EL TRIUNFO DE LA SENSATEZ

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La victoria de Alberto y Cristina prueba la extraordinaria resiliencia de la sociedad y el vigor del peronismo.

No es una revolución. No implica una redefinición ideológica. No funda una nueva identidad política. No es seguro que se trate de una combinación estable. No garantiza una salida rápida ni fácil a la grave crisis económica que, por primera vez, combina lo peor de dos mundos: estancamiento con inflación.

Pero constituye el triunfo de la sensatez, luego de años de extravíos. Nada más, pero nada menos. La victoria de Alberto y Cristina prueba la extraordinaria resiliencia de la sociedad argentina y el vigor del peronismo, a tres cuartos de siglo de su irrupción y a casi medio de la muerte de su fundador. Más aún, en otros lugares del mundo comienza a observárselo como una fórmula posible para contrarrestar la peste de la globalización asimétrica. Observadores del PT brasileño se ilusionan con que estos resultados incidan en la decisión del tribunal supremo que el mes próximo debe pronunciarse acerca de la posible libertad de Lula.

Ponerle un freno terminante al experimento macrista no es un logro menor. Desde la reforma constitucional de 1994, sólo Fernando De la Rúa fue derrotado en la primera prueba en las urnas posterior a su elección y ni siquiera cumplió su mandato de cuatro años, concluido por un senador bonaerense de la oposición designado para ello por la asamblea legislativa. Macrì logró consolidar un núcleo duro, de antiperonismo rabioso, al que sumó el manosantismo evangélico, con el que aspira a convertirse en jefe de la oposición. De este modo, la campaña de este año fue la de mayor interés ideológico, porque se enfrentaron en forma explícita dos proyectos antagónicos: el conservador oligárquico que aquí se enmascara como republicano, y el nacional y popular que encarna en el peronismo.

Horacio Rodríguez Larreta, el único triunfador de PRO en la jornada de ayer, tiene una idea distinta a la de Macrì. La ayuda del Hada Buena con la que cuenta, quedó devaluada por sus pobres resultados bonaerenses, este año en que la jerarquía católica se opuso al gobierno y no a los candidatos peronistas bonaerenses, uno por los nexos que le inventaron con el narco, otro por su pasado comunista.

Durante toda la campaña, el poder económico y parte de la dirigencia política propia planteó que el Hada Buena era mejor candidata que Macrì y llegó a pedir que lo reemplazara en la fórmula. Sin embargo, sus resultados frente a Axel fueron más pobres que los de Macrì en la elección nacional. Varios intendentes de PRO pudieron conservar sus posiciones en el conurbano, al precio de cortar de la boleta a Macrì y a Vidal: es lo que ocurrió en Bahía Blanca, La Plata, Mar del Plata, Tres de Febrero y Lanús, que se sumaron a los inamovibles municipios prósperos de Vicente López y San Isidro. No les bastó en Quilmes, donde Mayra Mendoza batió en forma nítida al cocinero de las inundaciones. Los únicos resultados aceptables que Macrì obtuvo ayer fueron en la Capital, Entre Ríos, Córdoba, Santa Fe, San Luis y Mendoza, si bien por márgenes inferiores a los de 2015. En cambio, perdió incluso en Corrientes y Jujuy, gobernadas también por aliados radicales. Junto con Horacio Rodríguez Larreta, el otro gran triunfador entre los derrotados es Alfredo Cornejo, que le saca varios campos de distancia a Gerardo Morales, el carcelero de Milagro Sala, quien pagó su excesiva cercanía con Macrì, explicable por algunos negocios. Junto con Martín Lousteau, o sea Enrique Nosiglia, Cornejo forma parte del eje con Horacio Rodríguez Larreta que pugnará con Macrì por el liderazgo de la oposición. No son diferencias sólo personales. Para Rodríguez Larreta, sin un cambio de fondo en las relaciones entre oficialismo y oposición, lo que viene después es un Bolsonaro. Macrì, en cambio, está dispuesto a endurecer sus planteos todo lo que sea necesario y no le disgustaría ser él ese ominoso Bolsonaro.

El domingo no fue tan notorio porque no le tocó el turno a Mister Hyde, como luego de las PASO, sino al amable doctor Jekyll, que invitó al Presidente electo a desayunar. Con precisión, Cristina dijo en la sede del Frente de Todos que hasta el 10 de diciembre el único responsable del gobierno es Macrì. Medialunas sí, pero sin enchastrarse con la mermelada. A la medianoche, el Banco Central hizo ejercicio de esa facultad, al reducir de 10.000 a 200 dólares mensuales la restricción para la compra de dólares. Es muy claro que las reservas fueron descuidadas hasta que Macrì reconoció que el remate de 22.000 millones de dólares no bastó para impedir el desenlace cantado. “Nos obligaron a hacer kirchnerismo”, dijo el ocurrente ministro Dante Sica.

La travesía de Alberto

El ahora Presidente electo fue jefe de gabinete durante los cuatro años de Kirchner y el primero de su esposa, con quien disintió acerca del conflicto con la Sociedad Rural por cómo controlar el precio de los alimentos. Rompió a mediados de 2008 y pasó a la oposición, aunque nunca tuvo una base partidaria relevante. Eran él y su historia como integrante del Grupo Calafate, donde se gestó el kirchnerismo.

Luego de la notable elección de 2011, donde Cristina fue reelecta con el 54%, sólo por debajo del 62% de Perón en 1973, estaban las condiciones dadas para organizar la sucesión, apostando a un candidato que expresara las líneas centrales del proceso iniciado en 2003. En cambio, el gobierno se ilusionó con un batacazo en las legislativas de 2013 que permitiera suprimir el impedimento constitucional a un tercer mandato. Era una apuesta temeraria, porque aun repitiendo las cifras de 2011, el FpV estaría lejos de los 2/3 de cada cámara necesarios y debería contar con quienes estuvieran dispuestos a acudir en auxilio de la victoria.

Además, no hubo congruencia entre el principal candidato bonaerense y el tono de la campaña. Martín Insaurralde fue seleccionado porque su perfil coincidía con el de quien desafiaba a Cristina alejándose de sus filas, el intendente de Tigre Sergio Massa: joven, fachero, indefinido, obsesionado por la seguridad. Pero todos los avisos seguían el eje En la vida hay que elegir, que acentuaba las diferencias. Candidato y publicidad no coincidían. El original batió a la copia en forma holgada y se proyectó como aspirante presidencial para la renovación de 2015.

Intendentes y gobernadores peronistas apoyaban la candidatura de Daniel Scioli, a la que Cristina se resistió cuanto pudo. Para mellarlo, propició el lanzamiento de Florencio Randazzo, quien contó con un presupuesto mil millonario en dólares para remediar décadas de abandono ferroviario, que se pagaron con la derrota electoral en toda la línea del Oeste luego de la catástrofe de Once. Pero no era un buen candidato y sus ataques cada vez más duros a Scioli fueron contraproducentes.

Llegó a decir que con ese candidato el proyecto quedaba manco. Cada vez que profería un exabrupto contra el rival interno, bajaba en las encuestas. Cristina debió resignarse a Scioli. Le ofreció a Randazzo la candidatura a la gobernación de Buenos Aires, pero le respondió que la presidencia o nada, bien alavagnado. Le propuso entonces que enfrentara en internas a Scioli-Zannini, llevando a Axel Kicillof como candidato a vice. Tampoco lo aceptó y se recluyó en su pago chico de Chivilcoy.

Así y todo, Maurizio Macrì apenas ganó por 2,68% en el balotaje. La noche inolvidable del 9 de diciembre de 2015 los mayores estaban preocupados por lo que se venía. Los jóvenes tenían una extraña tranquilidad. Contra el pueblo movilizado no van a poder, decían.

Sí y no. No pudieron consolidar un proyecto, pero ejercieron el gobierno en plenitud, como si hubieran ganado por veinte puntos. El poder es así. En 2003 Kirchner llegó con menos de la mitad, pero en el primer mes consolidó el poder con un hiperactivismo que lo mostró al mando, aplicando medidas anheladas por la sociedad. En apenas cuatro años, Macrì produjo una catástrofe económica y social: ató una vez más a la Argentina a la rueda del interés compuesto (la expresión es de Scalabrini Ortíz), endeudándola como nunca antes; autorizó tarifazos de los servicios públicos prestados por empresas de sus socios y amigos, en niveles que decenas de miles de usuarios no pudieron afrontar; destruyó la producción y el empleo), empoderó a las fuerzas represivas como respuesta al conflicto social.

Una victoria en la derrota

En mayo de 2017 un acuerdo secreto del gobierno y la Iglesia Católica generó el fallo de la Corte Suprema de Justicia que aplicó la derogada ley del 2×1 a militares detenidos por Crímenes de Lesa Humanidad. La impactante reacción de la sociedad, convocada a manifestarse por los organismos defensores de los derechos humanos, forzó al Congreso a sancionar una ley interpretativa que la Corte usó para retractarse. En agosto, el Poder Ejecutivo ordenó invadir con fuerzas federales una comunidad mapuche de Neuquén sin orden judicial. En la desbandada desapareció el artesano Santiago Maldonado, cuyo cuerpo sin vida apareció en el río 77 días después. En diciembre, Macrì y su ministra de Seguridad Patricia Bullrich recibieron y presentaron como ejemplo al policía Luis Chocobar, quien había matado de un disparo en la espalda a un joven desarmado que huía, luego de haber robado y herido con arma blanca a un turista estadounidense.

Ese fue el contexto de las elecciones legislativas de 2017. Cristina presentó su candidatura en la provincia de Buenos Aires por Unidad Ciudadana, la combinación electoral que propició desde los primeros meses del gobierno de Cambiemos, instando a unirse a todos quienes sufrían las consecuencias de la política oficial. Randazzo se negó en forma empecinada a cualquier acuerdo, incluso rechazó el ofrecimiento de CFK de encabezar la lista de diputados. A Cristina le faltó entonces un operador capaz de torcer una voluntad que no se sostenía más que en un capricho. Alberto era en ese momento el jefe de campaña de Randazzo, quien apenas llegó al 5% de los votos. Quienes lo acompañaron entonces entendieron el mensaje.

Cristina fue vencida por el ex ministro de Educación Esteban Bullrich, el dirigente de Cambiemos que postuló una educación para la incertidumbre (respecto del empleo y el ingreso de cada uno) y afirmó nada menos que en la casa de Anna Frank en Holanda que el nazismo “no fue capaz de unir y llevar paz a un mundo que promovía la intolerancia”. Pero el 37% que la acompañó reordenó todas las piezas dentro del peronismo. No bastó para imponerse al gobierno de Cambiemos, que logró mejorar su representación legislativa, pero mostró que nadie estaba en condiciones de disputar con ella el liderazgo de la oposición.

Dos meses después de esas elecciones, la resistencia masiva a la reforma del sistema previsional (por primera vez con coordinación entre la movilización callejera y el recinto del Congreso) dio comienzo a la decadencia cambiemosa, que no pudo aprobar la reforma laboral. Un día después de que se votara el presupuesto 2018, el gobierno anunció en conferencia de prensa que duplicaba la previsión inflacionaria. Esto a su vez incidió para que los mercados voluntarios de deuda se cerraran al gobierno argentino y comenzara la corrida.

De ahí en adelante todo fue cuesta arriba para el gobierno. Pero sin la movilización social primero y la combinación electoral después, eso podría haberse agotado como en Chile, donde el repudio a las políticas del neoliberalismo no tiene expresión política. Con todas las diferencias que hay entre las sociedades a ambos lados de la Cordillera, como los respectivos movimientos de derechos humanos y la diferente profundidad de los procesos de Memoria, Verdad y Justicia, no es aventurado decir que la democracia chilena está viviendo su 2001, es decir el repudio colectivo a las políticas seguidas por los gobiernos de los distintos partidos que sucedieron a la dictadura. Los doce años de gobierno del kirchnerismo; la disposición del peronismo a reunificarse frente al adversario común; el sindicalismo, que desde las bases resistió las políticas de despojo de derechos; los movimientos sociales que organizaron y canalizaron el descontento para que no se agotara en estallidos anárquicos; el movimiento de mujeres que se constituyó en una nueva actriz política, son algunos de los elementos a tener en cuenta. Y también la visión estratégica de Cristina, que desde el primer día promovió esa unidad, sin ambiciones personales, con una lucidez que reconfiguró la escena nacional en términos incontrolables para el gobierno.

La unidad y los riesgos

Alberto fue de los primeros en entender el significado de las elecciones bonaerenses y acercarse a Cristina. El acuñó la consigna Sin Cristina no se puede, sólo con Cristina no alcanza. Cuando la tarea de armado que emprendió junto con Máximo Kirchner estaba dando frutos y CFK ya acariciaba la victoria como candidata, sorprendió a propios y ajenos proponiendo que el candidato fuera Alberto. “Ganar sí gobernar es otra cosa”, le respondió ella. Esto favoreció la reunificación del peronismo e incluso el acercamiento de Massa, quien eludió así el triste final de Lavagna. Cada día que pasaba, Massa quedaba más relegado por la polarización. La presidencia de la Cámara de Diputados no es una mala recompensa por haber pegado el salto y ayudado a demostrar que el peronismo unido sigue siendo imbatible. Cristina exhortó anoche a preservar esa unidad. Massa estaba muy serio cuando Axel, Cristina y Alberto reiteraban los compromisos asumidos durante la campaña con los sectores desprotegidos por el macrismo. Mientras muchos especulan con una fisura entre Alberto y Cristina, que ambos niegan con igual énfasis, Massa apunta a ocupar posiciones en el gobierno vinculadas con la energía y las relaciones exteriores, que pueden constituir la primera contradicción seria al interior de la nueva coalición de gobierno.

(De Horacio Verbitsky – El Cohete a la Luna)

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