juego de suma cero de las relaciones con China, los Estados Unidos e incluso la Unión Europea. El manejo de las relaciones financieras con China y el Fondo fue una muestra de que no es sólo posible sino deseable evitar el facilismo geopolítico que a veces traslucen algunos discursos a ambos lados de la grieta.
En un país donde las urgencias sociales son enormes, mantener como piso los actuales niveles de gasto en términos reales no solo es un imperativo moral sino una necesidad vinculada a la seguridad ciudadana . La necesidad de racionalidad económica no puede suponer retroceder en logros como la cobertura jubilatoria y de la infancia, que en Argentina es hoy prácticamente universal. Los planteos de “modernización laboral” deberían preservar la densidad sindical y la relevancia de la negociación colectiva, con los sindicatos como protagonistas de cualquier cambio para garantizar que modernizar no sea un eufemismo.
Argentina es consistentemente y desde hace años uno de los países de mayor carga tributaria de la región en relación al producto. Los márgenes sociales y económicos para aumentar impuestos son prácticamente nulos. Sin embargo, es concebible pensar en modificaciones que no aumenten la carga tributaria -e incluso disminuyan la de quienes cumplen sus obligaciones en forma plena-, pero eliminen distorsiones, mejoren los resultados distributivos y aumenten la eficacia asociadas al cobro de impuestos.
Del mismo modo, encarar una reforma del Estado no debería estar apuntado a reducir su participación en el quehacer económico sino a mejorar esas intervenciones. Agilizar, desburocratizar y revisar regulaciones innecesarias o mal formuladas debería estar asociado a la mejora de la gestión del patrimonio común y el desarrollo de actividades socialmente útiles. Abrazar un estado de cosas donde el funcionamiento estatal es deficiente -y muchas veces falla- es una actitud conservadora que busca mantener privilegios. Un estado más ágil sirve mejor a los ciudadanos, capaz de llegar a más necesidades con los mismos recursos.
El espíritu del gasoducto Néstor Kirchner, encarada y puesta en funcionamiento en tiempo récord desde su inicio, es un ejemplo para replicar en los próximos años. Una obra enfocada en la mejora del sector externo, unánime sobre su necesidad en todos los sectores, que sólo a partir de la decisión política y la competencia estatal para su licitación y ejecución se hizo posible avanzar en los plazos y en las condiciones en que se hizo. Las necesidades y demandas en nuestro país son casi infinitas. Priorizados adecuadamente, no es inconcebible conducir y ejecutar cambios relevantes con un espíritu reformista y apoyos amplios en diversos sectores del arco político para obtener otro consenso del gasoducto.
Ya están los candidatos. El nombre del próximo presidente o la próxima presidenta ya está escrito en la cima de alguna de las boletas que estarán en el cuarto oscuro el próximo 13 de agosto. Mucho puede cambiar según quién salga ungido por los votos, pero cualquiera que sea tendrá que enfrentarse a los mismos problemas: un número de habitantes distribuido de una determinada manera, una situación de empleo y de pobreza heredada, una misma proporción de trabajadoras ocupando espacios de decisión, una misma composición del PBI. Para ayudar a entender lo que está en juego, con Fundar preparamos un especial que releva los principales indicadores de la Argentina que describen la situación que se encontrará el próximo gobierno al asumir funciones. Gane quien gane es el nombre de esta investigación que profundiza en la realidad de cada una de las provincias argentinas y sirve para pensar lo que está en juego en cada elección de las que se realizan este 2023. Los invito a recorrer este detallado trabajo y a sacar sus propias conclusiones.
Iván Schargrodsky | Cenital